30.5.22

La Sabina de El Hierro una obra de arte del viento. Símbolo de la isla.

Las milenarias sabinas son el testigo fiel de la lucha del pueblo herreño contra los elementos. Sus ramas, duras y retorcidas, acarician el suelo castigadas por el eterno alisio que sacude este lugar. La sabina es el emblema de la isla y forma parte del escudo de El Hierro.

Lo cierto es que afortunadamente en la isla de El Hierro aún quedan algunos mini bosques de sabinas. Y en medio de esas micro poblaciones, los canarios saben que hay un ejemplar con nombre propio, uno que resiste ya más de 500 años… “La Sabina del Hierro” es la sabina por excelencia de todas las islas.

Las Sabinas son árboles con raíces profundas que agarran cepa hasta en terreno rocoso. Ya su tronco apunta maneras retorcidas y ramificadas, como también será luego su copa. La Sabina Canaria no es un árbol al uso, al contrario que la mayoría, este endemismo de las islas Canarias y Madeira, se agarra al suelo con su copa, cosa posible por su inclinación. Es uno de los modelos más representativos de la flora autóctona canaria. Los alisios han ido doblegando las ramas hasta llevarlas al suelo, remodelando las formas de una especie que al natural, puede medir hasta 8 metros de alto.


La corteza es pardo grisácea o pardo rojiza en los brotes jóvenes fácilmente desprendibles. Cuando está en zonas ventosas presenta unas formas retorcidas, tocando en la mayor parte de las veces el suelo. Sus frutos son globosos y carnosos de unos 10 milímetros de diámetro, que llevan de 4 a 10 semillas con una cubierta muy dura que hace difícil la germinación.

El cuervo es la principal ave que favorece la diseminación, de forma que cuando ingiere sus frutos los mezcla con los jugos gástricos de su estómago, disolviendo las resinas que contienen y garantizando una nueva generación de sabinas cuando éstos son defecados.

Este árbol crece en zonas comprendidas entre los 100 y los 650 metros de altitud. Su madera, de gran densidad y resistencia ha formado parte de la actividad doméstica desde tiempos lejanos. Es uno de los ejemplos más significativos de la flora autóctona y aunque existen ejemplares en otras islas, es en El Hierro donde es más abundante formando pequeños bosques abiertos.

TODO UN SÍMBOLO


Este sufrido y legendario árbol ha pasado a formar parte de la simbología de la Isla del Meridiano,. El árbol deja su huella en el pueblo más occidental que tiene España, Sabinosa, debido a la cercanía del más extenso sabinar de la isla y posible bosque de sabinas antes de la deforestación producida en la zona durante el siglo XVI para construir los asentamientos de la población.

De cualquier forma, estos árboles singulares se han ganado el cariño de los herreños y el de sus visitantes, estando presente incluso en la mayoría de los logotipos y anagramas de las empresas herreñas,

El Sabinar de La Dehesa es el mayor y más espectacular de Canarias, estando catalogado en la actualidad como Espacio Natural Protegido. Otros sabinares importantes con los que cuenta la isla son el de El Julan, Frontera y el de Sabinosa.

Este árbol, al igual que el Garoé es uno de los mayores atractivos turísticos con los que cuenta El Hierro. No en vano, está demostrado estadísticamente, que las zonas donde éstos se encuentran, los sabinares, son uno de los puntos más visitados por quienes llegan a esta isla.

LEYENDA


Valentina Sabina Fernández, nació en El Hierro a finales de los años 20 del pasado siglo, de antepasados bereberes. Parecía como si la isla la estuviera esperándola desde siempre, no en vano ella lleva el nombre del árbol emblemático de El Hierro.

Ella explica su historia y la sensación de pertenecer a un mundo que la llenó mágicamente en la Isla del Meridiano: (Ptolomeo pensaba que existía una relación directa entre las claves de la harmonía musical, el movimiento de los planetas y las matemáticas. Los conocimientos del sabio griego abarcaron tanto y llegaron tan lejos que arribaron incluso a las costas de El Hierro. Allí decidió situar a mediados del siglo segundo el meridiano cero, el punto a partir del cual se hacía la oscuridad bajo aguas abismales, en el que fuera el final del mundo hasta el descubrimiento de América en 1492. Esto, sin embargo, no arrebató a El Hierro su carácter de territorio a medio camino entre el mito y la realidad, incluso después de que un congreso científico celebrado en Washington en 1884 decidiera trasladar a la localidad británica de Greenwich la raya que marca la mitad justa del planisferio).

Valentina Sabina tiene un vínculo con el paisaje virgen y salvaje y las formas de vida sencilla y tradicional. De los golpes que le dio la vida aprendió a leer en las arrugas de estos árboles, también la convivencia sana que creó la inundaron de paz.

Y con esa paz, que ha sido su hilo conductor desde entonces, acude todos los días a depositar una flor junto al árbol y a sentarse junto a él para aprender y contagiarse de sus arrugas porque las raíces de las sabinas están ancladas en la isla al igual que ella.

Podría ser que recorriendo el Sabinar la descubras acariciando la rugosa piel de un tronco y comprendas que está hecha del mismo material que el árbol, frágilmente fuerte, orgullosamente inclinada, salvajemente bella.

Aquella pureza de la vida herreña ha cambiado con los tiempos, pero tampoco tanto. Siguen siendo gente sencilla y fuerte que ha sabido preservar sus señas de identidad y proteger la isla de la especulación, gente honesta y respetuosa que permite la vida sin vallas ni cerraduras.

Y la magia de sus costas, sus llanuras y sus montes posee una fuerza telúrica que te reconecta con tu esencia más profunda.

Y aquí su nombre, Valentina Sabina, vuelve a respaldar su opción de vida. Las sabinas eran mujeres de un pueblo de la época de la fundación de Roma. Según la leyenda, fueron raptadas por los primeros romanos que necesitaban esposas y madres para fundar la ciudad. Al tiempo, sus familiares fueron a enfrentarse con los romanos para recuperarlas. Cuando la batalla era inevitable, las sabinas se interpusieron entre los dos ejércitos para evitar una matanza, divididas entre el amor por sus padres por un lado y por sus hijos por otro.


Fuente: Internet
A mi amiga Mayte Guijarro
Gonzalo Díaz-Arbolí

24.5.22

Cavalleria Rusticana, (Nobleza Rústica) Ópera de un acto

El fragmento más popular y bellísimo de la obra es un preludio o Intermezzo que la orquesta ataca en un momento en que los personajes han abandonado la plaza donde estaban congregados para entrar a la iglesia. 

El director Lim Kek-tjiang conduce la Orquesta Sinfónica Evergreen  

Del compositor italiano Pietro Mascagni, representa el inicio en 1890 de un estilo de ópera italiana llamado verismo (*) y que llegó a su culminación a principios del siglo XX. Para su época, este nuevo estilo va a abandonar los temas históricos o míticos del romanticismo para enfocarse en un retrato realista de la vida cotidiana. 

