16.3.24

Cien años del destierro de Unanumo a Fuerteventura. Una isla que lo cambió para siempre.

 


Desde la cubierta del correo La Palma, Miguel de Unamuno divisaba los paisajes de Fuerteventura, un territorio de destierro que el escritor, a golpe de sonetos, situó en la literatura universal con versos que permitieron al majorero, castigado por el hambre, la sequía y al señor territorial de turno, protagonizar cambios en las políticas sociales y económicas y que tanto prestigio le dio.

Un decreto del Directorio militar, con fecha del 20 de febrero de 1924, confinó a Miguel de Unamuno en la isla. El Puerto Cabras —hoy Puerto del Rosario— que vio desembarcar a Unamuno no debía superar los mil habitantes. Se alojó en el Hotel Fuerteventura, una modesta pensión convertida desde 1995 en la Casa Museo Miguel de Unamuno. Durante su confinamiento empezó a escribir los primeros sonetos del diario del destierro De Fuerteventura a París, un libro de 103 sonetos, algunos de ellos dedicados a la isla.

Museo de Unamuno en Puerto del Rosario

Un día después de llegar, Unamuno escribió una carta a su mujer, Concha, en la que se lee: «La isla es de una pobreza triste; algo así como unas Hurdes marítimas. Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Se parece a La Mancha. Pero no es tan malo como me lo habían pintado. El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura». Durante los cuatro meses que permaneció confinado, el escritor encontró en Fuerteventura «un oasis en el desierto de la civilización» y llegó a marcar en su mapa los puntos de Playa Blanca, el peñasco «al que solía ir a soñar» y Montaña Quemada, como lugares donde le gustaría tener el descanso eterno. La isla fue una revelación; recorrió su geografía en coche o a lomos de un camello; se interesó por sus topónimos, su historia y paisaje; también por su flora, repleta de «enjutas aulagas» y «resistentes tabaibas» y por su fauna, simpatizando con «la descarnada o esquinuda» camella. En Fuerteventura descubrió el mar «o la mar» y simpatizó con el majorero, un hombre de sobriedad bíblica que se alimenta de «pan en esqueleto», que es la pella de gofio.

Montaña Quemada y Monumento a Miguel de Unamuno
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«Para Unamuno, Fuerteventura y su gente constituyeron una verdadera revelación», asegura a Efe el catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna Marcial Morera. Afirma que «Fuerteventura, por su paisaje desnudo, desprovisto de hojarasca o vegetación encubridora y del ruido de lo que él consideraba la superficial historia, y su mar le permitieron entrar en contacto directo con la divinidad». En estos días que se cumplen cien años de su llegada a Fuerteventura, el filólogo comenta que la interpretación que hizo Unamuno de Fuerteventura y de su gente significó «la liberación de los prejuicios tradicionales, que presentaban a la isla como una especie de lugar maldito, como un infierno para desterrados». Y a sus gentes como «unos incorregibles holgazanes, que se pasaban la vida dando sablazos a diestro y siniestro y viviendo del cuento, en lugar de trabajar para pagar los quintos al señor territorial de turno y los diezmos a la iglesia. Digamos que don Miguel subió la autoestima de los majoreros.

El profesor se atreve a asegurar que, desde el punto de vista de las actitudes, no es descabellado decir que existen «dos etapas radicalmente distintas en la historia de Fuerteventura». El 4 de julio de 1924 se firmó un Real Decreto por el que quedaba indultado. Un día más tarde fue promulgado. El 9 de julio abandonó Fuerteventura a bordo del bergantín L’Aiglon para continuar un año de autodestierro en París y cinco años y medio en Hendaya (Francia). A bordo del vapor holandés Zeelandia rumbo a Lisboa con destino al puerto francés de Cherburgo, Unamuno escribe unos versos con los que se despide de la isla:

Raíces como tú en el Océano
echó mi alma ya, Fuerteventura,
de la cruel historia la amargura
me quitó cual si fuese con la mano.

Casa Museo Miguel de Unamuno en Puerto del Rosario, Isla de Fuerteventura
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Fuentes: Internet 

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