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| Felicitación de Navidad 2025, del artista alcazareño, Antonio Tomás Romero |
Aunque el calendario nos indica que estamos en noviembre, la Navidad ya late en las calles. Vigo, Nueva York y tantas otras ciudades han encendido sus luces, y ese resplandor que ilumina recuerdos y esperanzas llega también a los alcazareños que estamos lejos de nuestros orígenes.
Felicitar ahora es hacerlo desde el corazón: las ciudades despiertan y la ilusión nos envuelve. Hasta don Quijote y Sancho sonríen ante este adelanto, uno soñando hazañas, el otro celebrando cada chispa de alegría.
La mañana amenazaba lluvia, pero la Ruta Cervantina nos esperaba —una invitación a recorrer nuestras raíces con la Sociedad Cervantina—. Don Constantino López Sánchez-T compartió una reflexión que aún resuena: «Leer el Quijote es como subirse a un tren que pasa por nuestra estación: viajan juntas la magia y la verdad, como viajeros que jamás pierden su rumbo». Abrir el Quijote es abrir el corazón, con la misma luz que se anuncia la Navidad.
Quizá por eso, en esta imaginaria Navidad del año del Señor de dos mil veinticinco, La Mancha amaneció cubierta con un manto de escarcha que parecía bendecir cada camino. Era como si el cielo hubiese querido firmar el día con un trazo de plata. En el Cerro de San Antón, los cuatro molinos —Barcelona, Dulcinea, Fierabrás y Rocinante— aguardaban inmóviles en la bruma, centinelas eternos de un pueblo que sigue soñando.
Sobre los senderos blanqueados avanzaban don Quijote y Sancho Panza: cansados del cuerpo, sí, pero rebosantes de esa esperanza que solo sienten quienes aún creen en la bondad del mundo. Buscaban abrigo, pero también un gesto humano que les calentara el alma.
El aire olía a invierno, a tierra mojada, a las historias que susurran los mayores cuando cae la tarde. Como escribió Cervantes en El coloquio de los perros: «El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos». Viajar es aprender a escuchar, a abrirse, a amar al desconocido.
Cuando llegaron a Santa María, en Alcázar de San Juan, la villa parecía un Belén vivo. A unos cientos de metros, la Plaza de España aguardaba la noche para encender miles de bombillas led que, al iluminarse, harían compañía a las propias estrellas.
En el Salón Noble del Ayuntamiento, un grupo de personas voluntarias levantaba un portal sencillo, humilde, hecho solo de manos generosas. Allí, entre el olor a madera y a cariño, don Quijote murmuró a su escudero: «La verdadera armadura es la generosidad, y la lanza, la mano que se ofrece». Y Sancho, con esa sabiduría que nace de los pies en la tierra, respondió: «En Alcázar de San Juan nadie pasa frío si otro tiene lumbre, ni hambre si otro guarda pan».
En la planta superior tenía lugar un encuentro con los “alcazareños ausentes”, hijos de esta tierra que viven lejos, pero que aún llevan estas calles prendidas al pecho. Don Alonso de Ayllón (Quijano, el Bueno), inmortalizado por Cervantes, se incorporó para ser nombrado, con emoción sincera, “Alcazareño Ausente de Honor”.
La alcaldesa los recibió con palabras cálidas, cargadas de orgullo y gratitud. Recordó que un lugar no es solo un mapa: es memoria, es abrazo, es raíz. Y esas raíces, cuando se nutren de afecto, no se quiebran, aunque sople el viento más duro.
Don Quijote inclinó la cabeza, conmovido, y Sancho asintió con esa ternura que, a veces, parece ocultar bajo el humor. En ese instante, entre los de aquí y los de allá, se tendió un puente invisible hecho de pertenencia, amor y gratitud.
Pilar, residente en una ciudad mediterránea, habló en nombre de todos: «Gracias, señora alcaldesa, por recibirnos y mantenernos cerca de nuestro hogar. Su dedicación y cariño por esta tierra nos llenan de orgullo. Ver la ciudad viva, unida, cuidándose, nos da esperanza y alegría».
Más tarde, el Caballero y su escudero fueron acogidos en una casa sencilla junto al Pasaje. Alrededor de un brasero que hablaba en rojo, mientras la lluvia golpeaba los cristales como un villancico suave, escucharon historias de vidas que la adversidad quiso apagar… pero que la solidaridad volvió a encender. Incendios, riadas, enfermedades, y siempre, siempre, la mano de alguien sosteniendo.
Rosario, la vecina que los recibió, contó que en mayo de 2007 la lluvia arrasó su hogar, dejándola sin nada. Aun así, su voz no tembló al recordar: «Nos quedamos sin casa, pero nunca sin gente». Don Quijote la miró con respeto y respondió: «Quien socorre al hermano es más grande que cualquier rey y más valiente que cualquier caballero armado. Quien da amor sin esperar nada, cabalga para siempre». Y Sancho, con el corazón lleno, brindó: «Que nunca falte fuego en los hogares ni luz en las miradas. Que sus manos sigan siendo abrigo y sus corazones, posada abierta».
Cuando amaneció y las campanas de Santa Quiteria anunciaron un nuevo día, los dos caminantes dejaron en la puerta del Ayuntamiento una nota sencilla, escrita con la tinta del alma: «Mientras un alcazareño ofrezca su mano, la esperanza seguirá viva».
Mirando la plaza todavía vacía de gente, y a Sancho acariciando a Rocinante, don Quijote murmuró: «Mira, amigo, cómo un gesto pequeño guarda la grandeza de un pueblo.». “Esta es la Mancha que yo recorrí hace muchos años, y que estos hermosos alcazareños se han empeñado en conservarla. ¡Que Dios les bendiga!
Dicen los mayores que cada Nochebuena, cuando la niebla abraza las calles, se ve a un jinete y a su escudero cabalgar en silencio. No dejan huella en la tierra; dejan luz en quien los mira. Un resplandor pequeño que convierte los gestos cotidianos en milagros. Solo quienes aún creen en la nobleza del corazón humano pueden verlos desvanecerse entre la bruma.
Porque Alcázar de San Juan sabe que la verdadera nobleza viste humanidad. Cada abrazo, cada villancico, cada pan compartido mantiene encendida la llama que nos une. Y si algo distingue a este pueblo, más allá de su historia cervantina, es su gente: trabajadora, amable, de palabra firme y corazón inmenso. En Navidad, esos valores brillan como nunca.
Que la valentía de don Quijote y la ternura de Sancho sigan inspirándonos a soñar… y, sobre todo, a hacer el bien.
Desde estas tierras cervantinas, felices fiestas y próspero Año Nuevo.
Antonio Leal Jiménez
Académico de SAnta Cecilia
18 noviembre 2025

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