9.12.25

El artista y la modelo

La fotografía que encabeza este artículo, pertenece a una escena de la película: El escultor y la modelo:


En el verano de 1943, en una Francia ocupada que respira miedo y silencio, un viejo escultor - un hombre gastado por los años y la locura humana- descubre, sin buscarlo, un último destello de vida. Ese fulgor llega en forma de una joven española que huye de un campo de refugiados: frágil  y fuerte a la vez, luz inesperada en tiempos de penumbra. su presencia despierta en él algo que creía perdido: el deseo íntimo, profundo, que le transmiten una serena alegría casi igual a cuando los caballos de su sangre piafaban en sus venas y el ansia de volver a crear.



En el taller de la montaña, mientras la luz resbala por la piel de la modelo y por las manos torpes del artista, ambos conversan con una cercanía desnuda sobre aquello que los rodea: la vida y su fugacidad, la muerte y su sombra, la guerra que arranca sentidos, la juventud que late, la vejez que recuerda, la belleza que se empeña en sobrevivir incluso entre ruinas. El arte se convierte en un refugio sensorial, un espacio donde cada gesto, cada mirada y cada silencio adquieren un peso íntimo sin necesidad de buscarlo.


¿Puede un artista contemplar un cuerpo sin conmoverse? ¿Puede la belleza mantenerse ajena al dolor del mundo? ¿Se puede vivir sin comprometerse con nada excepto con la creación? Quizá por eso su desenlace sorprende: brusco, racional, casi una negación de la delicada tensión que la historia ha ido construyendo. Porque, al final, en este refugio de mármol y carne, lo que falta —lo que tal vez debería haber sido el centro secreto de todo— es aquello tan simple y tan complejo llamado amor.

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El Artista y la Modelo - Tráiler oficial

Gonzalo Díaz Arbolí


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