Olivares Figueroa, Juan Bernier y Juan Ugart, tres de los impulsores de la revista 'Ardor'.
En la primavera de 1936, cuando la vida intelectual española alcanzaba uno de sus momentos más fértiles, el país avanzaba sin saberlo hacia el abismo. Entre el entusiasmo creativo y el colapso político, Córdoba —una ciudad de provincias de poco más de 100.000 habitantes— albergó una experiencia cultural tan breve como significativa: la revista literaria Ardor.
Publicada en un único número, Ardor fue algo más que una rareza bibliográfica. Hoy puede leerse como el testimonio de una Córdoba moderna, conectada con las vanguardias y con la Generación del 27, y como el antecedente —silenciado durante décadas— del posterior Grupo Cántico. Su título parecía anunciarlo todo: la intensidad de un momento cultural incandescente que la Guerra Civil apagaría de forma fulminante.
Portada de 'Julio Romero: entrevistas y confesiones (1888-1930)'
Una ciudad con tejido intelectual
La aparición de Ardor no fue un accidente. Córdoba llevaba tiempo gestando un pequeño pero activo ecosistema cultural. Ya en 1917 había impulsado el Manifiesto a la Nación, firmado por liberales, socialistas y republicanos, que reclamaba una regeneración profunda del país. De ese espíritu surgiría, años después, una generación de maestros, escritores y pensadores decididos a situar la ciudad en el mapa de la modernidad literaria.
Los impulsores de la revista —Juan Bernier, Augusto Moya de Mena, Rafael Olivares Figueroa, Antonio Ortiz Villatoro y Juan Ugart— compartían formación en Magisterio, una vía que en la época permitía combinar estabilidad laboral y vocación intelectual. Aulas, tertulias y cafés funcionaron como espacios de aprendizaje colectivo.
Especial relevancia tuvo Rafael Olivares Figueroa, llegado a Córdoba en 1935. Nacido en Venezuela, conocía de primera mano las corrientes pedagógicas y literarias centroeuropeas y trajo consigo un interés profundo por la poesía nueva y la vanguardia europea. A su alrededor se consolidó un grupo con ambiciones culturales poco habituales en la ciudad.
Mitin de Acción Popular Agraria en el Gran Teatro en 1936. Colección AJ González
De las tertulias al papel
Antes de existir como revista, Ardor fue conversación. En encuentros como la Hora Literaria o en el restaurante Bruzo, en plena calle Gondomar, sus miembros debatían sobre literatura, arte y pensamiento contemporáneo. Allí se habló de Luis Cernuda cuando aún era un poeta marginal y se presentó una ponencia sobre Picasso en abril de 1936, un gesto audaz en la Córdoba de entonces.
La revista se concibió como trimestral. Su primer número —que acabaría siendo el único— reunió una nómina sorprendentemente plural: Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Concha Méndez, Rafael Laffón, Pedro Pérez Clotet, entre otros. Autores de distintas sensibilidades políticas y estéticas convivían bajo un ideal común: la primacía de lo literario sobre lo ideológico.
La impresión se realizó en la Imprenta Luque, vinculada a una librería que funcionaba como auténtico refugio cultural. No era extraño que los lectores se sentaran a leer sin comprar, o que la imprenta acogiera iniciativas vanguardistas en una ciudad todavía conservadora.
En el frente de Córdoba. Colección AJ González
El corte brusco de la guerra
El golpe militar de julio de 1936 truncó el proyecto de inmediato. Ardor apenas tuvo tiempo de circular cuando la violencia lo desbarató todo. Sus impulsores siguieron destinos marcados por la guerra y la represión: Juan Ugart murió en la Batalla del Ebro; Moya de Mena fue depurado y desterrado profesionalmente; Olivares Figueroa emigró a Venezuela; Ortiz Villatoro continuó escribiendo en un entorno hostil; y Juan Bernier logró sobrevivir entre expedientes y silencios.
También muchos colaboradores fueron represaliados. El régimen franquista mostró especial celo con maestros y docentes, vigilando cualquier forma de heterodoxia intelectual. La modernidad que Ardor representaba quedó sepultada bajo la censura, el miedo y el exilio.
Mural sobre el grupo "Cántico"
La chispa que encendió "Cántico"
Sin embargo, no todo se perdió. Juan Bernier se convirtió en el vínculo entre aquella experiencia republicana y la posguerra literaria cordobesa. A través de él se gestaría, años después, el Grupo Cántico junto a Ricardo Molina, Pablo García Baena o Julio Aumente.
*Cántico* fue estéticamente brillante, pero ideológicamente homogénea, marcada por el silencio político impuesto por la dictadura. Frente a la pluralidad de Ardor, la posguerra solo permitió una sensibilidad común, centrada en la belleza, el neobarroco y una sensualidad contenida. La diversidad política no regresaría a la literatura cordobesa hasta la democracia.
Una modernidad olvidada
Durante mucho tiempo se ha presentado la cultura cordobesa del siglo XX como un vacío entre el modernismo y Cántico. La historia de Ardor desmiente esa visión. Hubo una Córdoba que dialogaba con Europa, que hablaba de Picasso y Cernuda, que colaboraba con revistas como Isla o Mediodía y que aspiraba a formar parte de una red cultural avanzada.
Retrato de una mujer con librería al fondo. Colección Luque Escribano
También hubo mujeres, pocas pero presentes, como Concha Méndez o María Luisa Muñoz de Buendía, en un entorno literario profundamente masculino. Ardor cayó en el olvido durante décadas. No reapareció hasta la Transición, cuando comenzó su lenta recuperación en facsímiles, exposiciones y estudios críticos. Hoy, leída con atención, revela que la Córdoba moderna existió antes de tiempo. Y que fue la guerra —no la falta de talento— la que apagó su llama.
Fuente:
Resumen de un artículo publicado en: El diario. es
7 de diciembre de 2025
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Los poemas 'Río de Córdoba' y 'Edad', por su autor Pablo García Baena
Pablo García Baena que junto con los poetas Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López, y los pintores Miguel del Moral y Ginés Liébana, formó el grupo Cántico, que editó una revista que se convertiría en una de las más importantes de la Posguerra española.
Gonzalo Díaz Arbolí






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