30.11.20

EL HÉROE DE TRAFALGAR

  

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La historia que a continuación os voy a relatar, ocurrió realmente y quedó grabada para siempre en la memoria colectiva de todos los gaditanos. Se trata de uno de los sucesos más asombrosos que jamás ningún mortal haya conocido, exceptuando a todos aquellos que la vivieron en primera persona. Aún después, cuando estos la contaron a los que querían escucharla, no daban crédito a sus oídos y, es por eso que, en la actualidad, casi nadie conoce lo que aconteció en aquel bajel, porque, su recuerdo ha ido desvaneciéndose lentamente en la noche de los tiempos, debido a la fragilidad de la memoria del hombre común, sobre todo cuando la realidad supera a la ficción.

Como todos los lectores sabrán, la epidemia de peste amarilla que azotó Andalucía entre los años 1802 y 1804, dejó a la flota española sin la cantidad suficiente de tripulantes, por lo que mucho de los marineros hubieron de ser reclutados de manera apresurada en una leva que se llevó a cabo por diversas localidades. Estos marineros eran de diversos orígenes: mendigos, campesinos, soldados de infantería, incluso reclusos liberados… Por otro lado, el estado mismo de los buques era lamentable y ruinoso, tanto que algunos capitanes españoles, habían sufragado de sus bolsillos las reparaciones y la pintura de sus barcos para no quedar deshonrados ante los capitanes franceses.


Así, de esta guisa, se llegó al día 21 de octubre de 1805 en el que tiene lugar la batalla de Trafalgar, que enfrenta a la Armada inglesa, dirigida por el Almirante Nelson, con la franco-española, capitaneada por Villeneuve. Y aquí, es donde entra en acción nuestro protagonista, un vejeriego llamado a filas de manera forzosa que participó en la susodicha batalla. Me permito recordarles que a lo largo de la historia, muchos han sido lo héroes que pasaron sin pena ni gloria y, peor aún, sin ningún reconocimiento. Éste es uno de ellos. Héroe anónimo, del que nadie guarda ningún recuerdo. 

Nuestro amigo de Vejer, era un campesino que vivía en una humilde choza y que su posesión más preciada era un cerdo. Cuando fue reclutado para integrarse en la tripulación de uno de los barcos, el Neptuno, ni corto ni perezoso, se llevó al cerdo con él y consiguió esconderlo dentro del buque sin que nadie tuviera conocimiento de ello, con la intención de volvérselo a llevar una vez concluida la contienda. 

Estaba esta embarcación capitaneada por el Brigadier Cayetano Valdés y Flórez, que luego llegó a ser Capitán General de la Armada, dotada de 80 cañones con una tripulación de 797 hombres (y un cerdo). En una de las malas maniobras que ordenó el Vicealmirante Villeneuve, recibió varias andanadas de la flota inglesa y quedó a la deriva. Sin rumbo tras perder el mástil, el barco encalló. 

Desde tierra, se intenta rescatar a los supervivientes, pero el fuerte oleaje no permitía llegar a los botes a la orilla. No sabemos cómo, pero si el por qué, aparece nuestro vejeriego con el cerdo y agudizando el ingenio, se le ocurre atar una maroma a la pata del animal y arrojarlo a la mar para que llegase -porque los cerdos saben nadar- hasta la orilla. El cochino, sabiendo lo que hacía, pudo llegar y usaron la maroma para atar los botes y llegar hasta el barco. Prácticamente la totalidad de la tripulación fue rescatada. Nada se supo nunca del destino de este cerdo salvavidas, pero no conozco ninguna calle, plaza o monumento que lo recuerden a él ni a su dueño; sólo espero que su heroicidad le sirviese para tener un final más feliz que el resto de sus congéneres. Hablábamos al principio del nulo reconocimiento a algunos héroes, Valga esta historia para rendirle un merecido homenaje al famoso cerdo, porque como todos Uds. saben, es un animal que "lo da todo por y, sobre todo, para nosotros", pero éste en particular, salvó a muchos marineros de perecer ahogados. 
 Javier Díaz Arbolí




Biografía del autor de estos relatos y leyendas.


Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente
Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.
Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en éste y otros libros del autor: relatos históricos novelados.


27.11.20

MÚSICA RELIGIOSA. Cristobal de Morales


Cristobal de Morales, nació en la ciudad de Sevilla, en 1500, donde se formó como niño cantor en el coro de la catedral, de la mano de Pedro Fernández de Castilleja y de Fernando de Peñaloza. Éste último fue el introductor de la técnica flamenca, que influiría en sus composiciones sacras. Pasó diez años en Roma como cantor en el coro del Papa Paulo III. Fue allí donde se ocupó de publicar la mayoría de sus partituras, que tuvieron una influencia decisiva en otros músicos, como Palestrina. A su regreso a España, fue maestro del coro de la Catedral de Toledo. El misticismo de su música ha sido comparado con el de Santa Teresa de Jesús en poesía. Murió en 1553. 


Ha sido considerado como el compositor español más importante de principios del XVI, siendo el principal representante de la escuela polifónica andaluza y uno de los tres grandes, junto a Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero, de la composición polifónica española del Renacimiento. Contribuyó de manera significativa al repertorio de piezas para la liturgia fúnebre. Su Requiem a 5 voces (o Missa pro Defunctis) fue publicado en Roma en 1554 durante su pertenencia al coro papal, y desde allí se hizo conocido en toda Europa. Esta extraordinaria e impresionante obra se cantó seguramente en México en 1559 como parte de las ceremonias fúnebres por el Emperador Carlos V (casi un exacto contemporáneo de Morales), y también posteriormente en 1598, en el contexto de una Misa de Requiem celebrada en la Catedral de Toledo para honrar la memoria de Felipe II. 

Es, sin duda, el mejor compositor español de toda la primera mitad del siglo XVI, su fama se extendió inmediatamente por Europa, perviviendo hasta nuestros días.

