17.10.25

La sin nombre

  

   
Apareció un día por casa e hice todo lo posible para que se fuera. La asusté de todas maneras. ¡Era una gata! Ella salía corriendo como alma que lleva el diablo pero volvía al rato, maullando y mirándome con unos ojitos que enternecían. Insistí en que se fuera, que no la quería. A ver, que no es que yo tenga mal corazón, ni odie a los animales, ni me den alergia como a mi amiga Tere, que se pone a morir con el pelo de los gatos. No. ¡Es que no quiero gatos!

¡Qué manera de complicarme la vida!

Cada vez que aparecía por casa, sigilosa, felina en su silencioso caminar, mirando a todas partes, sabiendo que estaba colándose, ¡me recorría el cuerpo un querer pero no querer! No sé si me explico. Que yo no quería gato, pero la veía tan necesitada…

Cada día avanzaba un poco más. Hasta que llegó al patinillo y allí se plantó. La puerta de la cocina da a ese patinillo y yo la veía al pasar, parada, mirándome… Estaba “espeluchá”, canija, con la barriga que casi le llegaba al suelo (estaba operada y estéril, y por ello, creo, les queda ese defecto en su anatomía). Maullaba y me miraba… Y yo, ahí, con un grave problema de conciencia.

Mi hijo vino un día por casa y la vio. Estaba en la actitud de siempre. Él, sin consultarme, le dio de comer. ¡Ahí nos perdimos! Como des de comer a un gato de la calle, olvídate, ¡ya se queda de todas, todas!

Ella eligió el lugar dónde dormir: encima de la barbacoa, detrás del cuartito que hace de taller. No es mal sitio, no. Huele a comida, está resguardada de la vista de los humanos, está en alto… En fin, acomodada a su gusto. ¡Y a mí me ha tocado una ocupa en casa! Que digo yo que bien se la podía haber llevado mi hijo, si tanta pena le daba, ¿no? Él me minaba la moral diciéndome que esa gata estaba más necesitada de cariño que de comida y que como yo estaba sola, nos daríamos compañía mutuamente. ¡Ni hablar! No la quiero; no quiero tener que ocuparme de ella. He tenido decenas de gatos en casa, con tres gatas pariendo cada dos por tres, y ya no voy a tener más.

Han pasado seis años y la Sin Nombre sigue conmigo. ¡Y es que tiene un tesón! ¡Y yo soy tan firme en mis decisiones…!


Laurentina Gómez
9/12/2015

4 comentarios:

julio Rodriguez de la Rua dijo...

Muchas gracias a Gonzalo y por supuesto a Tini.
Hay que conocer a Tini con su personalidad, su sensibilidad, su empatía...para entender como puede escribir de esa manera tan sencilla, descriptiva y cautivadora.
Tini escribes como hablas y hablas como escribes. ¡Qué suerte!

Marbou dijo...

Siempre es un placer leer a Tiny 🥰
Un abrazo a ambos. Y un marramamiau a Sin nombre 🤣
Gracias, Gonzalo 😉

LUIS MANZORRO BENITEZ dijo...

Me encanta las historias de animales, y la que nos traes, amigo Gonzalo, es preciosa.
Los gatos eran considerados dioses, y, en la actualidad, son los animales más perfectos de la creación… o eso dicen. A mi me asombra su valor, —no temen a nada—, y, como he leído, uno puede recibir el favor de su cariño, pero sin abusar, porque igual un día se levanta y pasa de ti, sin problemas, sin remordimientos… porque los gatos se respetan a ellos mismos más que a nadie, y si ese día no tiene ganas de ser zalamero, pues es tu problema.
Todos saben que con once o doce años tuve una maravillosa perra llamada Lobina, y varios gatos, aunque los gatos iban y venían; unos desaparecían —los cazadores son sus enemigos—, y otros llegaban sin saber de dónde venía. Pero antes de eso, —lo recuerdo bien porque grité “¡¡¡MAMA!!” con todas mis fuerzas—, una perrita de no más de 3 kg., de color gris, —después de lavarla resulto ser totalmente blanca—, apareció herida, hambrienta y asustada en nuestro patio. Mi madre la lavó, la curó y le dio de comer, y a partir de ese día se volvieron inseparables, y yo, a pesar de los pocos años, me di cuenta del amor que pueden darnos los animales, y lo agradecidos que son.

Anónimo dijo...

Me encantó cuando lo leí por primera vez.
Felicidades Toni.

Publicar un comentario