3.11.20

LA HISTORIA DE DOÑA EVELIA. Capítulo I


Este relato consta de 3 capítulos.

Primer capítulo 

Evelia Cortés Cercedilla, así aparecía en su Documento Nacional de Identidad. Había nacido allá por el año de 1.921 (en aquella época, eso carecía de importancia porque era muy difícil ir hasta Cádiz para inscribirla en el Registro, e, incluso cristianarla convenientemente), en una choza en Cantarranas. Sus padres eran guardeses de una finca que pertenecía a una familia acomodada de Vejer y que sólo visitaba en épocas de siembra y/o recolección, o bien para ir con sus invitados a cazar perdices, faisanes o conejos. 


Como era lo normal en la época, ella se crió junto a sus dos hermanos mayores sin asistir a colegio alguno porque al ser la única hembra debía ayudar a su madre en las tareas de la casa. Y así lo hizo desde muy pequeña. No obstante, al ser de natural despierto su padre consintió en que pudiera acudir a casa de un vecino que era hombre de letras (Don Aniceto, que así se llamaba) y que le ayudó en sus primeros aprendizajes con el Catón y algunos ejemplares de cartillas infantiles con las que logró desenvolverse más mal que bien en la lectura y en la escritura. También logró aprender las cuatro reglas con lo cual su padre decidió que ya sabía mucho más de lo necesario y de lo que debían saber las mujeres de la época. Pero ella no estando de acuerdo con esa decisión, pero sin capacidad para decidir por su cuenta, siguió aprendiendo a escondida de sus mayores en los pocos ratos en que podía escaparse de sus obligaciones familiares. 

Sin embargo, el bienhechor que le había enseñado toda esa ciencia era un hombre muy sabio, que harto de las vanidades mundanas y de las costumbres tan lapidarias que corrían por aquella época (eran los tiempos revueltos que precedieron a la entrada de la II República), se había retirado a aquel recóndito lugar en busca de lo que él llamaba la paz interior y de la única Verdad. Por todo ello, imbuyó en Evelita (como la solían llamar) la idea de que todo empezaba y terminaba en Dios, todo se hacía según su Voluntad y que, por tanto, Él era nuestro dueño y nuestro Principio y Fin. 
De esta manera se fue educando Evelita. Ayudando a su madre en las tareas de la casa (faenas estas en las que era muy desenvuelta) y leyendo a escondidas libros de santos, beatas y de la Historia Sagrada que le proporcionaba Don Aniceto. Así, de esta manera se fue creando en ella un espíritu rico en ciencia y en fe. 

Pero ocurre que en el mundo exterior las cosas empiezan a cambiar de manera espectacular. Grandes revueltas, revoluciones, trabajadores que no quieren trabajar, en fin todo el orden establecido, el único que ella conocía estaba cambiando de un día para otro. Ella andaba ya por los trece años y como decía Don Aniceto, Evelita era como una bendición de Dios que llovía del cielo para beneficio de sus padres. Virtudes todas: había heredado y mejorado sensiblemente, las capacidades domésticas de la madre y era ya capaz de gobernar el hogar con la misma sabiduría que aquella. De natural formalidad, nobleza de carácter, humildad y una compostura que parecía de hija de familia acomodada y educada en buenos colegios. Su aspecto exterior era agradable, si bien no era de rasgos agraciados, su semblante, mezclado con un aplomo inexplicable para su edad, la hacían especialmente acogedora en el trato. 