Escuchen (aquellos que estén leyendo a través de internet esta secuencia de la –pulsen en:) Misa Pro Defunctis a 5 voces, obra de gran emoción y belleza


Gonzalo Díaz-Arbolí

26.11.20

Miguel Hernández.

                Me tiraste un limón, y tan amargo




Este soneto se escribió para El Silbo vulnerado. Apenas tiene variaciones, posiblemente estén dedicados a Josefina. En este soneto, parece ser, que relata un hecho real, de un día que Josefina le tiró un limón a Miguel en la cabeza porque él, estando en el huerto, le robó un beso al descuido y ella, ofendida, le tiró un limón y le produjo una herida sangrante, y además, a ella, parece ser que le hizo gracia el limonado hecho y encima se ríe. Este despecho o desprecio fue causa de un deseo frustrado que llevó al poeta en otros sonetos a recordar sus «delincuentes» besos, el deseo de ser besado por la amada, que tenía una «mentalidad pueblerina». La palabra beso se repite 9 veces, para él son «sustanciales besos». También en el soneto 11, v. 3 escribe raptor intrépido de un beso. Miguel se convierte en un empedernido busca besos, para ser querido y aceptado por la amada como demostraciones de amor sincero.

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Miguel deja inconclusa la anécdota poética, sin moraleja, posiblemente desea volver a retomar el tema del beso robado, lo cual supone un procedimiento de gran atractivo que evidencian los recursos estéticos del poeta en el sentido de dejar en el lector un testigo o cláusula que le servirá para repetir la anécdota desde otro punto de vista.

La poesía de Miguel Hernández está cargada de imágenes y elementos simbólicos. En este poema, la sangre es el deseo sexual, la camisa es el sexo masculino y el limón es el pecho femenino.

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22.11.20

LA RIVALIDAD ENTRE VEJER Y SUS PUEBLOS VECINOS

Riña a garrotazos, Francisco de Goya. Museo del Prado

Desde pequeñitos, todos aquellos que nos hemos criado en un pueblo, hemos sido también victimas y verdugos del "odio" visceral que nos tenían y teníamos con los de los pueblos de al lado y del desprecio que nos inculcaban hacia nuestros vecinos. Irracional, como toda violencia que se precie. Sin embargo, esas pequeñas, y a veces, demasiado grandes rencillas, hacen que vivir en lugares pequeño tenga una alta dosis de emoción. 


Quien no ha dicho alguna vez "conilero" o "conilato" para referirse a nuestros convecinos de Conil, cuyo gentilicio es conileños. Pero esa forma despectiva de referirse a ellos llevaba implícita todo el resquemor y la inquina que desde tiempos muy remotos, se les profesa a los habitantes de esa ciudad vecina y amiga. Voy a referirme el famoso dicho de esa localidad que resume con absoluta claridad, los sentimientos que ellos nos profesan. Dice así: "La Virgen de las Virtudes trabá, corre más que la Virgen de la Oliva suelta", lo que da fe de la animadversión con que nos devolvían los apelativos que le dedicábamos. De la misma manera, existe otro dicho (lo recuerdo de la época de mi infancia) cuando se insultaba a los demás con aquella expresión de "perro judío", escupiendo al suelo, porque según nos inculcaban fueron ellos los responsables de la muerte de Cristo. Por todo ello y derivado de esta particular concepción de la realidad, había un dicho que para cabrearlos les dedicábamos a los conileños que decía así: "De Pilas era Pilatos, de Benacazón Caifás, Herodes era de Camas y de Conil los demás". 
Y qué decir de Barbate. Pedanía de Vejer que se segregó de éste en el año 1938 cuando el Gobierno provisional de Burgos y que, por ende, fue percibido como traidor a sus raíces ancestrales. Todos conocemos el peculiar carácter del Vejeriego: hombre recio, leal, callado, trabajador y poco dado a veleidades. Esto hizo que considerara una felonía lo que habían hecho los barbateños, llamados por los vejeriegos "barbateros" de forma despectiva y respondidos por estos: ¡los de Vejer, ah, los del cerro de las maldades! Durante mucho tiempo, Barbate se fue desmarcando de Vejer, floreciendo como una ciudad rica y próspera, dedicada a la industria de la pesca y a la conservera, llegando a tener una calidad de vida envidiada por aquellos de los que se habían desgajado. En mi infancia y primera juventud recuerdo a los de Barbate llegar a Vejer engalanados con atuendos de calidad superior a los nuestros, e incluso alguno, con vehículos propios que provocaban la envidia de los que nos criábamos allí. Y si hablamos de contactos a otros niveles, personas de bien: industriales, labradores, autoridades e ilustrados, las relaciones eran de permanente envidia sobre las comparaciones entre posesiones terrenales de unos y otros, así como de saberes y conocimientos intelectuales. 

Patio del Santuario de la Virgen de la Oliva,  el corazón de los dos pueblos

Se cuenta que varios de ellos reunidos en la Oliva un mes de Abril, se encontraban discutiendo sobre quienes de las dos localidades eran mejores, si los de Vejer o los de Barbate. Para zanjar la disputa algunos vejeriegos propusieron llevar a cabo una reunión entre hombres y debatir sobre temas propios de sus elegidos intelectos: artísticos, literarios, filosóficos… Para ello se estableció como emplazamiento el Casino de Vejer por dos razones, la primera por ser tradicionalmente un lugar de solaz esparcimiento intelectual (tengan en cuenta que poseía uno de los bienes más preciados de la época, la enciclopedia ESPASA) y, la segunda, porque estaba en Vejer y así se hacía un implícito reconocimiento de la superioridad de la "madre patria" (aunque mi opinión personal era que tenía un bar que procuraba el abastecimiento permanente de los allí reunidos). 