Es un melodrama en un acto Libreto de Giovanni Targioni y Guido Menasci, basado en el relato del novelista Giovanni Verga, autor fundamental en el verismo literario italiano. Es un tema popularruralcontemporáneo de aquella época, y sus protagonistas son gente corriente y humilde. No hay un claro protagonista. Los personajes tienen una similar carga dramática y similar cantidad de canto.

(*) ¿Qué significa verismo en música?

El realismo y el naturalismo literarios llevaron a la música italiana hacia finales del siglo XIX, al llamado verismo (en italiano. vero, = verdadero), como una manera realista de plasmar el mundo, sin ilusión ni idealización romántica y desde la crítica social.
En el verismo el narrador asume una posición neutral respecto del hecho narrado al igual que el científico está fuera de los fenómenos que observa y tiene mucho cuidado de no influir con sus opiniones, prejuicios, etc. En el verismo literario no hay descripciones inútiles, comentarios, ni moralejas.
La ópera con Cavalleria Rusticana (en italiano cavalleria, = caballerosidad, nobleza), vuelve a ser un espectáculo popular, siendo mediadora de una serie de posiciones ideológicas ya citadas: valores ligados a lo rural, (inmediatez, sinceridad, profunda vitalidad de los sentimientos, etc); exaltación del más puro italianismo en la continuidad de la tradición; hallazgo de un concepto de pueblo.

Se estrenó el 17 de mayo de 1890 en el Teatro Constanzi de Roma con un éxito rotundo. Su joven autor, de 27 años, tuvo que salir más de cuarenta veces a recibir esa noche el saludo del público.

Argumento:
Es la historia de un amor robado y vengado. El título alude al código de honor de una pequeña comunidad italiana, una aldea de Sicilia, donde transcurre el drama, a finales del siglo XIX.

Antes de marchar a cumplir el servicio militar, el campesino Turiddu fue novio de Lola, a quien juró fidelidad eterna.
Cuando regresa, Lola se ha casado con otro. Su marido es un hombre de cierta posición económica: el carretero del pueblo, Alfio.
Turiddu, profundamente despechado, con un nuevo amor, “trató de apagar la llama que ardía en su corazón”. Seduce a otra joven del pueblo, Santuzza, que se enamora locamente de él.

Tras un preludio breve, la ópera empieza a telón bajado con la interpretación de una serenata que Turiddu canta a una joven llamada Lola.

El fragmento en cuestión es parecido al estilo de las célebres "napolitanas". Cuando se levanta el telón observamos una plaza pública vacía con una iglesia con las campanadas repiqueteando y una taberna donde está Mamma Lucia trabajando. La gente va llegando a la plaza para entrar en la iglesia. Una de las personas es Santuzza, novia de Turiddu, que acude a la taberna para poder hablar con Mamma Lucia, madre de su enamorado, ya que lo está buscando.


Desde un principio, observamos un poco de reticencias de la madre para responder a Santuzza sobre el paradero de su hijo. Al final, le dice que se ha ido fuera a buscar vino, pero Santuzza no lo cree y lo niega con una actitud celosa.

La llegada de Alfio, marido de Lola, propone un tono más jovial que rompe un poco con la tensión, pero sólo es un espejismo. La entrada en la taberna de Alfio y la conversación siguiente confirma a Mamma Lucia que Turiddu no ha marchado a comprar vino, sino que estaba cerca de la casa de Alfio.

La escena de la iglesia es impresionante cantado por Santuzza, que ha acudido a la iglesia. Fuera de la iglesia, Mamma Lucia le pide a Santuzza que le diga el porqué de hacerle un gesto de callar cuando hablaba con Alfio.

Santuzza le explica que Turiddu ha vuelto con Lola, anterior novia de él, y por ello la ha abandonado. Turiddu le ha robado el honor como Lola lo ha hecho con Alfio. La llegada de Turiddu alcanza grandes momentos de tensión a lo largo de todo el dúo.

Se observa que él, cada vez, se siente más indignado y ella oscila entre los celos y un amor que siente apagado. Lola aparece y la situación no mejora ya que Santuzza le insinúa "que los que no han pecado deben ir (a la iglesia)" en referencia al romance de Turiddu y Lola.

La ruptura entre Santuzza y Turiddu es tan clara que se observa como los ruegos de ella quedan en nada ante él, bastante ofendido, por cierto y sin intención de perdonarla por sus arrebatos de celos. Cuando Turiddu entra en la iglesia, aparece, en mala hora, Alfio llegando a la plaza.

Santuzza le revela toda la verdad entre Lola y Turiddu, lo que provoca la cólera del marido mancillado y sus ansias de venganza.

El último gran momento de esta ópera es la petición de Turiddu a su madre para que ayude a Santuzza en el caso de que él no volviese. Ante la preocupación de su madre por el tono sombrío de su hijo, Turiddu insiste con gran aflicción, como se percibe en ese. Turiddu marcha hacia el duelo y muere. Un grito revela el fatal desenlace y una mujer anuncia la muerte del joven mientras que la orquesta culmina la ópera.


Fuentes: Youtube, Wikipedia
Gonzalo Díaz-Arbolí

21.5.22

Leyenda del Holandés Errante. Ópera romántica

 

Según una tradición oral que se supone tiene como base una historia real, aunque deformada por la imaginación y el tiempo, es un barco que no pudo volver a puerto, condenado a vagar para siempre por los océanos del mundo. El velero es siempre oteado en la distancia, a veces resplandeciendo con una luz fantasmal. Si otro barco lo saluda este también se verá condenado a vagar por las aguas oceánicas.

Las versiones de la leyenda son innumerables, pero la original comenzó con el capitán de un barco holandés, llamado Willem van der Decken, quien hizo un pacto con el diablo para poder surcar siempre los mares sin importar los retos naturales que pusiera Dios en su travesía. Pero Dios, omnisciente, se entera de esto y en castigo lo condena a navegar eternamente sin rumbo y sin tocar tierra, por lo que recibe el nombre de «Holandés errante"

Los grandes océanos vienen alimentando angustias y ansiedades de la civilización, proyectándose en él unas imaginarias historias y hasta en ocasiones macabras. Siempre fue visto como un peligro. En él todo se pudre: el agua potable, la comida y, llegado el caso, el alma misma de la tripulación. Acarrea desgracias. En este caldo de cultivo aparecen las leyendas de los «Barcos Fantasmas», ninguno es inocente, siempre detrás de ellos se esconde el Mal. Lo extraordinario se apodera de los océanos a través de buques aterradores de mástiles rotos y velamen deshilachado o de chimeneas y cascos carcomidos por el óxido y la corrosión. Las historias clásicas de barcos fantasmas nos acompañan ya desde mediados y fines del siglo XVIII. La más famosa de ellas es la del Holandés Errante, fue publicada en 1821 en una revista británica dando pie, en 1832 a un relato escrito por August Jal, de origen escandinavo y tiempo después, el gran Richard Wagner la inmortalizaría definitivamente en la ópera Der Fliegende Holländer (El Buque Fantasma).