Pero he aquí, que una gran desgracia se cierne sobre el hogar familiar. Su madre, conocida como la Roma (yo creo que era una corrupción de Jerónima), cayó enferma. Se llamó al médico y lo poco que tenían se lo gastaron en éste y en botica por mor de salvarle la vida a la Roma. Pero, aquello no mejoraba, Tenía, según Don Rosendo (el médico de Vejer) que, previo pago de sus honorarios había ido a visitarla, un cólico miserere que estaba acabando con su vida y para el que no había remedio conocido. La pobre Evelita, que a la sazón era ya próxima a cumplir los quince, estaba totalmente rendida de cansancio y no podía con su cuerpo. Cuatro noches hacía ya que no se acostaba; pero su valeroso espíritu la sostenía siempre en pie, diligente y amorosa como una hermana de la caridad. La última noche que veló a su madre en vida, (murió al amanecer), pudo ver como su cuerpo se había deteriorado tanto que ya no parecía ni su madre. Estaba tan vieja, tan vieja y tan fea, que su cara parecía un puñado de telarañas revueltas con la ceniza, su nariz de corcho ya no tenía forma, su boca redonda y sin dientes menguaba o crecía según la distensión de las arrugas que la formaban. Más arriba, entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de pimentón húmedo y lo peor, lo demás de su cuerpo desaparecía bajo un envoltorio de trapos y dentro una remendada falda que Evelita conocía desde que era pequeña. Y aquella mañana murió y su padre le pidió que la amortajara de la mejor manera posible para que el sepelio tuviera lugar de un modo decente y conveniente. Miró en todos los cajones del único armario que había en la casa, en un baúl que la madre guardaba en un altillo, y no encontró nada, ningún vestido presentable, ningún trapo que pudiera servir de mortaja para que el cuerpo de su madre se presentara convenientemente a los vecinos, y sobre todo a las vecinas, para que, como siempre había comentado su madre, no estuviere en boca de todos. Recurrió en última instancia a Don Aniceto, que afortunadamente para ella, conservaba un par de vestidos de una hermana suya que le había visitado en fecha reciente y que los había dejado olvidado allí. El vestido que eligió era un tanto llamativo. De colores fuertes y vivos y un tanto escotado que no se correspondía de ninguna manera, con el recato que se pretende manifieste el cadáver de una señora de cierta edad, que llevaba más de cinco lustros casada en santa y laboriosa paz. Pero no había otra cosa y no tuvo más remedio que utilizar aquello que tenía, Supo por las miradas y los comentarios en voz baja que hicieron las vecinas, conocidas y familiares que acudieron al velatorio, que aquello no era ni lo correcto ni lo adecuado. En definitiva, durante un tiempo, estuvo en boca de todo el mundo; y aquel mismo día se hizo una promesa a sí misma: saldría de allí, se casaría, educaría a sus hijos en el amor y respeto a sus mayores y prepararía su muerte con tanta minuciosidad, que nunca nadie tendría la oportunidad de mofarse, o ni tan siquiera, sonreírse del aspecto que ella pudiera presentar el día de su muerte. Y así lo prometió ante Dios e, incluso, faltando a lo que Don Aniceto siempre le había enseñado, lo juró ante el crucifijo que habían colocado ante el féretro de su madre. 
AQUÍ TERMINA EL PRIMER CAPÍTULO DEL RELATO. Continuará. 
Javier Díaz Arbolí

Acerca del autor de los relatos o leyendas relacionados con Vejer de la Frontera.

Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente.

Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.

Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en estos relatos y otros libros del autor.

3 comentarios:

Manoli Revuelta dijo...

Lo he leído,me ha gustado,espero compartas siguientes capítulos.

Eugenio Martínez dijo...

Esperamos, Javier, los dos capítulos que nos debes de Evelita.
Digo que nos los debes porque nos los has prometido y, en mi caso particular, porque necesito una solución a la inquieta curiosidad que me has despertado.
Todos te agradecemos que, en tu jubilación, vayas rellenando los huecos que te queden por ahí sueltos, para que, al mismo tiempo, tus amenos relatos rellenen también los nuestros y, a su vez y como complemento, vayas poblando nuestra cultura andalusí

rafael angel moreno naval dijo...

Precioso relato lleno de lucha interna de la protagonista con su inquietud por los conocimientos, en un mundo hostil para la mujer, y los avatares y obligaciones para con la familia. Bonito retrato de toda una época. Enhorabuena, Javier Díaz. Espero futuras entregas. Gracias.

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