Se llevó a cabo la contienda, pero, como en toda reunión de hombres, al final, y como producto de la ingesta de las bebidas que han sido citadas anteriormente, se tocaron temas más mundanos. Los allí presentes dicen que se terminó hablando de fútbol, de mujeres y de sus curvas, pero que el tema principal de la discusión, fueron las dimensiones de los atributos masculinos. (Recuerde el lector la existencia de la bodega tan bien provista con que contaba el establecimiento). Los unos y los otros alardearon sin parar del tamaño de sus atributos; todo teoría, no llegaron en ningún caso a la demostración empírica. Visto los derroteros que tomaba la discusión, un Vejeriego de pro, principal impulsor de la contienda, zanjó la discusión con estas palabras: 

"Evidentemente los hombres mejor dotados son los barbateños, puesto que su miembro viril es de tales dimensiones que cubre enormes distancias por el inmenso amor que han desarrollado por sus esposas, lo que les permite hacer grandes e inexplicables proezas… (dejando a sus paisanos de piedra)" 

Y prosiguió: 

"¿Cómo se explicaría sino, el milagro, de que aún permaneciendo tanto tiempo embarcados lejos de su hogar a causa de sus prolongados períodos en la mar, se encontraran a su regreso que son padres de una o más criaturas?" 
Javier Díaz Arbolí

Biografía del autor: 

Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente
Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.
Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en éste y otros libros del autor: relatos históricos novelados.



Esta era la España a la que se refiere este relato

18.11.20

LA BELLEZA DE LOS PICOS DE EUROPA.



Los Picos de Europa y su entorno son uno de los parajes más singulares y bellos de toda Asturias. Un entorno que combina el verde de la vegetación atlántica con el ecosistema calizo y rocoso de los propios Picos, y este curioso binomio da lugar a paisajes de ensueño, con pueblos que parecen sacados de una narración fantástica.
Las cumbres más altas de la Cordillera Cantábrica se encuentran en este paraje donde se gestó la legendaria historia de Asturias. 
Distintos plegamientos y glaciaciones han conformado un tortuoso paisaje modelado por el hielo y el efecto de las aguas sobre la piedra caliza, formando un grandioso karst de montaña. Los tres macizos principales de esta maravilla natural se ven limitados por profundos valles y gargantas, aparecidos ante el paso erosionador de las afiladas lenguas de hielo de los glaciares y de la fuerza de las aguas de los ríos que, aún hoy, siguen modelando a su gusto la piedra, disolviendo la caliza.

Existen numerosas teorías sobre por qué recibieron su nombre los Picos de Europa. Tradicionalmente se ha asociado el origen de su toponimia al hecho de que supuestamente era la primera tierra europea que los navegantes divisaban al venir de América, aunque este supuesto no es compartido por muchos estudiosos. 
Otras hipótesis sugieren que la denominación viene por la sorpresa que para los visitantes de la península ibérica suponía encontrar estos enérgicos farallones calizos en los confines de Europa, o que fue acuñada por los peregrinos centroeuropeos que hacían el Camino de Santiago, que habrían llamado así a estas montañas por su parecido con los Alpes. 
Sea como fuere, la realidad es que se desconoce a ciencia cierta la razón, máxime si se tiene en cuenta que los habitantes de las comarcas próximas las llaman simplemente Picos. 
La orografía y la climatología existentes en los Picos de Europa han definido a lo largo del tiempo unos rasgos muy particulares de sus habitantes. 
Datos tomados de internet.
Gonzalo Díaz Arbolí

Disfruten de la belleza de Asturias, en reconocimiento y admiración a un gran médico cirujano ovetense, referente gaditano en salud, educación y valores sociales.

14.11.20

Origen (resumido) de la Antigua Iglesia Conventual de las Monjas Concepcionistas de Vejer de la Frontera



De los pocos libros que se conservan en la Parroquia del Divino Salvador, después de la quema de 1936, uno es de la fundación del convento, en el que aparece el testamento del fundador en honor y recuerdo de su primera mujer, Beatriz de Villavizencio, y que entregó, (en la copia de la escritura original, pieza 1ª, que conservo) de la donación, ante Francisco Navarrete Nuño (el 2º apellido es ilegible), publicado en Bejer en 22 de marzo del 1578, hizo el Sr. Juan de Amaya, el viejo, viudo de Dña. Beatriz de Villavizencio, del templo que havía edificado y de varias casas, en favor de los Frailes de San Agustín, para que fundaren Convento". (Notese la grafía de aquella época).

La Junta de Andalucía publicó una Memoria Histórica-Artística, muy extensa; transcribo solo los dos primeros párrafos:

El origen del convento de la Monjas de Vejer de la Frontera, se sitúa en el año 1552.


El día 15 de noviembre del mencionado año, Don Juan de Amaya "el viejo" hizo donación a los religiosos Franciscanos, ya que en principio el convento fue masculino, de unas casas que habían sido propiedad de su madre, Doña Leonor de Morales, para que allí construyeran un convento bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de María.
A estas casas, que constituyeron lo esencial de la fundación, unirían los frailes otras donadas por el cabildo de la villa de Vejer, y alguna que ellos mismo adquirieron con las limosnas recogidas a tal fin. 
Juan de Amaya y su mujer Beatriz de Villavizencio, se erigieron en patronos de la nueva fundación, a la que no solo dotaron en los mencionados terrenos, sino que también instituyeron una serie de memorias perpetuas para el rezo de misas en su iglesia, en cuya capilla mayor se situó su enterramiento y se colocó su escudo de armas. 
En 1578 surgieron algunas diferencias entre Juan de Amaya y la comunidad de los Franciscanos, razón por la cual el patrono se trasladó a Chiclana de la Frontera para intentar que los frailes Agustinos se instalasen en su fundación, los franciscanos se negaron a abandonarlo.
Para resolver el conflicto planteado se hizo necesaria la intervención del Obispo de la Diócesis de Cádiz, quien en 1584 determinó que las Monjas Concepcionistas Franciscanas habitasen el Convento, que desde entonces se conoce como "el de las Monjas". 