Wagner. Obertura de El Holandés errante - Orquesta Sinfónica de Minería

De acuerdo con ciertas fuentes, el capitán holandés Bernard Fokke (del siglo XVII) sirvió de modelo para el comandante del buque fantasma. Fokke fue célebre por la extraña velocidad de crucero que alcanzaba en las travesías entre Holanda y Java, por lo que se sospechaba que había firmado un trato con el demonio. 

Asimismo se dice que este juró, de cara a una tormenta, que no daría marcha atrás hasta doblar el cabo de Buena Esperanza, aunque le tomase hasta el día del Juicio Final hacerlo.

 Se ha hablado también de un horrible crimen cometido a bordo del barco e incluso de una terrible epidemia que infectó a la tripulación, a la que por ese motivo no se permitió desembarcar en ningún puerto, siendo condenados desde entonces —barco y marineros— a navegar eternamente, sin posibilidad de pisar tierra. En cuanto a las fechas en que ocurriría, se ha hablado de 1641 y de 1680.

      El holandes errante - ‘Summ und brumm’


Fuentes: Youtube, Wikipedia

Gonzalo Díaz-Arbolí


19.5.22

La música es una parte fundamental de la cultura. La orquesta

 


Historia:
La palabra orquesta procede del griego y significa "lugar para danzar". Esto nos retrotrae alrededor del siglo V a. C. cuando las representaciones se efectuaban en teatros al aire libre (anfiteatros).
Al frente del área principal de actuación había un espacio para los cantantes, danzarines e instrumentos. Este espacio era llamado orquesta. Hoy en día, orquesta se refiere a un grupo numeroso de músicos tocando juntos, el número exacto depende del tipo de música.
La historia de la orquesta en tanto que conjunto de instrumentistas se remonta al principio del siglo XVI. A mediados del siglo XVIII se inicia lo que podríamos llamar proceso de «estandarización» de la orquesta. Antes de esto, los conjuntos eran muy variables, una colección de intérpretes al azar, a menudo formados por los músicos disponibles en la localidad. Pero es solo en los siglos XIX y XX cuando se desarrollan las mejoras técnicas y, por lo tanto, los cambios relevantes en el sonido de los instrumentos. Lo que facilito a los compositores escribir para orquestas de inmenso tamaño, con más percusión y más cuerdas equilibrando la calidad de los sonidos.

Tipos de orquestas.
   1. Orquesta sinfónica, compuesta por numerosos instrumentos de viento en madera y en metal, instrumentos de percusión y un grupo de cuerda.
   2. Orquesta de cámara, compuesta de instrumentos de cuerda, aumentadas por algunos instrumentos de viento madera y metal.
   3. Orquesta que utiliza una familia de instrumentos: orquesta de vientos, de cuerdas, de metales, de percusión.
   4. Orquesta que utiliza varias familias de instrumentos.
   5. Orquesta de uso especial, cuya composición es variable: orquesta de jazz, de salón, de mandolinas, de balalaicas, etc.

Diferencia que existe entre Instrumentos de VIENTO e Instrumentos de MADERA.
Todos ellos, son instrumentos de Viento. Pero básicamente los hay de 2 tipos:

.Instrumentos de Viento-METAL, conocidos como "Instrumentos de Viento". Su composición material es sólo de metal, muchas veces el latón. La calidad del sonido, depende en gran parte la vibración de los labios del músico. Esos instrumentos son, la trompeta, el trombón, la tuba, la trompa...

.Instrumentos de Viento-MADERA. Conocidos como "las Maderas". Su composición material incluye aparte del metal algo de madera Bien en el tubo o en la boquilla. La calidad del sonido depende en parte de la vibración, de esos componentes de madera. Esos instrumentos son, el saxofón, el clarinete, la flauta travesera y la dulce, el fagot, el oboe...

Los violines, violas, violonchelos, contrabajos...están construidos sobre todo con madera, pero se les conoce como "Cuerdas"
 

En general, ese conjunto se agrupa ante el director en forma semicircular: violines primeros, violonchelos, los instrumentos de madera, las violas, los violines segundos. Detrás en segundo semicírculo, más amplio, en el que se ordenan los contrabajos, las trompas, las trompetas, trombones y tubas, los instrumentos de percusión...

Ni la constitución ni la disposición de la orquesta pueden ser rígidas y definitivas. Caben en ese instrumento de expresión musical extraordinarias posibilidades, y a ellas habrá de ajustarse, en el paso del tiempo, la ordenación orquestal. Cada música tiene, además, su personalidad y su colorido genuinos, que requieren una distinta orquestación. Piense, por ejemplo, en la profunda diferencia que hay entre Wagner y Stravinsky, y esto explicará la diversa constitución que hayan de tener los conjuntos ejecutantes de unas u otras partituras.

     Obertura de Tannhäuser de Richard Wagner


                                              Stravinsky: "Petrushka" - Aleksandr Vedernikov


La música, como todo, evoluciona, y paralelamente ha de ir cambiando también el conjunto de sonidos que en la orquesta sirve de expresión a ese sentimiento artístico. El creador siente dentro de sí un mundo lírico con acentos y tonos muy suyos, que él sólo percibe. La traducción musical de ese mundo íntimo es obra personal. Transformar el sonido que se escucha íntimamente en el sonido que puedan escuchar todos, es obra del propio temperamento, del enfoque genuino y peculiar con que cada artista se sitúe ante la Música. De aquí surgen la variedad y la posibilidad inagotables de la orquesta, esa maravillosa gama de instrumentaciones posibles con las que cada autor trata de dar el cauce adecuado a su inspiración.
Al lado de los instrumentos habituales en toda orquesta, otros que sin figurar normalmente en ella, son exigidos por determinadas creaciones musicales: el piano y la guitarra, por ejemplo.

La gran familia instrumental, puesta ya de acuerdo, ruge, suspira, se embelesa, se demora, se solivianta… En su seno van brotando la angustia formidable de Beethoven, la unción enorme de Wagner, la gracia espiritual y espumosa de los genios franceses, la melancolía huraña de los noruegos, la tristeza irremediable de los rusos… La orquesta, sigue con dócil atención la batuta del maestro. Ella, rige la emoción de la fiesta y la que en nuestro corazón se mete para subrayar la elegancia de los “andantes” y la ansiedad de los “allegros”

¡Maravilloso conjunto el de todos estos instrumentos de formas y siluetas tan contradictorias! Detrás de su Aurea celosía la señorita maestra de arpa continúa satisfecha y formal la serie de sus pellizcos celestiales. De los inflados carrillos de otros señores se desprende el “trueno de oro”, como decía Rubén Darío, del “metal”. El flautín, en la bonachona actitud del que se atusa el bigote, está nada menos que afiligranando sus arpegios de ruiseñor, arpegios que evocan los jardines brujos de la Alhambra o los bosques quiméricos del cielo al atardecer. Hacia la izquierda la voz cavernosa y sesuda de los contrabajos resuena en nuestro esófago, y nos llena de un hondo terror inexplicable. La voz de estos elefantes simpáticos, de madera y de cuerda, tiene siempre para nuestro sistema nervioso algo de amonestación.

