7.5.24

Elogio de la conversación. Por Federico Soriguer, Médico, de la Academia Malagueña de Ciencias

Desde luego una buena conversación es siempre un acto de amistad. O en todo caso un acto amistoso.


Si bien se mira, la historia de la humanidad no es más que el resultado de una larga conversación que mil veces interrumpida, mil veces ha sido retomada hasta llegar aquí. Pero hoy me conformo con lo que se llamaría una tertulia entre amigos, si no estuviese tan desprestigiado el término por el abuso que se hace de él en los medios. En España la tertulia tiene una gran tradición. Conversar es una necesidad humana, una forma de comunión espiritual, de religiosidad laica, de concelebración civil. Conversáre, en latín dar vueltas en compañía). Dar vueltas a las ideas, mediante las palabras, dialogando. No es casual que en griego dialogar signifique conversación racional (logos). De hecho, el diálogo fue cultivado por Sócrates como instrumento para averiguar la verdad por medio del debate, sin más armas que la ironía y la conversación (que otros llaman, mayéutica). Para una buena conversación el diálogo es imprescindible pues implica un intercambio de papeles entre los interlocutores. Una tertulia no es más que un grupo de personas reunidas para conversar sobre algún tema. Una buena conversación necesita tiempo y es, por definición, impredecible. Si no, es otra cosa. A una tertulia se viene ya “leído” de casa. A una buena conversación se viene a disfrutar. No es, no puede ser, un campo de Marte donde se dirime quién es el más listo de la clase, sino un lugar abierto donde los contertulios disfrutan del calor de las palabras. Los interlocutores en una tertulia son importantes, pero no demasiado, pues uno puede y debe conversar hasta con el diablo. Desde luego una buena conversación siempre es un acto de amistad. O en todo caso un acato amistoso. SE puede y se debe hablar con cualquiera, siempre y cuando ese cualquiera acepte las reglas mínimas de una buena conversación. La cordialidad es una de ellas. La cordialidad implica cierta franqueza y amabilidad que nos permite entablar y mantener una relación de respeto con los demás. No en vano cordialidad es una cualidad relativa al corazón (cordis).



No hay cordialidad sin buena educación. Se dice y con razón, que a veces te encuentras con personas con las que es imposible hablar y no puede sino dar la razón a quienes así opinan, aunque ahora me contradiga con lo sugerido arriba. Un monologuista, incapaz de escuchar, que interrumpe continuamente, que se ofende ante opiniones divergentes, reiterativo, empeñado en llegar la razón a toda costa, no suele ser un buen conversador. Una buena conversación suele ser el comienzo de una buena amistad, pues la crea lazos de afectos y deja asuntos pendientes que obligan a nuevos encuentros.

Ya hemos comentado que el tema no es lo más importante de una buena conversación. Puede ser más o menos trivial, más o menos trascendente, pero siempre debe ser amable y, desde luego, un buen conversador ha de ser respetuoso con la posible ignorancia de la otra parte. Siempre se puede aprender algo, aunque solo sea a tener paciencia. Hablar por hablar es una arte a veces, pero en una buena conversación es más importante pensar lo que se dice que decir lo que se piensa. Aun así, las obviedades, las repeticiones, las vulgaridades no son bue consejeras en una buena conversación. Tampoco la vanidad, la intransigencia y el orgullo. Retirar la palabra a alguien es el mayor gesto de hostilidad, el comienzo de un camino tortuoso que solo se puede enmendar reiniciando la conversación.

Hoy la gente habla entre si más que nunca a través de la redes, una conectividad que nos permite vivir la ilusión de estar inmersos en una suerte de charla infinita. Mejor que nada, desde luego y nada que objetar a las redes salvo el dudar que a eses tipo de comunicación se le deba llamar conversación, que necesita del contacto, de la proximidad y del sonido de las palabras. Podría pensarse que conversar es un arte en peligro de extinción. Me recuerdo ahora a finales de los cincuenta, hablando interminablemente con otros niños, tumbados en los frescos zaguanes de aquellas casa blancas de un pueblo de Andalucía, como veo que hace hoy mi nieto con sus amigos charlando sin parar, es esto y de aquello, a la salida del colegio. Entre ellos y yo ha pasado toda una vida y ahora, ya de viejo, recobro el placer de estas conversaciones sin orden ni concierto con las que mi nieto y sus amigos, como aquel niño de Andalucía, intentan reconocerse los unos en los otros. Y mientras los veo hablar incesantemente, con su alegría, con su entusiasmo, con su vitalidad, renace en mí la esperanza de que esa cosas que llamamos futuro es posible. Lo que no deja de ser un buen tema de conversación.


No hay comentarios:

Publicar un comentario