Las palabras también son bellas artes.
Cuando se comprueba esta realidad, hay que preguntarse: ¿Debemos creer en las palabras?
¿Por qué no condenarlas por crímenes a la humanidad y enviarlas al infierno?
Tenemos una opción, solamente una…
En vez de condenarlas, hagamos algo más positivo.
Hagamos que la palabra sea una de las bellas artes.
Cuando se convierte la palabra en una obra de arte, cuando consigue lo mismo que una pintura, una escultura, o un momento musical, se llega al otro de forma pacífica, evocando y provocando un diálogo.
El que admira una pintura de Fray Angélico o de Van Gogh entra en diálogo con ella, pero no por la vía del razonamiento sino de la emoción. Lo mismo sucede con el que contempla una escultura de Miguel Ángel, o de Chillida.
. La palabra ha de llegar al otro, no tanto por la vía de la emoción, cuanto por el adecuado y fecundo intercambio de ideas.
. La palabra, considerada como una de las bellas artes, no ha de temer la controversia, todo lo contrario, si la provoca, es señal de que ha cumplido el fin de comunicar.
. La palabra considerada como una de las bellas artes, ha de utilizar su poder para romper el silencio temeroso, para rebelarse contra la obediencia borreguera, para superar con sus argumentos a la inepta docilidad.
. La palabra, considerada como una de las bellas artes, no es un grito insultante, una consigna autoritaria, una soflama que ordena y manda.
. La palabra, considerada como una de las bellas artes, busca el receptor del mensaje con el objetivo de mantener un diálogo.
. La palabra considerada como una de las bellas artes consigue convertirse en un medio personal de comunicación.
Y aquí de lo que se trata es de comunicar.
Hemos hablado de las primeras palabras del humano. Admiración e interrogación. Pero de las dos, las que hace que la persona busque una explicación coherente no es la admiración sino la interrogación.
La admiración conduce a la obediencia ciega, a la fe del fanático. Sin embargo, la interrogación se cuestiona los innumerables porqués que le ofrece la vida y busca una respuesta.
El Admirativo acepta lo que le echen. El Interrogativo no da nada por supuesto, no sigue la senda de todos, sino que se plantea una opción personal.
Al hombre de la interrogación, la comunicación le ofrece si no una respuesta, por lo menos un cauce para que pueda expresar sus inquietudes.
La comunicación no siempre da respuestas, pero proporciona encuentros. Y ese puede ser un buen camino.
El fanático cree que lo sabe todo sobre todo, se cree dueño de la verdad y se sube a un estrado a proclamarlo a los cuatro vientos.
Ese no es un comunicador, y más le vale que aprenda la lección de estos versos de Machado:
¿Tu verdad? No, la verdad!
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
Fuente:
Discurso de Investidura del Ilmo. Sr. Luis del Olmo. Capítulo III.
2 comentarios:
Creo que la voz potente, clara y agradable de Luis del Olmo está hecha para la radio, y tenemos que agradecerle que eligiera esa profesión.
El poema es precioso y, en mi opinión, la palabra cumple la famosa ley del "YIN YANG"; sirve para comunicarse, confrontar ideas y llegar a acuerdos, pero también para enfrentar.
Buen tercer capítulo, Gonzalo
Saber escuchar también es un arte: distinguen las voces de los ecos, son los que le dan sentido a la palabra humana, los que la ennoblecen, los que la consideran portavoz de un mensaje que debe ser analizado, discutido, dialogado... Gracias, Luis por tu acertado comentario, como siempre. Un abrazo.
Publicar un comentario