5.11.20

LA HISTORIA DE DOÑA EVELIA. Capitulo III. El desenlace.

                                                            Tercer y último capítulo 

Los días transcurrían monótonos uno tras otro y ella, toda vestida de negro y blanca como la cera, porque jamás volvió a pisar la calle, se sentaba un su butacón, seguía llorando en silencio y repitiéndole a sus hijas y nietas, que recordaran lo prometido: “- Amortajadme adecuadamente y dadme un entierro digno”. “- Recordad que todo lo que quiero y necesito, lo tengo en aquella caja” y señalaba encima del armario. Su vida fue languideciendo lentamente y fue apagándose poco a poco hasta que le llegó el momento. Toda su familia estaba con ella, rodeándola, dándole el cariño que se merecía y, aún, unos minutos antes de morir, cuando ya no podía ni hablar de las pocas fuerzas que le quedaban, en un último y titánico esfuerzo, alzó la mirada y levantando el brazo, señaló para la caja depositada en el armario y dijo: “- recordad lo que os he dicho siempre” y en ese mismo momento, expiró. 

Después de los llantos, lamentaciones, besos, abrazos, y palabras de consuelo, que se dispensaron entre todos los dolientes, las tres hijas decidieron que era el momento de cumplir con su última voluntad (aunque en este caso, no era última, ya que había repetido a lo largo de toda su vida, que era lo que quería para su sepelio). 

La lavaron con suma delicadeza, la peinaron adecuadamente y la menor de las tres, subida en la silla del dormitorio, se dispuso a coger la famosa caja que estaba encima del armario. Era una caja amplia, de forma rectangular. La abrieron entre las tres hermanas y desdoblaron con sumo cuidado el papel en que estaba envuelta la mortaja. Pero, -hete aquí- que ante los atónitos e incrédulo ojos de las tres hijas, aparece un traje de flamenca. Si, queridos lectores: - de flamenca-, con una falda lisa que caía hasta desembocar en unos preciosos faralaes de flores de hermosos colores, que se superponían unos sobre otros; con un corpiño ajustado y de generoso escote, lleno de flores bordadas, las mismas que en la falda, y mangas largas que terminaban en un enorme volante del mismo color de la falda. Además, no faltaba ni el más mínimo complemento, se notaba que lo había preparado con mucha antelación. Collares y pulseras a juego, las flores para prendérsela en el pelo y unos zapatos de tacones de color rojo. 

El estupor de las tres, ya se lo pueden ustedes imaginar. Miraban una y otra vez, sin acabar de creerse lo que estaban viendo y se miraban unas a otras sin decirse nada, porque ninguna era capaz de articular palabra. Expresiones atónitas, ojos desorbitados, miradas furtivas… todo lo que lector pueda imaginarse; pero ninguna palabra. Transcurrieron así largos y tensos minutos y ya, sin poder contenerse, la hermana de en medio, la más dispuesta de las tres, dijo: 

- Esto no puede ser. ¿Cómo la vamos a amortajar así? ¿Te imaginas el cachondeo que se va a armar, cuando la vean así vestida? Con lo seria y lo religiosa que era mamá. ¡Que van a decir las vecinas¡ Esto es justamente lo que ella no quería: ¡Estar en boca de todos¡ 

- Intervino entonces la hermana mayor, Esta era la más seria de la tres y dijo: - Yo, la verdad no se que hacer. A mí no me parece adecuado vestirla de esta manera, pero, recordad que desde que éramos pequeñas nos ha repetido continuamente que esto era lo que ella quería. Y yo personalmente estoy dispuesta a respetar hasta el final la voluntad de mamá. 

- La pequeña, seguía sin poder hablar y no fue capaz de hacer ningún comentario. 

Llamaron a sus hijas, nietas de Doña Evelia, que ya eran mayores (tres de ellas casadas y con hijos), y comentaron con ellas lo que habían encontrado en el armario. Le pidieron consejo sobre qué hacer, si amortajarla así o vestirla con un sencillo vestido negro. Todas reunidas en la sala contigua al dormitorio dónde la madre y abuela estaba de cuerpo presente, aunque todavía sin amortajar, argumentaron sus razones y opiniones acerca de cómo debía ser vestida para su encuentro con el Creador. 