Acta de la donación de la Iglesia conventual al pueblo de Vejer
En la ciudad de Vejer de la Frontera, a dieciocho de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve (1989).
Reunidos de una parte, Doña Luisa Castrillón Ortega, en su propio nombre y derecho, de otra, Don Antonio Morillo Crespo, en su calidad de Alcalde presidente del Excmo. Ayuntamiento de Vejer de la Frontera y de otra Don Jesús Mantaras García-Fiigueras, Director General de la Caja de Ahorros de Jerez en nombre y representación de dicha entidad.



Clausula tercera del Acta de la donación de la Iglesia conventual al pueblo de Vejer:

Doña Luisa Castrillón Ortega dona al pueblo de Vejer de la Frontera, representado por su Excmo. Ayuntamiento, gratuitamente y sin contraprestación alguna y por el interés histórico y artístico que posee la citada antigua Iglesia Conventual, bajo las siguientes condiciones:
a) Que sea restaurada, de forma que recobre su original construcción (cúpulas, torre, portadas, etc.) en el exterior; y en el interior conservar y restaurar los escudos capillas, pilastras, arcos, etc.
b) Que el uso del edificio una vez restaurado se dedique exclusivamente a:
1.- Auditorio Musical.
2.- Sala de Exposiciones.
3.- Celebración de actos culturales, recreativos y religiosos de culto católico.
Teniendo en cuenta este último fin, el Ordinario podrá vetar cualquier actividad concreta que considere contraria o atentatoria la fe, a la moral o a la doctrina católica.



c).- Que la funciones para que se dona se cumplan en el plazo máximo de cinco años y se mantengan durante los treinta siguientes.
d).- Que si cumplidos uno y otro plaza no se efectúan, el bien donado revertirá a su propietaria o herederos.
e).- Que el efecto de la donación no suponga gasto alguno para el donante, por lo que todo gasto de escritura, impuestos, arbitrios o cualquier otro sea a cargo del Ayuntamiento.
f).- Que está conforme que el Excmo. Ayuntamiento de Vejer de la Frontera pueda ceder después de la restauración o durante el periodo de ella, la finca a la Caja de Ahorros de Jerez, por su calidad de Entidad Benéfica, siempre con la obligación de cumplir las condiciones específicas en los apartados anteriores de esta clausula.
En caso de disolución, extinción o liquidación de la Caja de Ahorros de Jerez, este bien no podrá ser de ninguna forma incluido en sus activos, revirtiendo automáticamente al Excmo. Ayuntamiento de Vejer de la Frontera.
g).- Que una vez terminada la restauración, se coloque en la fachada principal, junto a la puerta de entrada, una placa de cerámica en la que se lea: "Antigua Iglesia Conventual de las Monjas Concepcionistas donada al pueblo de Vejer por Dª Luisa Castrillón Ortega para su uso en actividades culturales y religiosas"

     Galería de imágenes:







Gonzalo Díaz Arbolí

Académico de Bellas Artes Santa Cecilia


13.11.20

Estas pinturas son esenciales. Se soslayan algunas de las más obvias, como los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina; la Gioconda, de Leonardo, o Las Meninas, de Velázquez.


Este vídeo realizado con cuadros esenciales en la historia de la pintura, colocados de forma aleatoria, a la vez que, escuchamos el Nocturno más poderoso escrito para piano, Opus 27, núm. 2 por Frédéric Chopin, con el único propósito de serenar el espíritu y deleitarse con su belleza. 

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La carátula es un cuadro de Edward Hopper, artista estadounidense del período modernista, especializado en el retrato urbano; muestra la noche en un bar de New York y sus últimos clientes. La imagen hace patente la soledad de la gran ciudad y de la existencia moderna y se titula “Los noctámbulos”, del mismo autor verán “Grupo de gente al sol”. 
Obsérvese la transparencia total y la nitidez que se ven las imágenes situadas tras ellos. Toda la escena está iluminada a través de los cristales y aunque la iluminación indirecta disminuye el efecto de la contraluz, la ausencia de reflejos y de manchas en los cristales, los hace parecer inexistentes.

Comienza el vídeo con la “Laguna Estigia”, del pintor Joachim Patinir, realizado hacia el año 1520. (Estigia era una oceánide, diosa de las tinieblas, (del inframundo de la mitología griega). 

El cuadro representa el tema clásico relatado por Virgilio en su Eneida; la figura más grande de la barca es Caronte, quien “pasa las almas de los muertos a través de las puertas del Hades”. En el lado izquierdo de la pintura está la fuente del Paraíso, el manantial del que surge el río Leteo a través del Cielo: el agua del Leteo tiene el poder de hacer que uno olvide el pasado y concede la eterna juventud. 

Como sería muy prolijo describir todos los cuadros del vídeo, vamos a terminar con una obra maestra de Roger van der Weiden: "El descendimiento". 

Siempre me ha sobrecogido la perfecta composición dispuesta por el artista, el movimiento que genera cada una de la figuras. En el centro, destacan las lineas sinuosas con las que se modelan los cuerpos de la Virgen María y Cristo en su caída, y cuyo paralelismo  pone en relación el desmayo de la Madre con el cuerpo muerto de su Hijo y, las expresiones de sus rostros, no hay dramatismo sino belleza. El llanto se revela de manera sosegada en las lágrimas cristalinas que corren por sus mejillas y por último, el color para crear el realismo y cromatismo escénico.

                     
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Gonzalo Díaz Arbolí

5.11.20

LA HISTORIA DE DOÑA EVELIA. Capitulo III. El desenlace.

