Estudiantes adolescentes tomando el bocadillo del recreo |
Elena, una adolescente de doce años preciosa, llena de alegría y viveza, con una noción muy clara de lo que quería, caminaba diariamente por las mismas calles en su camino al Colegio.
Transcurrían los años cincuenta del pasado siglo, aquellos tristes años de
la posguerra española.
Javier, un adolescente espigado tenía catorce años. Apasionado por la
música soñaba con convertirse en un famoso pianista. A pesar de las
dificultades Javier mantenía viva su pasión por la música y compaginaba sus
estudios de bachillerato con las clases que tomaba en horas extraordinarias de
su abuelo profesor de música. En sus tardes libres paseaba solo por el silencioso
parque de Las Quebradas; reflexionaba sobre sus problemas: sus estudios y futuro, a veces escribía
versos para Elena.
Elena y Javier estudiaban en el mismo Colegio. Hablaban sobre los libros
que habían leído sentados en la Plaza, compartían sus sueños y esperanzas de
futuro, junto a las confidencias recíprocas o las promesas que se disipaban con
el mismo candor que las pronunciaban. El recuerdo inolvidable de un vestido
camisero a rayas blanco y rosa. Entre risas y conversaciones profundas,
comenzaron a enamorarse. (La risa la definía, contagiaba su felicidad).
Cada encuentro se convirtió en un oasis de felicidad. Cuando una hora
parece un segundo.
Pero el amor de Elena y Javier no era fácil. La posguerra había creado divisiones y resentimientos en la sociedad, y sus familias no estaban exentas de ellos. Parecía que su amor era más fuerte que cualquier barrera. Eran otros tiempos, lo recuerdo, quizás, lleno de rencor y tristeza pero sereno.
Evocación de momentos felices: Los paseos en pandilla a los Pinares de la
Barca o a las Huertas del Pago de Santa Lucía lanzándonos por la vereda de los
valientes; las niñas, con su típica sagacidad, dejaban solos a las parejas que
se atraían; en una ocasión para llegar a la cima Javier tomó de la mano a Elena
pese a la represión moral a que estaban sometidos en aquellos años. Hoy,
lamentan profundamente los besos y caricias robados por la estricta censura
eclesiástica y social de aquella época. Entonces se vivía un amor, casto,
delicado, romántico y muy tierno. Solo bastaba mirarnos, eso era todo. La memoria
de lo vivido no se acaba nunca.
Pero el destino siempre tiene sus propios planes.
Quizá el orgullo eligió, sin querer, lo menos doloroso y fue el culpable del
abandono de tanto amor, y así la oscuridad les llevó a los recuerdos tratando
de alejar los sueños sin conseguirlo.
Pasaron los años, Elena y Javier luchando contra las adversidades, a pesar
de la distancia, nunca olvidaron el primer amor que encontraron el uno en el
otro.
¿Quién decide el destino? ¿Por qué un amor tan firme no resistió el desafío
de la vida? ¿O son las circunstancias? En una época fueron los
más felices del mundo y esa etapa lo confirmó.
Todavía vibra el corazón en los mismos acordes del tiempo que se fue.
La vida es ese rastro de recuerdos que
deja
el estallido del amor primero,
cuyo resplandor se va acumulando en el
alma.
Pasa el implacable tiempo que quisiera detenido,
más, a pesar de la memoria culpable,
es imposible el olvido.
5 comentarios:
Muy buena la historia. !!! Nada hay imposible para el amor
Enhorabuena Gonzalo por tus escritos y difusión cariñosa, no dejando, como dice Clint Eastwood, que el viejo entre en tu casa. Gracias….
Buenos días. Me has llevado, en el túnel del tiempo, a esa etapa de mi vida. Y lo he hecho sin nostalgia, pero con ternura. Un abrazo
Dolor, tristeza, melancolía, nostalgia...son diferentes peldaños a los que nos pueden llevar antiguos recuerdos.
Éste de hoy el del primer amor, creo que es el de una profunda nostalgia.
Nunca se olvida al primer amor!
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