Ver a la orquesta es tan interesante y conmovedor cómo oírla. Imagen de la humanidad es; su espectáculo reviste, por consiguiente, ejemplaridad de lección. La sonoridad, es su fase máxima, adquiere sugestiones que atropellan el pórtico del oído y penetran en tropel desenfrenado corazón adentro. La cuerda gime con furia histérica y el metal se hace soberano, la madera impone, en vano, su blandura y voluptuosidad… Todo, la sala y el pecho, retiembla, se agita, se transfigura… ¡Momento de sublime inquietud que los corazones melómanos no olvidarán nunca! Los rostros palidecen; las pupilas se dilatan; en la orquesta mis brazos suben, bajan, se retuercen, se crispan retiemblan engarfiados, rígidos, convulsionados, feroces y trágicos y delirantes… El genio pesa sobre ejecutantes y oyentes...

                             3º movimiento de la 9ª Sinfonía de Beethoven.

Nota del editor:
Desde mi punto de vista, este tercer movimiento (adagio molto e cantabile), que normalmente se interpreta de manera suave y lenta, en tono sentimental en forma de murmullo, que va avanzando desde la más lejana profundidad del campo y da paso al desenlace final. Tiene una parte imitativa muy importante, pues comienza y termina muy lentamente, como si la música surgiera de la nada, como si nunca fuera a terminar de empezar o de acabar. Creo que es por sí solo una obra maestra. Evoca toda suerte de sentimientos de grandeza y orgullo, eleva cualquier espíritu.   


Fuentes:
Libro: Cuentos de Música, Pag. 115. Emiliano Ramírez Ángel
Observaciones del médico y pianista, Julio de la Rúa
Internet
Gonzalo Díaz-Arbolí


15.5.22

PREGÓN DE LA VELADA EN HONOR A LA VIRGEN DE LA OLIVA AGOSTO 2018. OLGA RENDÓN INFANTE

 


Vejer,
raíz del viento y del ave,
tallo eres del sol primero,
llevas clavadas en tus blasones
divisas y huellas de otras edades,
y en el firmamento otra estrella eres.

Excelentísimo señor Alcalde, miembros de la Corporación Municipal, Cobijada Mayor y Cobijadas de Honor, amigos, visitantes, vecinos de Vejer, buenas noches a todos y gracias por acompañarme en este acto. Gracias en especial a la Delegación de Fiestas, por concederme el honor de poder dirigirme a mi pueblo y anunciar el comienzo oficial de la velada de agosto en honor a nuestra patrona, la Virgen de la Oliva.


He querido abrir este pregón con música y con poesía: en música, los acordes de la guitarra de Nono García; en poesía, unos versos del pintor y poeta Manuel Manzorro, paisano del pueblo, que he escogido porque para mí tienen un valor especial. “Vejer, raíz del viento y del ave...” así comienza este poema que se sabe de memoria mi padre. Él lo recita con una honda solemnidad, porque para él la palabra “Vejer” es sagrada. Como sagradas son la tierra y la memoria.

Acompañada de música y poesía entono mi voz en este pregón, y la siento como el relevo de las voces de otros pregoneros que antes que yo cantaron al pueblo, encumbraron sus encantos, pasearon nostálgicos por los recuerdos de su infancia y dedicaron amorosos elogios a la patrona. Mi voz se hunde en esa misma corriente de voces que fluyen en el tiempo. 

Aquellos lectores que lo deseen, pueden elegir seguir leyendo el pregón o  escuchar de viva voz a la pregonera  pulsando   AQUÍ  

Yo, como cualquier vecino de este pueblo, pronuncio la palabra “Vejer” como una insignia. Con esta palabra me reconozco y me nombro, y con ella invoco a mis ancestros: a mi abuela Josefa, que le enseñó a mi padre la honestidad en tiempos de penurias, allí en la Santa Lucía de posguerra, en donde la dureza del hambre se suavizaba con la frescura de los arroyos que bajaban entre verdores por las huertas. A mi abuela Nicolasa, a quien mi madre describe con admiración como una mujer generosa, valiente y emprendedora, siempre vestida de verde por promesa a la Virgen. Fuertes mujeres de mi familia, hijas de este pueblo de Vejer, que pisaron estas mismas calles encaladas, que oyeron el mismo repique de las campanas cada quince de agosto, que invocaron con igual fidelidad el nombre de la Oliva y supieron inculcar a sus hijos la devoción por la virgen como auténtico patrimonio del amor que yo misma he heredado. En las imágenes de aquellas mujeres de mi familia busco mi reflejo y mi esencia. Los busco también en mis padres, a quienes debo el vínculo con esta tierra, el amor por Vejer, por los campos y los paisajes en los que he tenido la suerte de nacer a la vida.

Qué privilegio y qué responsabilidad para mí hacer que mis sentimientos esta noche sean un reflejo de los de todos, que mis recuerdos evoquen a los que ustedes también guardan. Ojalá que sea capaz de expresar en este pregón el mismo amor que ustedes sienten por el pueblo y por nuestra Virgen.


Ayer, diez de agosto, como cada año, comenzó la velada con la subida de la Virgen desde su santuario de la Oliva, lugar mágico que ocupa un rincón privilegiado en el corazón de los vejeriegos. Pero realmente, estas fiestas patronales empiezan mucho antes. Casi desde el principio del verano el pueblo se va preparando para lucir -aún más espléndido si cabe- en agosto: se pintan las casas, se arreglan las rejas, se encalan las fachadas… Así se hace, año tras año, desde que se guarda memoria de este pueblo, o al menos, desde que yo guardo la mía; porque a mí, como a tantos niños, también me tocó ir a comprar los cubos de cal a la Judería, y por el Callejón de las Monjas, cerca del castillo, me llegaba el frescor umbrío de los patios de esa calle, con sus lozas de tarifa, con sus macetones de flores. En esas primeras tardes de comienzo del verano, a la caída de la tarde, con el reflejo naranja en las paredes de blancura, las mujeres se sentaban al fresco y los hombres se reunían en las tabernas con una copa de vino de Chiclana. En la puerta de Begines nos saludaban a mis hermanos y a mí, con gestos toscos pero amistosos, cuando entrábamos a probar los primeros caracoles de junio, a los que nos convidaba nuestro querido tío Juan Rendón.