La una decía: - ¿pero, si la vestimos de negro, no estamos respetando su voluntad?, la otra contestaba: ¿ es cierto, pero va a estar en boca de todo el mundo y va ser el hazmerreír del pueblo; en esto, una tercera argumentaba: - las dos lleváis razón; lo que hay que decidir es que lo que ella de verdad querría en este momento que hiciéramos. Y así, sin ponerse de acuerdo en qué era lo que debían hacer, transcurría el tiempo y ya se había corrido la voz en el vecindario del óbito de Doña Evelia, por lo cual empezaron a acudir vecinas y conocidas de la finada, a las que no se les permitió la entrada en la casa, diciéndoles que estaba aún sin arreglar. Algunas vecinas, amigas muy próximas de la familia se ofrecieron para ayudar, pero las hijas y nietas se negaron a ello, con lo cual empezaron a sospechar que algo raro ocurría allí y, así, como es propio en las comunidades pequeñas, comenzaron los cotilleos, los susurros y a dar todo tipo de explicaciones, cada vez más peregrina sobre lo que de verdad estaba sucediendo allí. Aquello por lo que había luchado toda su vida Doña Evelia, se estaba yendo al traste en un momento. 

Las hijas y nietas, observando lo que ocurría, decidieron que debían actuar con apremio y tomar la decisión con carácter inmediato. Y ¿qué decidieron?, se preguntará el lector. Pues bien, con alguna opinión en contra, cumplir la última voluntad de la muerta. O, lo que es lo mismo, amortajarla con el contenido de la caja. 

Y se pusieron manos a la obra. La mayor de sus hijas, tomó la iniciativa y comenzó colocándole la falda, después el corpiño, que le quedaba algo ajustado, con lo cual le asomaba voluptuosamente el pecho por el escote. Se miraron y de nuevo comenzaron con las dudas. Pero no, la mayoría dijo que esa era la decisión adecuada y que debían concluir ya, para no dar más que hablar en el vecindario. Se preguntaban unas a otras: ¿le pintamos los labios?, ¿le ponemos la flor arriba o en un lado?, ¿le pintamos también los ojos?... 

Y así lo hicieron, y la colocaron en el féretro. Imagínese el lector las caras que pusieron las vecinas y las conocidas cuando la vieron así vestida. Caras de estupor, de no creerse los que estaban viendo, otras se reían, hubo alguna que tuvo que salirse porque la risa contenida se transformaba rápidamente en carcajada; algunas otras preguntaban insistentemente que significaba aquello. Nadie de las presentes creía lo que estaban viendo. Era la primera vez en la vida que se conocía un caso así. Mujer, ¿si hubiese sido una folclórica, lo hubiéramos entendido?, pero la Evelia, ¡con lo seria que era! Y, además, (como dijo la Juana) ¡con lo que era ella de la Virgen de la Oliva  y de Nuestro Padre Jesús del Nazareno! 


Cansadas ya de dar explicaciones a todas las que iban a verla y a acompañarlas en el duelo, pasó la noche y llegó la hora del entierro. Fueron a despedirla, la enterraron en un nicho que ella ya tenía dispuesto junto a su marido y allí pareció que acababa todo. 


Pero no fue así. Entre conocidos y vecindario no se hablaba de otra cosa. Lo mismo que pasó en el entierro de su madre y, que ella juró que no volvería a ocurrir – Estaba en boca de todos-. Las hijas y nietas tuvieron que sufrir lo indecible. Bastaba que llegaran a un lugar donde hubiese personas conocidas, para que éstas callaran y bajaran la cabeza, algunas, hasta llegaron a negarles el saludo y algunas otras, reían descaradamente en sus presencia, o le hacían bromas macabras o le formulaban preguntas irónicas. Como dice el dicho: “de todo hay en la viña del Señor” 

Parecía que todo iba calmándose y que las cosas volvían a sus cauces habituales cuando, transcurrido un tiempo prudencial desde la fatídica fecha de su muerte, las hijas y nietas decidieron ir a arreglar la casa de la madre y, en especial su dormitorio; hacer limpieza general y repartirse sus cosas. Era lo normal en estos casos. Habían esperado más tiempo del habitual para que pudieran tranquilizarse los ánimos y, definitivamente, así había ocurrido. 