                                                            Tercer y último capítulo 

Los días transcurrían monótonos uno tras otro y ella, toda vestida de negro y blanca como la cera, porque jamás volvió a pisar la calle, se sentaba un su butacón, seguía llorando en silencio y repitiéndole a sus hijas y nietas, que recordaran lo prometido: “- Amortajadme adecuadamente y dadme un entierro digno”. “- Recordad que todo lo que quiero y necesito, lo tengo en aquella caja” y señalaba encima del armario. Su vida fue languideciendo lentamente y fue apagándose poco a poco hasta que le llegó el momento. Toda su familia estaba con ella, rodeándola, dándole el cariño que se merecía y, aún, unos minutos antes de morir, cuando ya no podía ni hablar de las pocas fuerzas que le quedaban, en un último y titánico esfuerzo, alzó la mirada y levantando el brazo, señaló para la caja depositada en el armario y dijo: “- recordad lo que os he dicho siempre” y en ese mismo momento, expiró. 

Después de los llantos, lamentaciones, besos, abrazos, y palabras de consuelo, que se dispensaron entre todos los dolientes, las tres hijas decidieron que era el momento de cumplir con su última voluntad (aunque en este caso, no era última, ya que había repetido a lo largo de toda su vida, que era lo que quería para su sepelio). 

La lavaron con suma delicadeza, la peinaron adecuadamente y la menor de las tres, subida en la silla del dormitorio, se dispuso a coger la famosa caja que estaba encima del armario. Era una caja amplia, de forma rectangular. La abrieron entre las tres hermanas y desdoblaron con sumo cuidado el papel en que estaba envuelta la mortaja. Pero, -hete aquí- que ante los atónitos e incrédulo ojos de las tres hijas, aparece un traje de flamenca. Si, queridos lectores: - de flamenca-, con una falda lisa que caía hasta desembocar en unos preciosos faralaes de flores de hermosos colores, que se superponían unos sobre otros; con un corpiño ajustado y de generoso escote, lleno de flores bordadas, las mismas que en la falda, y mangas largas que terminaban en un enorme volante del mismo color de la falda. Además, no faltaba ni el más mínimo complemento, se notaba que lo había preparado con mucha antelación. Collares y pulseras a juego, las flores para prendérsela en el pelo y unos zapatos de tacones de color rojo. 

El estupor de las tres, ya se lo pueden ustedes imaginar. Miraban una y otra vez, sin acabar de creerse lo que estaban viendo y se miraban unas a otras sin decirse nada, porque ninguna era capaz de articular palabra. Expresiones atónitas, ojos desorbitados, miradas furtivas… todo lo que lector pueda imaginarse; pero ninguna palabra. Transcurrieron así largos y tensos minutos y ya, sin poder contenerse, la hermana de en medio, la más dispuesta de las tres, dijo: 

- Esto no puede ser. ¿Cómo la vamos a amortajar así? ¿Te imaginas el cachondeo que se va a armar, cuando la vean así vestida? Con lo seria y lo religiosa que era mamá. ¡Que van a decir las vecinas¡ Esto es justamente lo que ella no quería: ¡Estar en boca de todos¡ 

- Intervino entonces la hermana mayor, Esta era la más seria de la tres y dijo: - Yo, la verdad no se que hacer. A mí no me parece adecuado vestirla de esta manera, pero, recordad que desde que éramos pequeñas nos ha repetido continuamente que esto era lo que ella quería. Y yo personalmente estoy dispuesta a respetar hasta el final la voluntad de mamá. 

- La pequeña, seguía sin poder hablar y no fue capaz de hacer ningún comentario. 

Llamaron a sus hijas, nietas de Doña Evelia, que ya eran mayores (tres de ellas casadas y con hijos), y comentaron con ellas lo que habían encontrado en el armario. Le pidieron consejo sobre qué hacer, si amortajarla así o vestirla con un sencillo vestido negro. Todas reunidas en la sala contigua al dormitorio dónde la madre y abuela estaba de cuerpo presente, aunque todavía sin amortajar, argumentaron sus razones y opiniones acerca de cómo debía ser vestida para su encuentro con el Creador. 

La una decía: - ¿pero, si la vestimos de negro, no estamos respetando su voluntad?, la otra contestaba: ¿ es cierto, pero va a estar en boca de todo el mundo y va ser el hazmerreír del pueblo; en esto, una tercera argumentaba: - las dos lleváis razón; lo que hay que decidir es que lo que ella de verdad querría en este momento que hiciéramos. Y así, sin ponerse de acuerdo en qué era lo que debían hacer, transcurría el tiempo y ya se había corrido la voz en el vecindario del óbito de Doña Evelia, por lo cual empezaron a acudir vecinas y conocidas de la finada, a las que no se les permitió la entrada en la casa, diciéndoles que estaba aún sin arreglar. Algunas vecinas, amigas muy próximas de la familia se ofrecieron para ayudar, pero las hijas y nietas se negaron a ello, con lo cual empezaron a sospechar que algo raro ocurría allí y, así, como es propio en las comunidades pequeñas, comenzaron los cotilleos, los susurros y a dar todo tipo de explicaciones, cada vez más peregrina sobre lo que de verdad estaba sucediendo allí. Aquello por lo que había luchado toda su vida Doña Evelia, se estaba yendo al traste en un momento. 

Las hijas y nietas, observando lo que ocurría, decidieron que debían actuar con apremio y tomar la decisión con carácter inmediato. Y ¿qué decidieron?, se preguntará el lector. Pues bien, con alguna opinión en contra, cumplir la última voluntad de la muerta. O, lo que es lo mismo, amortajarla con el contenido de la caja. 

Y se pusieron manos a la obra. La mayor de sus hijas, tomó la iniciativa y comenzó colocándole la falda, después el corpiño, que le quedaba algo ajustado, con lo cual le asomaba voluptuosamente el pecho por el escote. Se miraron y de nuevo comenzaron con las dudas. Pero no, la mayoría dijo que esa era la decisión adecuada y que debían concluir ya, para no dar más que hablar en el vecindario. Se preguntaban unas a otras: ¿le pintamos los labios?, ¿le ponemos la flor arriba o en un lado?, ¿le pintamos también los ojos?... 

