1.10.20

A Mariló, María y Salvi.

Leyendo en “Pliegos de la Academia”, el artículo que escribe la Dra. Ana Sofía Pérez-Bustamente, en homenaje a Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, con motivo de la traducción conjunta del libro “La Luna Nueva” de Rabindranath Tagore, experimenté un remolino de emociones que desbordaban mis sentimientos, al “transvivir” el pasaje que copio a continuación: 
¿De dónde vine yo? ¿Dónde me encontraste?’, pregunta el niño a su madre. 
Ella llora y ríe al mismo tiempo, y estrechándolo contra su pecho le responde: Tú estabas escondido en mi corazón, amor mío, tú eras su deseo.
Estabas en las muñecas de mi infancia; y cuando, cada mañana, yo modelaba con arcilla la imagen de mi dios, en verdad te hacía y deshacía a ti. 
Has vivido en todas mis esperanzas, en todos mis amoresen toda mi vida y en la vida de mi madre. El Espíritu inmortal que preside nuestro hogar te ha albergado en su seno desde el principio de los tiempos. Te estrecho contra mi corazón, temerosa de que escapes. ¿Qué magia ha entregado el tesoro del mundo a mis frágiles brazos? 
Mientras lo leía, este remolino me hunde en la penumbrosa zona de desconsuelo y desconcierto por la que transita mi familia tras la muerte de un ser muy querido. A mi hermana, inesperadamente, le arrebataron a su hijo de 45 años. 
Al mismo tiempo, y también por la misma razón de una muerte inclementemente anticipada, me vino a la memoria uno de los desolados sonetos al vuelo de la muerte, al arranque de la raíz más honda de su herencia; que un buen amigo le dedica en su poemario “Huésped conmigo” a su hija y que como él nos dice en la dedicatoria: “Al llevarse su risa, me trajo el llanto”: 

Transcribo los dos primeros cuartetos de uno de los sonetos: 

Un acero brutal hirió mi frente.
Es el ala infeliz de la locura 
que me habita los polos de amargura
y derrama mis venas lentamente. 

Es un macabro pájaro inclemente, 
que hurta a la luz su brillo y su blancura. 
Es una atormentada arquitectura
que me quebró la vida de repente. 

Me cuenta el poeta, que el recuerdo de su hija es indestructible, que no ha desaparecido de su pensamiento y, que sigue aprendiendo a vivir con ese dolor. 
¿Qué sienten los que aquí se quedan? Las madres ¿A qué se aferran para soportar tanto dolor? María Luisa, huele la ropa de su hijo y la abraza, se coloca su chándal y sale a caminar y cree que camina con él. -Cuando esto escribo no puedo evitar el llanto-. Covadonga que en su casa recuerda a su hija en cuadros y fotografías y su dormitorio permanece intacto. 
Merche, que después de 30 años, aún cree que su hijo volverá de los Estados Unidos de América, Carmen, que le sigue hablando a su hijo, como si estuviese en casa… 
¿Por qué este desorden? ¿Por qué tanto dolor? ¿Es este el precio que tienen que pagar por amar tanto? No soy capaz de comprender tanto desajuste. 
El amor nunca será dañado, el amor nunca se irá. Ellos siguen entre nosotros, la memoria que guarda tantos recuerdos queda inalterable, y el júbilo de que hayan existido y haberlos conocido nos consuela. 
Hola, sobrino. Me emocioné cuando os vi a todos los primos juntos. ¡Qué satisfacción cuando os conté! erais 27. Hasta pronto, ahijado. Un abrazo muy fuerte. Te quiero.
Gonzalo Díaz Arbolí

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