Hablo del verano en el pueblo y evoco mi infancia inevitablemente: jugar siempre en cuesta, entrar en los patios de los vecinos con la confianza de hacerlo sin tener que llamar, sentarse en los escalones de la calle y ver el trasiego de mujeres que entran y salen de la Cooperativa Infante. Allí veo ahora a la niña que fui, buscando a mi abuelo Manuel, que está sentado, majestuoso como yo lo veía, en su silla de siempre, y me acerco para darle un beso como quien se acerca al trono de un rey. Colgados del techo hay cacerolas y enseres. Veo los mostradores de la ferretería y de la mercería. Despachando está mi tío Sebastián, con su torrente y su vitalidad de hombre acostumbrado al trato del comercio, y Pepe Tello y Juan, formando tertulias en la tienda con la gente del barrio; charlas y bromas con las mujeres que vienen a por los mandados con bulla por el trajín de la casa todavía a medio hacer.

En julio, ya bien entrado el verano, cambiaba el escenario de los callejones del casco antiguo por el de los campos de Vejer. Era el Palmar entonces aún una playa virgen y solitaria, dispuesta siempre para los niños a las incansables jornadas al sol, con todos los amigos de siempre, mis padrinos y los vecinos de cada verano. Y sobre todo recuerdo Santa Lucía y Libreros. Aún busco el sol de aquellos días, el frescor del agua de los arroyos y de la alberca, el olor intenso a huerta recién regada, entre nísperos, parras y naranjos; el contacto con la tierra. Conservo como un precioso legado la memoria feliz de aquellos tiempos que nos regalaron mis tíos paternos.

Y todos los veranos –que parecían interminables en la infancia- desembocaban en la feria de agosto, que se estrenaba el día de san Lorenzo.

El día diez, como ayer, se repitió la tradición de subir la imagen de la Virgen desde su santuario, por ese camino en cuesta y entre pinos que tantas veces habremos recorrido en nuestras excursiones las niñas del colegio de las monjas; o cada 7 de mayo, en el que los vejeriegos compartimos hermandad y devoción por la Oliva con la buena gente de Barbate, pueblo vecino al que tanto le debo.

Pero ningún paseo al santuario como el del día 10 de agosto. Con los primeros avisos de las campanas, sube hasta Vejer la imagen de la Virgen. Su silueta se divisa al final de la cuesta, entre el ramaje de los árboles y la polvareda que levanta el gentío que viene acompañándola. Por el otro lado, desde la cuesta de San Miguel y en representación de todo el pueblo, se acerca la comitiva: el alcalde, el párroco, las cobijadas de las fiestas,… nombres y personas que van cambiando a lo largo del tiempo, pero siempre abriendo paso, la figura seria y solemne del macero. Los que no pueden hacer el camino con la Virgen suben a San Miguel a recibirla; más que a recibirla, a “esperarla”, como decimos nosotros, esperarla como quien espera a un ser querido, al familiar o al amigo que vuelve al pueblo en las fiestas a pasar una temporada en casa. Y por allí aparece su imagen, aún sencilla, sin engalanar, abriéndose paso entre los vejeriegos que recuerdan en esos momentos, con emoción contenida, la ausencia de nuestros mayores que fueron quienes, alguna vez, nos tomaron de la mano de niños y nos llevaron a san Miguel.Y nosotros ahora, repitiendo fielmente el mismo gesto con nuestros hijos, hacemos el camino a la Oliva con ellos o esperamos allí mismo en San Miguel; los tomamos en brazos, los subimos a hombros para que puedan reconocer su imagen, que se acerca elegante mientras suena la banda de música. Es una manifestación sencilla, pero honda y sentida por todos los vejeriegos. Una tradición que se traspasa de generación en generación.

Alrededor del 11 de agosto como hoy, celebrábamos la coronación de la entonces “Reina de las fiestas” y sus damas de honor, y todos –tal como seguimos haciéndolo- repasábamos el programa de feria para ponerles nombres a esas muchachas fotografiadas con el estilo y los peinados de la época, con la ingenuidad de las poses forzadas de quienes no estaban acostumbradas a fotografiarse para exhibirse, cosa tan frecuente ahora. Y veníamos aquí, a la plaza de España, a ver la coronación y a escuchar la orquesta, como antes lo hicieron otras generaciones en esta misma plaza, convertida en los años cincuenta y sesenta en Caseta Municipal durante la velada patronal. Por aquel entonces la reina de las fiestas y su séquito –todavía vestidas de blanco y no de cobijadas- abrían el baile con las canciones del conjunto musical de moda, y se divertían como nos hemos divertido después los jóvenes de otras generaciones, como se sigue haciendo hoy día. Y en aquellas primeras noches de feria, como ahora, se daban largos paseos por la Corredera hasta llegar a los puestos de los Remedios y a los cacharritos.

Los días de la velada continúan y llega el 14 de agosto. Ese día un nuevo toque de campana anuncia el comienzo de la novena. De pequeña, mis hermanas y yo veíamos a los vecinos acercarse desde los callejones hacia la puerta de la iglesia llevando cada uno su silla, y al entrar se sentía todo el calor del verano impregnado del olor de los nardos, del incienso y de las velas. Hombres y mujeres, con la medalla verde de la hermandad, iban llenando poco a poco la iglesia para rendir culto a la patrona.

Recuerdo de niña que, en esas largas novenas, rezaba las oraciones de entrada en las que se alababa a la Virgen con unas palabras que entonces no entendía, pero que me fascinaban: “…como los cedros del Líbano, como la rosa en Jericó, como la Oliva frondosa en los campos, como la Palma en Gades”…. Y repetía el nombre de esos lugares exóticos que leía en las plegarias y experimentaba sin saberlo el poder que tienen las palabras. Me emocionaba esa oración en coro de toda la iglesia, abarrotada de gente del pueblo y de los campos que allí, congregada frente a la patrona, cantaba al unísono un himno a la Oliva de Paz, a la que le dedicaban con devoción palabras de amor que podrían ser del Cantar de los Cantares: “¡Oh reina, más suave que el néctar, más dulce que la miel, más pura que los cielos, más luciente que el astro hermoso de la mañana!”.


Las palabras tienen mucho valor. Su poder para evocar es inmenso. Las palabras entran silenciosas en nosotros y van construyendo nuestra manera de percibir el mundo y de sentirlo.

A mí me enseñaron desde pequeña, en mi casa y en el colegio, a rezar de memoria palabras a la Virgen, a cantarle. Pero ahora que soy mujer, que soy madre, me fijo en la imagen de la Oliva y la veo de una forma diferente, con una ternura y una cercanía que no sentía antes. Veo sobre todo a otra madre con su hijo en brazos, sencilla en adornos, generosa en su actitud. Me fijo en el pajarillo que el niño guarda con delicadeza en la mano, y en la rama de olivo que ella -humilde pero poderosa- muestra como una antorcha de luz. Esa es “la fe de mis mayores” que diría Antonio Machado, la que yo he heredado, la que respeto, la que siento que me protege. Y pienso que el cariño y la devoción sincera que hay por la Virgen de la Oliva y que está presente no sólo en agosto, es símbolo del pueblo, de aquello que nos une a los vejeriegos por encima de todas las diferencias que nos puedan separar a lo largo del tiempo.

