20.10.20

LEYENDAS DE VEJER


No se debe tachar de inmovilismo romántico el que surja la vena poética al contemplar la perfecta y sutil armonía que se da en la conjunción de la cal y los sillares de piedra. 

El sustrato profundo de la arquitectura de Vejer está en buscar la proyección hacia adentro. Obsérvese la inexistencia de elementos ornamentales (franjas y cenefas) en sus fachadas, ya que les basta la variedad de tonalidades que la luz confiere a sus patios interiores; tonalidades que, serpentean de manera constante y pasan del blanco con la luna, al rosa del amanecer y el dorado de la siesta. 

Esta peculiar arquitectura de la formas y de la luz confiere al vejeriego un modo especial de ver y hacer las cosas, en definitiva, un estilo de vida sobrio, elegante, recoleto, reflexivo, profundo… 

Acorde con esa especial manera de entender la vida, el vejeriego proyecta hacia afuera su imaginación, ya que en el interior, el permanente juego de colores, luces y sombras le bastan para sentirse eterno. 

Se cuenta que en esta calle, en la que nos encontramos, vivía y ejercía sus labores un zapatero que conforme a las costumbres del lugar, las primeras luces lo encontraban enfrascados en sus quehaceres cotidianos. 


Casado y con hijos, ese hombre dejaba transcurrir los días dedicado a la monotonía de sus labores y a la cotidianidad parsimoniosa y cansina de la relaciones familiares. 

Pero, un día, observa que una cobijada al pasar por delante de su pequeño taller, mira hacia adentro, y le inclina levemente la cabeza a modo de saludo, creyendo él, percibir una especial brillo en el único ojo que deja ver el atuendo que portaba. Rejuvenece, se ilusiona, y espera impaciente la llegada del nuevo amanecer. Al día siguiente vuelve a ocurrir y, al otro y al otro. Imagínense a este hombre, en el contexto social de principios del pasado siglo, recreándose en mil ensoñaciones. 

Exultante por lo que aquello significaba e ilusionado por lo que pudiera significar vivía el zapatero, aunque atormentado por la idea de que pudiera trascender a sus convecinos. 

Cierto día, armándose de valor decide seguirla y con mucho sigilo parte tras ella y recorre el camino que dista desde su casa hasta la Iglesia. Al llegar allí y, como era preceptivo, la mujer se descubre la cabeza y observa con enorme estupor y asombro que era su mujer la que al pasar por delante del taller, le dedicaba un saludo afectuoso todos los días. 

Con el mismo sigilo vuelve a su zapatería y reflexionando sobre lo ocurrido llega a la conclusión que la vida en Vejer, debe hacerse hacia adentro, que es donde está la auténtica belleza. 
Javier Díaz Arbolí

2 comentarios:

Eugenio Martínez dijo...

Gracias, Javier, por enseñarnos a contemplar la armonía y conjunción de la cal y la piedra de Vejer, así como su proyección hacia adentro, tanto en sentido material como inmaterial

Francisco Rodríguez Conesa dijo...

El vejeriego vive mucho para dentro, para su interior,no es de hablar mucho, parece que su ascendencia castellana le da esa personalidad seca y poco comunicativa, o es el resultado de tantas confluencias culturales.

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