4.3.24

Emily Elizabeth Dickinson. La esperanza es esa cosa con plumas


Emily Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Massachusetts (Estados Unidos), en el seno de una familia acomodada y culta. Su padre, el abogado Edward Dickinson, fue miembro del Congreso y tesorero del Amherst College. Su madre, Emily Norcross, se dedicó al cuidado del hogar y a criar a Emily y sus dos hermanos, Austin, el mayor, y Lavinia, la pequeña. Sus padres se aseguraron de que sus tres hijos tuvieran una buena educación.

En 1840, dos años después de que la Academia de Amherst aceptara a mujeres, inscribieron a Emily para que empezara el colegio. Durante siete años, Emily estudió literatura, historia, religión, geografía, matemáticas, biología, griego y latín. Además, hacía clases de piano con su tía, tenía canto los domingos y aprendió floricultura, horticultura y jardinería. Todo este conocimiento lo plasmó en su vasta producción poética.
 
La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona melodías sin palabras,
y no se detiene para nada,

y suena más dulce en el vendaval;
y feroz tendrá que ser la tormenta
que pueda abatir al pajarillo
que a tantos ha dado abrigo.

La he escuchado en la tierra más fría
y en el mar más extraño;
mas nunca en la inclemencia
de mí ha pedido una sola migaja.
                                           
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Autora de 1.789 poemas, está considerada como uno de los pilares de la literatura estadounidense moderna y una de las mejores poetas de la literatura universal. Su obra denota una extraordinaria capacidad para observar el mundo a su alrededor, desde el sutil zumbido de una abeja hasta el carácter inapelable de la muerte. Compuso todos sus poemas a lápiz en pequeños trozos de papel que su hermana Lavinia encontró y publicó tras su muerte.

Durante su juventud y madurez, Emily se puso en manos de hombres sabios, mayores que ella, a los que pidió consejo sobre la creación artística y quienes la instruyeron y le recomendaron lecturas. 

Emily Dickinson solo dejó leer su obra a contados profesionales de la literatura y a su amada amiga de la infancia, Susan Huntington Gilbert, que había contraído matrimonio en 1856.
Emily y Susan, que fueron compañeras de estudios en la Academia de Amherst, mantuvieron una extensa correspondencia durante toda la vida, pese a vivir a apenas cien metros de distancia. Estas cartas ponen de manifiesto que las dos mujeres fueron amigas, amantes y confidentes. De hecho, Susan fue una de las pocas personas a las que Emily dejó leer sus poemas e incluso le sugirió algunos cambios (que Emily nunca llegó a realizar). Varios biógrafos de Emily Dickinson creen que los más de 300 poemas de amor de la autora fueron escritos enteramente para Susan. Entre ellos destaca el evidente “Una Hermana tengo en nuestra casa”, “Noches salvajes” y “Poseer una Susan mía / es de por sí una dicha”.
Pero aquella no fue la única experiencia amorosa de Emily Dickinson. En sus poemas y cartas hay referencias a otra historia cuyo final trágico atormentó a la autora. Los teóricos se dividen en dos posibilidades. Unos apuntan a que la persona a la que van dirigidos los poemas fue un joven a quien sus padres le prohibieron seguir viendo. Otros creen que la poeta se enamoró de un pastor protestante casado que huyó de Amherst para evitar que se diera el romance.

A partir de los cincuenta años, Emily se volvió más estricta ante la negativa de publicar. Dejó de frecuentar a sus amigos, se negó en varias ocasiones a recibir visitas en casa y empezó a vestir únicamente de blanco, una extraña costumbre que la acompañó hasta el final de sus días. Dickinson se encerró en casa, obsesionada con su creación poética, y dedicó todos sus esfuerzos a desarrollar la extraordinaria obra por la que se la conoce.
Hacia el final de su vida, comenzó  reunir sus poemas en pequeños libros que encuadernaba a mano. En 1886 escribió su última carta en la que decía “me llaman”, refiriéndose a la muerte, y dejó el mundo el 15 de mayo de 1886.

Tras su muerte, su hermana Lavinia se adentró en la misteriosa habitación en la que Emily había permanecido durante tanto tiempo. Ahí encontró un baúl en el que descubrió los más de 40 volúmenes encuadernados y casi dos mil poemas que Emily había escrito a lo largo de su vida. Pese a que la poeta hizo prometer a su hermana que quemara su obra decidió que el talento de Emily Dickinson no podía quedar en un baúl ni ser consumido por las llamas. Ella misma le aseguró al biógrafo de la escritora, George Frisbie Whicher, que “la poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato”.
Gonzalo Díaz-Arbolí

1 comentario:

LUIS MANZORRO BENITEZ dijo...

He leído tu entrada y me ha bastado saber que escribía para ella y, supongo, para su amante y amiga, que murió joven, y que durante sus prolíficos últimos 5 años permaneció enclaustrada y deseando que su obra fuera quemada, para pensar que fue una mujer, digamos..., diferente, y una de sus frases lo confirma: "Perdonen mi cordura en un mundo loco". Si ya en 1880 tuvo motivos para que vistiera siempre de blanco y se enclaustrara, seguro que hoy también lo haría... Y a muchos no nos faltan ganas de hacer lo mismo.
Gracias, amigo Gonzalo.

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