Y así lo hicieron, y la colocaron en el féretro. Imagínese el lector las caras que pusieron las vecinas y las conocidas cuando la vieron así vestida. Caras de estupor, de no creerse los que estaban viendo, otras se reían, hubo alguna que tuvo que salirse porque la risa contenida se transformaba rápidamente en carcajada; algunas otras preguntaban insistentemente que significaba aquello. Nadie de las presentes creía lo que estaban viendo. Era la primera vez en la vida que se conocía un caso así. Mujer, ¿si hubiese sido una folclórica, lo hubiéramos entendido?, pero la Evelia, ¡con lo seria que era! Y, además, (como dijo la Juana) ¡con lo que era ella de la Virgen de la Oliva  y de Nuestro Padre Jesús del Nazareno! 


Cansadas ya de dar explicaciones a todas las que iban a verla y a acompañarlas en el duelo, pasó la noche y llegó la hora del entierro. Fueron a despedirla, la enterraron en un nicho que ella ya tenía dispuesto junto a su marido y allí pareció que acababa todo. 


Pero no fue así. Entre conocidos y vecindario no se hablaba de otra cosa. Lo mismo que pasó en el entierro de su madre y, que ella juró que no volvería a ocurrir – Estaba en boca de todos-. Las hijas y nietas tuvieron que sufrir lo indecible. Bastaba que llegaran a un lugar donde hubiese personas conocidas, para que éstas callaran y bajaran la cabeza, algunas, hasta llegaron a negarles el saludo y algunas otras, reían descaradamente en sus presencia, o le hacían bromas macabras o le formulaban preguntas irónicas. Como dice el dicho: “de todo hay en la viña del Señor” 

Parecía que todo iba calmándose y que las cosas volvían a sus cauces habituales cuando, transcurrido un tiempo prudencial desde la fatídica fecha de su muerte, las hijas y nietas decidieron ir a arreglar la casa de la madre y, en especial su dormitorio; hacer limpieza general y repartirse sus cosas. Era lo normal en estos casos. Habían esperado más tiempo del habitual para que pudieran tranquilizarse los ánimos y, definitivamente, así había ocurrido. 

Llegaron, se repartieron las habitaciones para la limpieza y comenzaron la faena. A la hija mayor y una de las nietas, hija de ésta, les toco la limpieza del dormitorio. Retiraron la cama, las mesas de noche y la cómoda y comenzaron a limpiar a fondo. Fregona con agua caliente y limpia suelos mezclado con lejía (como le gustaba a la abuela, dijeron las dos). Tenían todo terminado cuando vaciaron el armario y colocaron todo lo que éste contenía, encima de la cama. Se dispusieron a moverlo de su sitio, y viendo que entre las dos no podían, por que era de madera maciza, llamaron a las demás para que entre todas pudieran desplazarlo con objeto de proceder a limpiar el vano en el que estaba situado. Así procedieron y estando en ello, en uno de los movimientos, el armario se tambaleó y durante un momento perdió su verticalidad, cayendo de su parte superior una caja blanca de tamaño mediano que se abrió al tocar el suelo. Las hijas se miraron inquietas y procedieron a abrirla. No daban crédito a sus ojos, ¡No podía ser! -¡Dios mío! no, por favor- dijo la mayor. El lector estará preguntándose por el contenido. Pues se lo revelaré: era un hábito del Nazareno, confeccionado a medida, con el cordón de cáñamo incluido. Perfectamente planchado y envuelto en papel de seda y con una carta de la madre dirigiéndose a las tres hermanas, que por respeto a la difunta, no voy a reproducir aquí. 

Hasta donde yo se, las hermanas y sus hijas, las únicas conocedoras de lo que allí había ocurrido, guardaron silencio y juraron no contárselo a nadie, sobre todo porque de nuevo comenzaría el suplicio por el que ya habían pasado y que ya estaba olvidado. Sin embargo, hace poco tiempo, oí de un familiar directo de la finada (que fue el que me lo contó), que una de las hijas se había desplazado hasta Cádiz, a la Delegación Provincial de Sanidad, con el fin de solicitar permiso para la exhumación del cadáver, y cuando le preguntaron por el motivo de tal solicitud, no se atrevió a contestar para no reabrir viejas heridas. Y, me comento el citado familiar: -yo creo que no dijo nada, porque ¿te imaginas el cachondeo que se hubiera formado entre los funcionarios? 

Bueno, queridos lectores. Hasta aquí conozco de la historia. Si se produce alguna noticia nueva, no dudéis que os tendré al corriente.
FIN DEL RELATO.
Javier Díaz Arbolí
Acerca del autor de estos relatos relacionados con Vejer de la Frontera.

Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente.
Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.
Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en estos relatos y otros libros del autor.

4.11.20

LA HISTORIA DE DOÑA EVELIA. Capítulo II

 

Segundo capítulo 
Estuvo Juan el Rufo (así era conocido el padre de Evelita), los primeros días de su viudez sin saber lo que le pasaba, dudando que pudiera sobrevivir a su querida esposa perdida. Púsose más amarillo de lo que comúnmente estaba y le salieron algunas canas en el pelo y en la barba. Pero el tiempo cumplió, como suele cumplir siempre endulzando lo amargo, limando con insensibles dientes las asperezas de la vida y aunque el recuerdo de su esposa no se extinguió en su alma, el dolor fue calmándose; los días fueron perdiendo lentamente su fúnebre tristeza y retornó a sus habituales ocupaciones. 

