Popper sostenía que si una sociedad tolera sin restricciones a los
intolerantes, corre el riesgo de que estos utilicen las libertades democráticas
para destruirlas desde dentro. La historia de los siglos XX y XXI, marcada por el ascenso
de regímenes totalitarios, muestra cómo la pasividad ante discursos
intolerantes puede desembocar en la anulación de la libertad. No se trata,
según Popper, de censurar toda opinión irracional o dogmática, sino de negar
tolerancia a aquellos movimientos que recurren a la violencia o rechazan el
diálogo racional, pues estos no buscan convivir, sino dominar.
En la actualidad, la paradoja de la tolerancia adquiere nueva relevancia
ante el auge del discurso de odio y la desinformación en los medios digitales.
Permitir que voces extremistas utilicen la libertad de expresión para promover
la exclusión o la violencia puede erosionar los valores que sostienen la
convivencia democrática. La defensa de la tolerancia, por tanto, exige
discernimiento: no toda limitación es censura, del mismo modo que no toda
libertad absoluta es justa.
En conclusión, la paradoja de la tolerancia nos recuerda que la libertad no
puede sobrevivir sin límites racionales. Ser intolerante con la intolerancia no
implica renunciar a los valores democráticos, sino protegerlos de su autodestrucción. Solo una sociedad que sepa defender sus principios frente a
quienes buscan abolirlos puede considerarse verdaderamente libre y tolerante.


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