Llegaron, se repartieron las habitaciones para la limpieza y comenzaron la faena. A la hija mayor y una de las nietas, hija de ésta, les toco la limpieza del dormitorio. Retiraron la cama, las mesas de noche y la cómoda y comenzaron a limpiar a fondo. Fregona con agua caliente y limpia suelos mezclado con lejía (como le gustaba a la abuela, dijeron las dos). Tenían todo terminado cuando vaciaron el armario y colocaron todo lo que éste contenía, encima de la cama. Se dispusieron a moverlo de su sitio, y viendo que entre las dos no podían, por que era de madera maciza, llamaron a las demás para que entre todas pudieran desplazarlo con objeto de proceder a limpiar el vano en el que estaba situado. Así procedieron y estando en ello, en uno de los movimientos, el armario se tambaleó y durante un momento perdió su verticalidad, cayendo de su parte superior una caja blanca de tamaño mediano que se abrió al tocar el suelo. Las hijas se miraron inquietas y procedieron a abrirla. No daban crédito a sus ojos, ¡No podía ser! -¡Dios mío! no, por favor- dijo la mayor. El lector estará preguntándose por el contenido. Pues se lo revelaré: era un hábito del Nazareno, confeccionado a medida, con el cordón de cáñamo incluido. Perfectamente planchado y envuelto en papel de seda y con una carta de la madre dirigiéndose a las tres hermanas, que por respeto a la difunta, no voy a reproducir aquí. 

Hasta donde yo se, las hermanas y sus hijas, las únicas conocedoras de lo que allí había ocurrido, guardaron silencio y juraron no contárselo a nadie, sobre todo porque de nuevo comenzaría el suplicio por el que ya habían pasado y que ya estaba olvidado. Sin embargo, hace poco tiempo, oí de un familiar directo de la finada (que fue el que me lo contó), que una de las hijas se había desplazado hasta Cádiz, a la Delegación Provincial de Sanidad, con el fin de solicitar permiso para la exhumación del cadáver, y cuando le preguntaron por el motivo de tal solicitud, no se atrevió a contestar para no reabrir viejas heridas. Y, me comento el citado familiar: -yo creo que no dijo nada, porque ¿te imaginas el cachondeo que se hubiera formado entre los funcionarios? 

Bueno, queridos lectores. Hasta aquí conozco de la historia. Si se produce alguna noticia nueva, no dudéis que os tendré al corriente.
FIN DEL RELATO.
Javier Díaz Arbolí
Acerca del autor de estos relatos relacionados con Vejer de la Frontera.

Javier Díaz Arbolí nació en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es Psicólogo y profesionalmente de ha dedicado a la docencia y ha ocupado varios cargos en la Administración educativa.
El autor ha competido en algunos premios nacionales e internacionales, y ha sido finalista y ganador en algunos de ellos. Asimismo, ha colaborado y colabora con diversos medios a través de relato corto, cuentos o microrrelatos. En la actualidad se dedica, ya jubilado, a labores de investigación y documentación para otros proyectos que tiene pendiente.
Sus primeros acercamientos a este tipo de escritura le vienen de un Seminario de Investigación Histórico-Educativa, que realizó allá por principios de los años 80. Esto le sirvió para aprender y, después, desarrollar las técnicas de investigación histórica. Al mismo tiempo y ya desde muy pequeño le encantaban los cuentos y tenía una tendencia natural a inventarlos, a escribirlos y a narrarlos.
Si añadimos a continuación su enorme amor por todo lo concerniente a la cultura andalusí, tenemos el completo: investigación histórica, cuentos y relatos cortos, lo que da pie a lo que tenemos en estos relatos y otros libros del autor.

4 comentarios:

rafael angel moreno naval dijo...

La historia tiene ese ingrediente especial del suspense continuo muy bien manejado por el autor, dejando el desenlace a la carta para el lector.
Me gusta
Enhorabuena Javier

Eugenio Martínez dijo...

Me ha entretenido todo el relato, Javier, y el desenlace final me hace pensar en la fórmula resolutiva y singular de Woody Allen, cuyos desarrollos y resoluciones siempre me han resultado de una gran originalidad
Enhorabuena Javier

Javier Díaz Arbolí dijo...

Gracias por tus comentarios tan elogiosos, Eugenio,. Son cuentos escritos hace ya bastantes año, sobre experiencias vividas o conocidas de primera mano, que no tienen mayor objetivo que entretener al lector.

Gondiazar dijo...

Muchas gracias, Rafa. Un abrazo.

Publicar un comentario