2.11.23

Mañana de Otoño.



Es media mañana de un día de fiesta de primeros de Noviembre, y he venido a mi lugar preferido para leer, pensar, escribir o hablar por teléfono sin prisas con alguno de mis amigos preferidos. Aquí soy más YO.

El lugar es el aparcamiento situado en primera línea, casi encima del mar, en una de las playas de la ciudad. 
Vengo siempre fuera de la temporada de verano, claro. Toda la terraza para mí. Los veraneantes se han ido, dejando la playa para las gaviotas, los paseantes y los “contemplantes” como yo. 
Me quedo dentro del coche, que he puesto pegado a la acera, junto a la escalera por la que se accede a la arena. Si llega alguien y se queda un rato, me molesta. Luego se va y vuelve la paz, la soledad de la buena. La mayoría de los coches que van llegando no paran; sus ocupantes miran al mar y se van. Yo no. Yo me quedo y contemplo esta bahía que la Naturaleza tuvo a bien dejar delante de nuestras casas, para deleite y disfrute de todos y “enganche” de muchos.


Cuando más me gusta venir es en días de mal tiempo. Sentir cómo, al llover, el agua discurre por los cristales, o los golpea con fuerza, o cómo resbala lentamente en forma de largas lágrimas. A través de los cristales veo el paisaje distorsionado, tembloroso: los barcos, el mar, Cádiz, la blanca Rota… 
Si se avecina una tormenta me da un subidón… Veo llegar los nubarrones negros que parece que tienen prisa por dejar el mar y soltar todo el agua que traen en sus panzas grandotas y gruñonas. Primero llegan los relámpagos anunciando que ya está aquí, que te ha atrapado. Eso me da bastante miedo, pero del miedo malo, de pasarlo mal. Pero con tal de ver el espectáculo que se va a representar en este escenario único, me quedo y cierro los ojos, apretándolos muy fuerte para no ver la cegadora luz. A veces me impresiona por su grandeza y me voy para casa pues presiento que puede ser peligroso estando sola. La mayoría de las veces me quedo; no son tantas las ocasiones de tormenta que se dan por aquí.

  ¡Y hoy!

   Hoy es uno de esos días en que la gente no sale de casa. ¡Tenemos temporal de Levante! Y está nublado, con nubes bajas; todo gris.

   El que no ha vivido un día de temporal de Levante, no sabe lo que es un día de viento, parafraseando en parte, lo que alguien dijo  en otro ambiente y quedó grabado en azulejo.

   Aparcada en mi lugar de siempre, sólo puedo deciros que el coche se bambolea casi constantemente. La arena azota fuertemente los bajos del coche, golpea la arena en las ventanas y es imposible abrir la puerta.

    Hay algún loco que corre por la playa. Que digo yo que cómo se le ocurre a ese muchacho correr hoy. Mira que hay días en el año; pues nada, hoy. La marea está baja y corre muy deprisa en dirección a Fuentebravía. El viento lo lleva en volandas, que como sea un canijo, no va a  poner los pies en el suelo. Cuando viene de vuelta, camina formando un ángulo agudo con el suelo. Viene peleando con el viento; no hay otra manera de hacerlo si no quiere ir de nuevo para Rota o Fuentebravía, que eso nunca se sabe.

   Y en otro orden de cosas:  

 Si quieres saber si una persona es foránea, sólo tienes que oírla hablar en un día como el de hoy:

  -          ¡Qué aire hace!- dice.

  - ¿Aire? A esto se llama VIENTO. A ver, repita conmigo: VIEN-TO. Venga, otra vez.

  Y ya no se le olvida en la vida, pero eso sí,  al hablarle debes tenerle bien sujeto en el pretil de la playa, mirando hacia el Este, hacia Medina. Lo de sujetarle no es por placer, no. Es que si le sueltas sale volando como una cometa.

  ¡Bendito Levante, que “todo lo verde lo seca, menos a los guardias civiles”!- como decía el Papi, cuando iba por la playa vendiendo las patatas fritas.

 Y es verdad. Si no fuera porque de vez en cuando este viento nos visita o nos ataca, (según se mire), y con la humedad que padecemos en la costa, estaríamos todos bien floridos, que no hermosos. Me refiero a floridos de moho, “apurgaraos” mismamente.

 ¡ Así que venga el Levante y que remenee mi coche conmigo dentro! ¡No viene mal que la acunen a una de vez en cuando!

Laurentina Gómez Rubio 


4 comentarios:

Eugenio Martínez dijo...

Preciosa reflexión Tiny que me recuerda a D. Antonio Machado cuando decía: "Converso con el hombre que siempre va conmigo / -quien habla solo espera hablar a Dios un día - / mi soliloquio es plática con este buen amigo / que me enseñó el secreto de la filantropía".
Siempre he considerado muy provechosos estos soliloquios. Enhorabuena por tus reflexiones

Marbou dijo...

Me ha encantado el relato de Tiny y me ha superencantado encontrarme con un comentario de Don Eugenio 🥰

Javier Díaz Arbolí dijo...

El Comentario de Eugenio me ha recordado un poema de Antonio Machado, llamado "Recuerdo infantil que en su primera estrofa dice: Una tarde parda y fría/ de invierno. Los colegiales/ estudian. Monotonía/ de lluvia tras los cristales.
He hecho este comentario, porque me ha emocionado ver el de nuestro gran y querido amigo Eugenio.

Julio dijo...

Sentir emociones es vivir.
Y saber transmitirlas, es un don del que disfrutamos los demas.
Muchas gracias Tiny

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