Nuestra Evelita, (y digo nuestra porque ya para el lector es como de la familia), se hizo cargo de la administración y las labores de la casa y no solo no se notó la falta de la madre, sino que sufrió un cambio para mejor, tanto que sus dos hermanos y su padre así lo reconocieron y quedaron encantados. Pero ocurrió lo que se llevaba rumoreando en los últimos días. Las tropas de África, mandadas por un tal General Franco se sublevan, cruzan el estrecho y se plantan aquí. El Señorito Don Juan, aparece por la finca con un grupo de hombres, todos vestidos con camisas azules y les dicen a Juan el Rufo y a sus dos hijos que o luchan contra la horda comunista o allí mismo son fusilados. Ni Juan el Rufo ni ninguno de sus hijos sabían nada de estas cosas, ni nunca les había interesado, así que muertos de miedo por que aquella pandilla de “señoritos” de Vejer les pudieran matar, decidieron unirse a ellos. Ataviados como mejor pudieron, partieron en una camioneta y se despidieron de Evelita pensando que en unos días volverían a verla. Nunca más supo de ellos. De su padre conoció por la Guardia Civil que había muerto en un sitio que llamaban Despeñaperros (vaya nombre para dejar la vida) y que no llegó ni a ser enterrado dignamente. De sus hermanos ni siquiera eso. Nunca volvieron y nunca tuvo noticias de su paradero. Así que jamás se enteró si habían muerto o aún conservaban la vida. 

Ella, se refugió en su casa. Don Aniceto la visitó con cierta frecuencia y como éste era un hombre de “los buenos”, y le había cogido tanto cariño, la acogió en su hogar, le encomendó la administración y el cuidado del mismo y así transcurrieron los años de la contienda. Acabada ésta, Don Aniceto por mor de sus muchas virtudes (intelectuales y de las otras) y su apego a la Santa Iglesia, a sus cultos y sobre todo, la devoción a la Virgen de la Oliva, con la recomendación de tenerla siempre presente en sus oraciones, así como, por la estrecha relación que mantenía y había mantenido con el clero, fue nombrado ayudante personal del Gobernador Civil de Cádiz, localidad a la que hubo de trasladarse, llevándose consigo a Evelita. Allí permaneció durante cinco años y conoció al que después fue su marido. Era un hombre de Medina que prestaba el servicio militar en el Gobierno Militar de Cádiz. No era de grandes luces ni de gran posición social, pero se gustaron, vieron que tenían un origen similar y muchas cosas en común y se casaron. 

Se fueron a vivir a Vejer, a una pequeña casa que les procuró Don Aniceto y allí hicieron su vida y tuvieron tres hijas como tres hermosos soles, a las que criaron y educaron en la más estricta observancia de los principios de la fe católica. Desde su más tierna infancia, Doña Evelia (ya está casada y se le debe ese tratamiento), que aún no había superado lo acaecido en el entierro de su madre, les fue inculcando la idea del respeto que se les debe a los vivos, pero especialmente a los muertos y cómo, necesariamente hay que respetar siempre la última voluntad de estos. Cuando ya sus hijas tenían dieciséis, catorce y doce años, les hizo saber que su mortaja, con la que habrían de vestirla para el último y postrer viaje, lo tenía en la parte superior del armario que había en su dormitorio. Se lo recordaba con mucha frecuencia diciéndoles: 
- Sabed las tres, y a las tres os lo encomiendo, que el día que me muera quiero que me vistáis con la ropa que hay guardada en aquella caja (señalándola) que está encima del armario. Es mi última voluntad y os pido que la respetéis. 
- Si, mamá, contestaban al unísono las tres hermanas. Se miraban entre ellas y se decían ¡que pesada es con el tema!. !Con lo que todavía le queda de vida¡ 

Su marido, un buen hombre que siempre la trató muy bien, le dijo al principio de su matrimonio, que los muebles aunque fueran poco, debían ser buenos y por eso mandó construir un dormitorio principal a un carpintero de Medina, amigo suyo, que le duró hasta el día de su muerte. Era una cama recia, de madera de roble con dos mesitas de noche, una cómoda y un armario de doble cuerpo. La habitación, aunque no muy amplia, era lo suficientemente espaciosa como para que cupieran con holgura y, además, en la pared de enfrente de su cama existía un vano que parecía hecho a medida para el armario, porque cabía a lo justo. Encima de ese armario era donde estaba la caja de cartón, perfectamente embalada, en la que ella guardaba su mortaja, y que en tantas ocasiones le había señalado a sus tres hijas recordándole lo que debían hacer el día de su muerte. 

En 2.004, un frío día de Febrero, murió su marido. Tenían entonces 11 nietas y nietos y dos biznietos. A pesar de que sus hijas, nietos y nietas eran cada cual por su estilo, verdaderas joyas o como bendiciones de Dios que llovía sobre ella para consolarla en su soledad, cayó en profundo abatimiento físico y moral, ya que habían estado 61 años felizmente casados. 

Se dispuso a cumplir los últimos deberes con su marido. Lo lavó y lo vistió con ayuda de sus hijas y lo velaron en casa durante toda la noche, porque para ella eso era sagrado. Lloraba en silencio y daba unos suspiros que se oían en toda la casa. Pero, como cuando murió su madre, el tiempo obró como siempre. La perdida absoluta de la esperanza, le trajo la sedación, estímulos apremiantes de reparar el fatigado organismo y encontró la paz. Su vida se limitó a esperar el momento de reunirse con su marido y se dispuso a morir. 
FIN DEL SEGUNDO CAPÍTULO.    Continuará
Javier Díaz Arbolí

3.11.20

LA HISTORIA DE DOÑA EVELIA. Capítulo I


Este relato consta de 3 capítulos.

Primer capítulo 

Evelia Cortés Cercedilla, así aparecía en su Documento Nacional de Identidad. Había nacido allá por el año de 1.921 (en aquella época, eso carecía de importancia porque era muy difícil ir hasta Cádiz para inscribirla en el Registro, e, incluso cristianarla convenientemente), en una choza en Cantarranas. Sus padres eran guardeses de una finca que pertenecía a una familia acomodada de Vejer y que sólo visitaba en épocas de siembra y/o recolección, o bien para ir con sus invitados a cazar perdices, faisanes o conejos. 


