22.10.25

La paradoja de la intolerancia, formulada por Karl Popper

«La personificación de la tolerancia», estatua expuesta en el parque Luzanky. Forma parte de una exposición mayor en honor a José II que fue desmantelada por los nacionalistas checos tras su independencia, por considerarla un símbolo de la cultura alemana

La tolerancia es uno de los pilares fundamentales de las sociedades democráticas y pluralistas. Sin embargo, como advirtió Karl Popper en *La sociedad abierta y sus enemigos* (1945), una tolerancia ilimitada puede conducir paradójicamente a la destrucción de la propia tolerancia. Esta idea, conocida como la “paradoja de la tolerancia”, plantea un dilema moral y político: ¿hasta qué punto puede una sociedad libre permitir la expresión y acción de quienes buscan suprimir la libertad?

Popper sostenía que si una sociedad tolera sin restricciones a los intolerantes, corre el riesgo de que estos utilicen las libertades democráticas para destruirlas desde dentro. La historia  de los siglos XX y XXI, marcada por el ascenso de regímenes totalitarios, muestra cómo la pasividad ante discursos intolerantes puede desembocar en la anulación de la libertad. No se trata, según Popper, de censurar toda opinión irracional o dogmática, sino de negar tolerancia a aquellos movimientos que recurren a la violencia o rechazan el diálogo racional, pues estos no buscan convivir, sino dominar.


Otros filósofos, como John Rawls, han matizado esta postura, proponiendo que la sociedad justa debe tolerar a los intolerantes mientras no representen una amenaza concreta para la estabilidad y la libertad. Esta visión introduce un criterio de prudencia: la intolerancia solo debe ser limitada cuando pone en peligro real los fundamentos democráticos. Así, la restricción no se justifica por la discrepancia de ideas, sino por la necesidad de preservar el marco que permite el debate libre y pacífico.

En la actualidad, la paradoja de la tolerancia adquiere nueva relevancia ante el auge del discurso de odio y la desinformación en los medios digitales. Permitir que voces extremistas utilicen la libertad de expresión para promover la exclusión o la violencia puede erosionar los valores que sostienen la convivencia democrática. La defensa de la tolerancia, por tanto, exige discernimiento: no toda limitación es censura, del mismo modo que no toda libertad absoluta es justa.

En conclusión, la paradoja de la tolerancia nos recuerda que la libertad no puede sobrevivir sin límites racionales. Ser intolerante con la intolerancia no implica renunciar a los valores democráticos, sino protegerlos de su autodestrucción. Solo una sociedad que sepa defender sus principios frente a quienes buscan abolirlos puede considerarse verdaderamente libre y tolerante.

La paradoja de la tolerancia: Karl Popper


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