Y llega, por fin, el 15 de agosto. Recuerdo que, ya en las vísperas, al repiqueteo incesante de las campanas, se unía el bullicio vivo de la tienda de mi tío, en donde se despachaban con urgencia -hasta bien entrada la tarde- los moños, las medias, las colonias que venían sobre todo a comprar de última hora las gentes de los campos, que llegaban para las fiestas abriendo sus casas antiguas del pueblo, descubriendo para nosotros los patios y los portones cerrados durante el año; como hacían mis tías, Isabel y Ana. Ese ajetreo era el eco de la vida que había entonces en el casco antiguo, lleno de vecinos que nos han visto nacer y que siempre nos han tratado con cariñosa familiaridad. Por la Costanilla, los Callejones Oscuros, la cuesta de Eduardo Shelly -donde vivían mis amigas de siempre- por la calle Rosario, por la puerta de la iglesia… parece que los escucho ahora hablar y saludarse. Todas esas personas entrañables que poblaron las calles de mi infancia -tan diferentes ya y tan vacías de vida-, todos esos lugares que retienen el eco callado de sus voces, fueron el escenario donde tuve la suerte de crecer en libertad.

Entonces, como ahora, ese día grande del 15 de agosto nos despertábamos con la Diana Floreada de la banda de música mezclada con el repique continuo de las campanas anunciando la solemne Función de las once. Todavía seguimos, como se ha hecho siempre, preocupándonos de estrenar ropa ese día para asistir a la misa cantada por la coral, y en la que, al acabar se intercambian felicitaciones, no sólo porque sea el santo de las “olivas” sino también porque es el día de todos los vejeriegos. Recuerdo que después de almorzar el pollo de campo y la sandía que nos traían mis tíos, nos preparábamos de nuevo para ver la procesión de la Virgen, que salía ceremoniosa de la parroquia, como todavía lo hace, para recorrer las calles que trazaban el mapa de mi infancia.

Después de bajar por los callejones para llegar a esta misma plaza, la imagen seguía hacia la Corredera pasando por donde estaban El Barato, la tienda de Adela, el antiguo Casino, y más adelante el bar la Ratonera. Y cuando llegaba a la Plazuela, la procesión se paraba frente al edificio que fue mucho tiempo el sindicato donde trabajó mi padre tantos años, y en la esquina del café Chirino me parece estar viendo a Silverio el fotógrafo, preparado con su cámara.

Antes de tomar impulso para subir la cuesta que lleva su nombre, la Virgen pasaba por el gran escaparate de lo que para mí fue siempre el corazón de la Plazuela, y que sigue ahí, aún latiendo: el bazar de Juan Infante. Dentro de la tienda siempre recuerdo a mi tío, entre sus papeles, con su perenne sonrisa beatífica.

El paso sigue fiel a su recorrido de entonces. Sube la cuesta de Ntra Sra. de la Oliva con firmeza, de un tirón, dejando atrás comercios que han ido transformándose con el tiempo en otros espacios; borrando estampas que ya no existen de las calles que siempre conocí: la tienda de Gonzalo, el Banco Central, la barbería de Tello, la botica de Antonio Morillo, la prensa de Ramón Vallejo, la zapatería de Astorga, la tienda de repuestos del Móvil,.. La imagen de la patrona hace un descanso al final de la cuesta, justo donde yo me paraba a mirar el escaparate de Mariló antes de comprar una chuchería en el kiosko de Manolo. Y luego dobla, con natural elegancia, para subir la escalinata de acceso a la iglesia, allí mismo donde yo me persignaba de niña delante del cuadro de la Virgen.

Dicen unos versos del poeta vejeriego Paco Basallote:

Paseo las viejas calles de la infancia,
acaricio sus piedras desgastadas,
pulidas por el tiempo,
y en el geométrico legado de su traza,
leo los signos escondidos
entre las briznas de hierba y la suavidad de la jabaluna,
y siento la verdad del tiempo
y los ritmos perdidos de la tierra.
Paseo las viejas calles de la infancia
y acaricio el tiempo detenido.”

El tiempo se detiene en mi casa. En el número cinco de la calle Rosario. En la casa donde nació mi madre, donde nacieron mis hermanos mayores, donde conservamos entrañables momentos de nuestra historia familiar. Se detiene el tiempo en esta casa centenaria, con su escalera empinada, sus balcones y su azotea. Cuánta vida en las azoteas hemos hecho la gente de este pueblo…

Recuerdo que desde ese mirador discreto y silencioso, con el olor de la ropa limpia en el tendedero, miraba las azoteas de los vecinos, el íntimo trasiego de sus vidas. Como gatos los niños saltábamos por los pretiles; jugábamos tanto por sus laberintos como en la calle. Ahí estaban, en la azotea de mi casa, los geranios y las macetas de nardos de las que brotaban espléndidas varas que adornaban los balcones del salón, envolviendo toda la calle con su intenso perfume a noches de agosto.


Me recuerdo de niña en esa azotea con la mirada abierta al campo, a la silueta imprecisa de pueblos que se ven en lontananza -Medina y Alcalá- el relieve de montes a lo lejos, carreteras que se pierden en el horizonte, cultivos con diferentes tonos verdes y ocres entre el recorrido sinuoso del río Barbate. Tierra trabajada por la mano de cuánta gente anónima, vidas sencillas y laboriosas, expertas en presentir las señales del cielo y los anuncios de la tierra, para adelantarse y prever la cosecha. Una honda sabiduría de personas curtidas en el esfuerzo que hicieron la historia de este pueblo y cuyas vidas pasaron, cuya memoria se borró. “Buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra.” Así lo escribió el poeta Antonio Machado hablando de los labriegos de Castilla, como si quisiera referirse también a los de tantos otros lugares de España, a los labriegos de los campos de Vejer. Pienso todo eso cuando me asomo al mirador de la Corredera, o al mismo pretil de la azotea en el que me encaramaba de niña. Cuánto ha cambiado el pueblo pero cuántas cosas permanecen también inmutables en el tiempo. Ahora, como entonces, gráciles gorriones dan saltos diminutos por el borde del pretil; de vez en cuando corta el aire el vuelo veloz de algún grajo que sale del campanario. Y sí, ahora, como entonces, siguen las campanas volteando con el mismo tañido.

Crecí bajo el campanario. Su sonido es el más imborrable de mi infancia, su repique del 15 de agosto sigue resonando dentro de mí cuando lo evoco, como les ocurrirá a tantos vejeriegos.

La memoria selecciona: se queda siempre con los sonidos de todo aquello que amamos. Y también con los olores. Y para mí los olores de agosto en Vejer son los nardos en el balcón de mi casa, el jazmín del patio de María, y el olor a pan caliente que salía a medianoche de los hornos de la panadería de Márquez. La luz y el agua. Patios, azoteas, campanarios. El viento soplando con furia en los callejones. Esas son las impresiones vitales que forjan el alma.

