La radio de la participación.
El 6 de octubre de 1977, reinando Juan Carlos y siendo presidente del gobierno Adolfo Suárez y ministro de Cultura, Pio Cabanillas Gallas concluyó el monopolio informativo que Radio Nacional tenía desde finales de la guerra civil.
Se terminaba por fin a la época del “parte” oficial, diario y obligado. Desaparecían los conceptos de desinformación, manipulación y autocensura. A partir de entonces, el oyente eleva el listón de sus exigencias y busca programas más abiertos y entre los de mayor audiencia se encuentran los informativos.
Porque el espectáculo puro, en forma de ficción y de concursos, se lo llevó la televisión. La radio tuvo que hacer su propia revolución interior, y ante el panorama que se le presenta, no tarda en convertirse en abanderada de la libertad de expresión.
Es a partir de ahí, cuando se puede decir con fundamento de que nada es imposible para la radio que nutre sus contenidos, gracias a un contacto cada vez más cercano con sus oyentes, contacto que se convierte en participación.
Tres equipos tiene la radio de la participación. El primero, el que forma el comunicador con los oyentes. El segundo, el que forma el comunicador con sus colaboradores en el micrófono. El tercero, el que forma el comunicador con sus compañeros de redacción.
La radio es equipo porque la comunicación lo es. Se trata, en definitiva, de la forma más hermosa y perdurable de relación personal. El comunicador encuentra su recompensa desde el momento en que a través del teléfono-micrófono encuentra multitud de voces, muchas veces habituales, que dan fe de que hablan el mismo idioma, comparten el mismo lenguaje, son propietarios al cincuenta por ciento de la misma palabra.
La comunicación radiofónica surge en el momento en que el comunicador y el oyente entran en diálogo. Precisamente ahí radica su calificación de medio caliente. La radio deja de emitir únicamente en una sola dirección y acepta el diálogo con la audiencia, atendiendo sus respuestas, sugerencias, exigencias o retos. En este sentido, el oyente cierra su ciclo como elemento pasivo y se transforma en participante, en protagonista.
La radio es una rebanada de vida, y asume esa condición, de ahí que esté sometida constantemente a un inacabable proceso de renovación. La participación consigue que en la radio en vez de un locutor y un oyente existan dos interlocutores.
Como toda relación de ida y vuelta, el profesional de la radio tiene que aprender a ser oyente. Ha de hablar menos y escuchar más. Escuchar la voz de la gente que le sigue. Evaluar sus opiniones, contrastar sus ideas, para cumplir con su obligación principal, que se resume en una palabra: credibilidad.
La credibilidad no la regalan las nuevas tecnologías. La credibilidad es tan antigua como la primera comunicación humana, la que se hacía en aquella radio prehistórica de las cavernas, aquella comunicación de persona a persona, cuando la palabra solo podía recorrer muy poca distancia por las ondas, la que separaba al uno del otro.
La credibilidad vendrá dada exclusivamente por la identificación. La radio debe aprender a ponerse en la piel del oyente, a pensar como él, a preguntar lo que quería preguntar, a interesarse por los asuntos que le interesan. El profesional de la comunicación, además de captar el interés del oyente, ha de buscar su implicación, su complicidad.
La radio es una factoría del diálogo, porque ama las palabras en su verdadera esencia, como instrumento de comunicación y entendimiento. En la radio se reúnen cada día, gentes de muy diverso perfil, a contrastar diferencias, a complementarlas, a emparejarlas, a sacar de ellas algo nuevo, positivo, informativo o entretenido, que nos ayude a tirar del carro adelante.
La radio enseña esta doble función. El que habla ha de escuchar, el que escucha ha de hablar. Gracias a ello se ha ganado la amistad de una audiencia cada vez más creciente, tal vez porque el ciudadano de hoy entiende la amistad, como la definía Homero: “La amistad es dos marchando juntos”
Fuente:
Discurso de Investidura del Ilmo. Sr. Luis del Olmo. Capítulo VIII.
1 comentario:
Recuerdo cuando mi padre preguntaba "¿qué ha dicho el parte?", y me ha gustado saber que en 1977 "el parte" pasa a ser historia. Supongo que sería también en ese año cuando empezaron en la radio las entrevistas creíbles, porque con Franco vivo a ver quien se atrevía a hacer una pregunta incomoda, a él o a cualquier alto cargo del gobierno.
No cabe duda de que Luis del Olmo es un gran comunicador, pero también tuvo suerte de tener una voz que enamora y vivir una época donde las emisoras de radio eran escasas; ahora mueves el dial y aparecen cientos, aunque todas pertenezcan a las 5 o 6 generalistas.
Que gran tema y que buenos capítulos, Gonzalo.
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