Como era lo normal en la época, ella se crió junto a sus dos hermanos mayores sin asistir a colegio alguno porque al ser la única hembra debía ayudar a su madre en las tareas de la casa. Y así lo hizo desde muy pequeña. No obstante, al ser de natural despierto su padre consintió en que pudiera acudir a casa de un vecino que era hombre de letras (Don Aniceto, que así se llamaba) y que le ayudó en sus primeros aprendizajes con el Catón y algunos ejemplares de cartillas infantiles con las que logró desenvolverse más mal que bien en la lectura y en la escritura. También logró aprender las cuatro reglas con lo cual su padre decidió que ya sabía mucho más de lo necesario y de lo que debían saber las mujeres de la época. Pero ella no estando de acuerdo con esa decisión, pero sin capacidad para decidir por su cuenta, siguió aprendiendo a escondida de sus mayores en los pocos ratos en que podía escaparse de sus obligaciones familiares. 

Sin embargo, el bienhechor que le había enseñado toda esa ciencia era un hombre muy sabio, que harto de las vanidades mundanas y de las costumbres tan lapidarias que corrían por aquella época (eran los tiempos revueltos que precedieron a la entrada de la II República), se había retirado a aquel recóndito lugar en busca de lo que él llamaba la paz interior y de la única Verdad. Por todo ello, imbuyó en Evelita (como la solían llamar) la idea de que todo empezaba y terminaba en Dios, todo se hacía según su Voluntad y que, por tanto, Él era nuestro dueño y nuestro Principio y Fin. 
De esta manera se fue educando Evelita. Ayudando a su madre en las tareas de la casa (faenas estas en las que era muy desenvuelta) y leyendo a escondidas libros de santos, beatas y de la Historia Sagrada que le proporcionaba Don Aniceto. Así, de esta manera se fue creando en ella un espíritu rico en ciencia y en fe. 

Pero ocurre que en el mundo exterior las cosas empiezan a cambiar de manera espectacular. Grandes revueltas, revoluciones, trabajadores que no quieren trabajar, en fin todo el orden establecido, el único que ella conocía estaba cambiando de un día para otro. Ella andaba ya por los trece años y como decía Don Aniceto, Evelita era como una bendición de Dios que llovía del cielo para beneficio de sus padres. Virtudes todas: había heredado y mejorado sensiblemente, las capacidades domésticas de la madre y era ya capaz de gobernar el hogar con la misma sabiduría que aquella. De natural formalidad, nobleza de carácter, humildad y una compostura que parecía de hija de familia acomodada y educada en buenos colegios. Su aspecto exterior era agradable, si bien no era de rasgos agraciados, su semblante, mezclado con un aplomo inexplicable para su edad, la hacían especialmente acogedora en el trato. 

Pero he aquí, que una gran desgracia se cierne sobre el hogar familiar. Su madre, conocida como la Roma (yo creo que era una corrupción de Jerónima), cayó enferma. Se llamó al médico y lo poco que tenían se lo gastaron en éste y en botica por mor de salvarle la vida a la Roma. Pero, aquello no mejoraba, Tenía, según Don Rosendo (el médico de Vejer) que, previo pago de sus honorarios había ido a visitarla, un cólico miserere que estaba acabando con su vida y para el que no había remedio conocido. La pobre Evelita, que a la sazón era ya próxima a cumplir los quince, estaba totalmente rendida de cansancio y no podía con su cuerpo. Cuatro noches hacía ya que no se acostaba; pero su valeroso espíritu la sostenía siempre en pie, diligente y amorosa como una hermana de la caridad. La última noche que veló a su madre en vida, (murió al amanecer), pudo ver como su cuerpo se había deteriorado tanto que ya no parecía ni su madre. Estaba tan vieja, tan vieja y tan fea, que su cara parecía un puñado de telarañas revueltas con la ceniza, su nariz de corcho ya no tenía forma, su boca redonda y sin dientes menguaba o crecía según la distensión de las arrugas que la formaban. Más arriba, entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de pimentón húmedo y lo peor, lo demás de su cuerpo desaparecía bajo un envoltorio de trapos y dentro una remendada falda que Evelita conocía desde que era pequeña. Y aquella mañana murió y su padre le pidió que la amortajara de la mejor manera posible para que el sepelio tuviera lugar de un modo decente y conveniente. Miró en todos los cajones del único armario que había en la casa, en un baúl que la madre guardaba en un altillo, y no encontró nada, ningún vestido presentable, ningún trapo que pudiera servir de mortaja para que el cuerpo de su madre se presentara convenientemente a los vecinos, y sobre todo a las vecinas, para que, como siempre había comentado su madre, no estuviere en boca de todos. Recurrió en última instancia a Don Aniceto, que afortunadamente para ella, conservaba un par de vestidos de una hermana suya que le había visitado en fecha reciente y que los había dejado olvidado allí. El vestido que eligió era un tanto llamativo. De colores fuertes y vivos y un tanto escotado que no se correspondía de ninguna manera, con el recato que se pretende manifieste el cadáver de una señora de cierta edad, que llevaba más de cinco lustros casada en santa y laboriosa paz. Pero no había otra cosa y no tuvo más remedio que utilizar aquello que tenía, Supo por las miradas y los comentarios en voz baja que hicieron las vecinas, conocidas y familiares que acudieron al velatorio, que aquello no era ni lo correcto ni lo adecuado. En definitiva, durante un tiempo, estuvo en boca de todo el mundo; y aquel mismo día se hizo una promesa a sí misma: saldría de allí, se casaría, educaría a sus hijos en el amor y respeto a sus mayores y prepararía su muerte con tanta minuciosidad, que nunca nadie tendría la oportunidad de mofarse, o ni tan siquiera, sonreírse del aspecto que ella pudiera presentar el día de su muerte. Y así lo prometió ante Dios e, incluso, faltando a lo que Don Aniceto siempre le había enseñado, lo juró ante el crucifijo que habían colocado ante el féretro de su madre. 
AQUÍ TERMINA EL PRIMER CAPÍTULO DEL RELATO. Continuará. 
Javier Díaz Arbolí

Acerca del autor de los relatos o leyendas relacionados con Vejer de la Frontera.

Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente.

Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.

Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en estos relatos y otros libros del autor.