Y forjan nuestras almas también las vivencias que se heredan; lugares y momentos que no viví pero de los que he oído hablar porque pertenecen a la memoria de generaciones anteriores. Somos fruto de la historia de este pueblo, que nos ha hecho ser como somos. En nosotros está el legado que nos dejó la honrosa valentía de ilustres vejeriegos, como Juan Relinque y su mujer Leonor Sánchez que defendieron nuestras Hazas, o la legendaria Catalina Fernández, luego llamada Lal-la Zhora. Pero también nos ha forjado esa otra historia callada protagonizada por héroes anónimos, vejeriegos que supieron, en algún momento difícil de la historia, estar a la altura de las circunstancias con una gran dignidad y un hondo sentimiento del deber. Son la huella silenciosa, pero fuerte, de nuestras raíces.

Soy consciente, y creo que todos los de este pueblo lo somos, de sabernos depositarios de una riquísima historia y de una larga tradición que hasta ahora hemos sabido preservar con orgullo y compartir con generosidad.

El 15 es la fecha señalada en la feria de agosto, pero ese día pasa y la velada continúa aún unos días más. Se repiten los rituales que marcan el calendario: se presentan ante la Virgen a los niños nacidos en el año, los matrimonios que celebran sus aniversarios de bodas preparan las ofrendas en la novena, se comparte con la patrona el recuerdo emocionado de los familiares fallecidos… Hay un clamor silencioso de fieles que expresan en la intimidad de sus oraciones los agradecimientos y las peticiones; y acuden a la Virgen de la Oliva para ponerse en sus manos.


En esos días miramos el programa de feria para ver qué espectáculos habrá en la plaza: un día, copla para los mayores; otro, payasos para los niños y cada noche la orquesta que cierra el baile con las canciones de moda del verano. Unas canciones que suenan vivas en la plaza pero que se van apagando a medida que uno se aleja y se adentra en el silencio de los callejones.

Y por todo el casco antiguo resuena durante la noche flamenca una música cargada de sentimiento: son los quejíos del cante jondo que viene de las murallas. Resuena a lo lejos el rasguido de una guitarraque se cuela con fuerza entre los visillos del balcón abierto. La cal de las paredes recoge el eco de los acordesy se confunde con el sonido de los grillos que le cantan a la luna.

Recuerdo especialmente de esas noches de velada los bailes en el cine Corredera, con la imagen de la Cobijada que parecía vigilar la entrada. Desde el mirador veíamos el ambiente de abajo: las pandillas de jóvenes, las parejas que van naciendo al calor de las noches de verano. Y cuánto hemos bailado también en esta plaza de los Pescaitos, en torno a la fuente, bajo los farolillos y las luces. Veo fotos de los bailes de otros tiempos; en ellas aparecen -risueños y joviales- aquellos muchachos de los años cincuenta, con el porte de los galanes de cine. Con qué discreta elegancia se marcan todavía un pasodoble estos matrimonios honorables, que apenas tienen ya ocasiones de bailar, y que recuerdan con ese pasodoble en pareja que también para ellos brilló alguna vez la primera juventud.

Mis recuerdos se confunden con los de otras personas que me precedieron. Yo también bailé y me enamoré en esos bailes de verano, en las noches de agosto en las que uno empieza a sentir la emoción de los primeros impulsos del corazón.

Así van pasando los días de la velada, hasta que llega el último, el día 24. En la parroquia, la Virgen ya ha bajado de su verde pedestal y espera preparada para el viaje de vuelta. En un silencio conmovedor se despiden de ella los últimos vejeriegos que acuden a su templo. La mayoría son mujeres y hombres que prefieren no despedirse en san Miguel, sino en la intimidad de la iglesia. Han vivido ya muchos veinticuatros de agosto y en cada despedida son conscientes de que van cerrando capítulos de sus vidas. La Virgen sigue eterna en su imagen, pero nosotros somos cada año un poco más frágiles, y nos sentimos más indefensos y vulnerables; por eso buscamos refugio a nuestros temores en la serenidad de su mirada de madre.

Las campanas suenan con fuerza mientras sube hacia el cementerio, hasta donde el cortejo oficial la acompaña. De nuevo el nudo en la garganta cuando suena el himno que marca la banda de música y la imagen se da la vuelta por última vez para despedirse de su pueblo. Se marcha y sentimos la tristeza de cuando se despide a alguien querido de la familia. Se acaba la velada y volvemos de nuevo a la rutina. Hasta el tiempo parece cambiar: las tardes son ahora más cortas, por la Corredera sopla un frío viento del norte y el cielo anuncia la llegada del otoño.

Así pasa una velada tras otra. Verano tras verano. Así pasaron para mí mientras fui creciendo. Y en cuanto tuve oportunidad, salí fuera de Vejer y sus fronteras, animada por las inquietudes que me empujaban -como a cualquier joven- a buscar otros horizontes, a iniciar mi propio vuelo. Necesitaba satisfacer una curiosidad que me despertaron muchas personas a las que quiero, pero sobre todo Paco Algora, que fue para mí mi primera ventana al mundo, a los libros, a mí misma. Y ahora que en el trabajo estoy cada día en contacto con jóvenes, veo lo necesario que es despegarse de los vínculos para volver luego a ellos desde la propia voluntad, empujados por el amor y la gratitud.

Recuerdo el día en que mi padre me acompañó a coger el autobús la primera vez que salí a Sevilla para estudiar: “Tú vete donde sea, pero no olvides tus raíces.”- me dijo. No las he olvidado. Y guardo además una deuda impagable con mis padres, que alentaron mis decisiones y me siguen esperando fielmente en cada regreso.

Cuando me marché a estudiar me separé de mis callejones, del campanario, de la azotea y cada vez que volvía al pueblo, después de pasar un tiempo fuera, veía desde el autobús que paraba en la Barca, la majestuosa araucaria, que era el punto de referencia de ese retorno. Y al subir la sinuosa carretera, cuando detrás de la primera curva aparecía repentinamente la imagen del campanario y la Corredera pensaba “Vista al pueblo” por fin, como decía mi abuelo. Aún hoy al venir desde Medina y Sierra Graná y ver majestuosa la silueta de Vejer recortada en lo alto se me viene a la mente de nuevo ese verso: “Vejer, raíz del viento y del ave”.

Así será por siempre. Este pueblo nació como enclave de referencia, como lugar de retorno. Más aún en el mes de agosto. En cada velada los que están fuera regresan a buscar sus orígenes. Como aves que emigran volvemos al nido de la infancia, porque necesitamos recordar de dónde somos y cuáles son nuestras raíces. Hundimos los pies en esta tierra a la que tanto debemos y repetimos amorosamente las costumbres que nos enseñaron nuestros mayores, y así nos sentimos más vinculados que nunca a la memoria de nuestro origen, a este pueblo cuyo signo llevamos grabado en el alma.

Vejer, entre el cielo y la tierra, mirador africano, dominador de la historia, con sus intrincados callejones que esconden misteriosas cobijadas, con sus murallas fortificadas y sus irreductibles almenas. Pero también pueblo de la miel, de la redondez de esquinas encaladas, del frescor suave de los patios y sus jazmines. Así es Vejer, estandarte de mi honra.

