El Príncipe Baltasar Carlos, a caballo, pertenece a la serie de los retratos ecuestres pintados hacia 1635 por Diego de Silva y Velázquez (Sevilla, 1599, + Madrid, 1660), y otros retratistas de la corte, para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid.
Al igual que todas las pinturas de Velázquez, la primera impresión que me produce esta obra es la de que el pintor ha levantado el pincel del cuadro, como si de una batuta se tratara, y la composición se ha detenido en el espacio y en el tiempo. Parece haber llegado el momento que dará paso a la cadencia musical, en la que el solista podrá lucir su virtuosismo técnico. Es igual que sea un tema religioso, mitológico o un retrato, la sensación es siempre la misma. En cualquier instante la escena cobrará de nuevo vida y seguirá su desarrollo. Las miradas del niño y del caballo están ensimismadas. Las figuras de Velázquez parecen dirigir sus ojos hacia nosotros pero nunca lo hacen; sus miradas nos sobrepasan, ya que vagan perdidas allá del lugar en el que no encontramos.
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El paisaje, desde el primer plano hasta el fondo, es la suma de numerosas escalas musicales y cromáticas que se desarrollan de izquierda a derecha, terminando las líneas de horizonte en las montañas nevadas de la sierra de Guadarrama, al ritmo armonioso y melódico de estas líneas de escalas ascendentes. La figura del caballo conducido por el Príncipe, que se proyecta hacia nosotros, se contrapone de forma magistral. Las crines y la cola del equino, así como la banda roja de capitán general del niño, ondean al viento, detenidas en ese mismo instante subrayado en el que el artista da por finalizada la obra. Velázquez “para el tiempo”, hecho que se relaciona con los métodos fotográficos modernos, ya que la realidad es tal que parece una instantánea de otras muchas posibles que han podido tomarse en ese día. La música que rodearía al Infante podría ser la Sinfonía de los Juguetes de Leopold Mozart.
Reconozco que la fascinación que este cuadro de Baltasar Carlos produjo en mí desde pequeña, y el destino ha querido que hace unos tres años haya encontrado en la Academia Carrara de Bérgamo el boceto previo que realizó Velázquez del retrato del príncipe con vestiduras comunes, para después llevar a cabo esta obra magistral.
Observamos el toque suelto, rápido, y al mismo tiempo preciso, del pincel velazqueño, con el que con “nada” se realiza “todo”. La precisión del mismo se vuelve aire, sutileza y borrosidad al acercarnos a la pintura, hecho que fue tan bien captado y descrito por Rafael Alberti: “En tu mano un cincel/ pincel se hubiera vuelto/ pincel, sólo pincel,/ pájaro suelto”.
Carmen Garrido
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