No sólo las palabras, también la música recoge la esencia de este pueblo y sus encantos: Vejer es como un sueño, un edén de cal y de flores. La muralla, la media luna de sus noches, el silencio. El jazmín y la piedra prendidos para siempre… Así lo canta Mariló Rico en este “Bolero de Vejer”

La memoria nos sirve para agradecer el privilegio de sabernos vinculados a esta tierra. Somos un pueblo que reverencia su historia y sabe cuidar su legado. Quiero creer que sabremos asumir los cambios que el tiempo impone conservando la autenticidad y la verdadera esencia de Vejer, que siempre brillará –como dijo su poeta- “ajena a los designios de los hombres, consciente de la eternidad de su belleza”,

Yo les invito a que disfruten en estos días de esa belleza eterna de Vejer. Disfruten del calor de la familia, de los amigos, del reencuentro con los paisanos. Paseen por las calles de la infancia y déjense conmover por sus recuerdos. Sientan hondamente las tradiciones que los han forjado, las palabras que los identifican y sobre todo vivan y compartan el cariño por nuestra patrona.


Que ella nos proteja y nos mantenga a todos unidos como hasta ahora.

Amigos, paisanos, visitantes del pueblo: les deseo que pasen una feliz velada de agosto y ¡viva por siempre la Virgen de la Oliva!

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Resumen biográfico de, Olga Rendón Infante;

Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y doctora por la Universidad de Cádiz. Actualmente imparte clases en el Instituto de Educación Secundaria Trafalgar, de Barbate, y pertenece al Grupo de Estudios de Literatura Española de la Universidad de Cádiz. Su natural inquietud la ha llevado a investigar los entresijos de la Literatura, sobre todo Contemporánea. Es experta en la poesía española de posguerra y su libro “Los poetas del 27 y el grupo Cántico de Córdoba” es fruto del trabajo de investigación que le sirvió para obtener un sobresaliente cum laude en la lectura de su tesis doctoral “Ricardo Molina y la Generación del 27 a través de un epistolario inédito”. Ha participado como conferenciante en seminarios y cursos de verano sobre literatura andaluza y ha publicado numerosos artículos para revistas, reseñas y capítulos de libros sobre escritores andaluces contemporáneos.

Katiuska. Zarzuela en dos actos, en prosa y verso

 



Texto original de E. GONZÁLEZ DEL CASTILLO y MANUEL M. ALONSO
Música de PABLO SOROZÁBAL
Estrenada el 27 de enero de 1931 en el Teatro Victoria de Barcelona
La acción transcurre en Ucrania

ARGUMENTO
Interior de una posada. Es el momento de la expatriación de los ucranianos. En la posada, las mujeres rezan. Boni, el joven posadero, su tía Tatiana y su novia Olga se lamentan de que el Soviet haya incendiado el palacio del joven príncipe Sergio, que suponen muerto. Llega el comisario del Soviet de Kiev para incautar las tierras y resulta ser Pedro, que ante el asombro de todos dice ser el comisario que viene para prender al príncipe Sergio, milagrosamente salvado y huido. Los campesinos le desprecian porque ven en él un enemigo, pero les dice que cumple una misión y les promete volver.

De pronto llega el príncipe Sergio y los campesinos lo vitorean. Viene con Katiuska, que viste el traje de aldeana que utilizó para salvarse. Quieren socorrer al príncipe y éste les advierte del peligro que corren pues han puesto precio a su cabeza. Pide que socorran a Katiuska, a quien encontró en la confusión de la huida. Ella le dice haber perdido su familia y sus bienes.

El príncipe al marchar entrega monedas de oro al posadero para que cuiden a la joven. Llegan los soldados del ejército rojo e intentan acercarse a la atemorizada Katiuska. Aparece Pedro, defiende a la joven y ella le dice que ignora quién es, si bien recuerda que su abuela le decía que era diferente.
Llegan los campesinos dispuestos a linchar a Pedro Stakoff pero Katiuska lo protege escondiéndole en su habitación.

 

El segundo acto transcurre en la misma posada. Los campesinos suponen que Pedro pudo escapar pero quizá herido. Llega un vagabundo viejo y mal vestido con un acordeón. Pide asilo y le dejan dormir al lado de la lumbre.
Katiuska creyéndose sola entona una canción que el mendigo dice conocer y le pregunta donde la aprendió, al describir ella algunos detalles del lugar y de las costumbres donde vivió, el viejo le ayuda a recordar dándole datos concretos que demuestran el conocimiento exacto de la familia de Katiuska.

Más tarde, aparecen los soldados mandados por Pedro. Traen prisionero a Sergio. A preguntas de Katiuska, el comisario responde que cumple con su deber. Pedro supone que Katiuska le odia por haber prendido a su salvador de quien la cree enamorada. Katiuska le revela que es a él a quien quiere. Entran los soldados rojos que traen prisionero al conde Iván que dice que él es sólo un músico vagabundo, pero el príncipe Sergio al saludarle le descubre sin querer. Katiuska le reconoce entonces como el amigo más fiel del Zar y el viejo le dice que ella es Katiuska Ivanov, hija de la soberana rusa. El asombro es general. Pedro les tiende un salvoconducto para que todos puedan pasar la frontera, incluida Katiuska. La princesa sin embargo no quiere abandonar a Pedro.
El comisario del pueblo deja partir a los prisioneros menos al príncipe y a Katiuska le da la opción de abandonar Rusia o vivir en ella como una mujer del pueblo. La decisión es quedarse con Pedro.

13.5.22

Teresa Berganza ha muerto hoy en Madrid a los 89 años.

Estudió piano, armonía, música de cámara, composición, órgano y violoncelo. Pero se dedicó al canto después de pasar por el aula de Lola Rodríguez Aragón.


Nunca renunció a su estilo madrileño de la vida. Nació en la calle San Isidro de Madrid, como no podía ser de otra manera.

Por deseo de la artista no habrá velatorio ni entierro público. Nuestro homenaje será recordarla en toda su plenitud y seguir disfrutando de ella a través de sus interpretaciones para recordarla siempre”.

Deja un inmenso vacío que llena la historia de la ópera. De pocas personas se podía aprender tanto lo que es saber mantener alta la dignidad de su arte.

El blog “Desde mi rincón del arte” la quiere recordar con esta:
Canción española «De España vengo», de la zarzuela El niño judío (1918), música de Pablo Luna y libreto de Antonio Paso y Enrique García Álvarez. Teresa Berganza, mezzosoprano.


De España vengo, soy española,
en mis ojos me traigo luz de su cielo
y en mi cuerpo la gracia de la Manola.
De España vengo, de España soy,
y mi cara serrana lo va diciendo,
y mi cara serrana lo va diciendo que
he nacido en España por donde voy...

Perdonen la brevedad de la noticia por la urgenciapero merecía la pena.

 

                                                                           Gonzalo Díaz-Arbolí