PAREMIA 89 “Pónganme el dedo en la boca, y verán si aprieto o no “ (Sancho II, 34: 1000):
Cuando la bondad no implica sumisión
Hay frases que parecen insignificantes, dichas al pasar, como quien no quiere dejar huella. Pero algunas, como las de Sancho Panza, se quedan dando vueltas en el alma. Pueden sonar a broma o a simple picardía campesina, pero encierran una verdad profunda.
No debemos confundir el silencio con debilidad, ni pensar que, por no hablar con tono altivo, alguien carece de límites. No supongas que, por ser paciente, no sabe defenderse.
Vivimos tiempos en los que el ruido parece tener más valor que la presencia. Donde, si no haces escándalo, es como si no existieras. Y, sin embargo, las personas que de verdad sostienen al mundo no hacen ruido.
Porque incluso la bondad más generosa tiene un umbral. Incluso el corazón más noble necesita cuidado. A veces, decir “basta” no es un acto de rebeldía, sino de respeto hacia uno mismo.
La frase de Sancho Panza es una frontera invisible que muchos no ven, pero que existe. Un aviso sereno, pero firme. No se debe provocar a quien ha elegido la paz, porque si responde, lo hará sin rabia, pero con determinación.
Esta lección es para quienes dan mucho y reciben poco. Para quienes hacen lo correcto, aunque nadie lo vea. Para quienes sostienen a los demás, pero empiezan a preguntarse: ¿y quién me sostiene a mí? Defender tu espacio no te hace menos noble. Poner límites no te hace menos amable. Enseña a los demás a valorar lo que entregas.
Sancho Panza, sin pretenderlo, nos dejó una joya: una forma sencilla de recordarnos que la paciencia es una elección, no una resignación. Que existe una fuerza tranquila y silenciosa, que no grita, pero deja huella. Porque vivir con dignidad cada día consiste en saber cuándo ceder y cuándo resistir, siempre con el alma en calma.
La historia que fue
Carlos no era jefe, ni el más carismático de los trabajadores. Pero en la nave, todos sabían que, si surgía un problema difícil, era a él a quien llamaban. Técnico de mantenimiento industrial, con veinte años de experiencia, intuición afinada y una humildad que imponía más que cualquier voz elevada. Nunca alzaba el tono. No le hacía falta. Su forma de estar lo decía todo.
Cubría turnos, arreglaba lo que otros no podían, formaba a los nuevos sin que nadie se lo pidiera. Lo hacía porque creía en el trabajo bien hecho, y porque pensaba que ser buena persona formaba parte del uniforme. Por eso lo trataban como al que siempre decía que sí. El salvavidas de todos.
Hasta que llegó un nuevo supervisor. Joven, impaciente, sin tiempo ni disposición para escuchar historias ni entender trayectorias. Vio en Carlos a alguien "conveniente". Le exigió que cubriera una guardia extra ese mismo fin de semana. No era su turno, y Carlos tenía planes con su hija, a la que no veía desde hacía semanas.
Explicó su situación con calma. El jefe, con aire burlón, respondió: “Carlos, tú nunca pones problemas. No me digas que ahora sí”. Y ahí, después de años de silencios, sacrificios callados y orgullo tragado por el bien común... Carlos apretó. No con furia, ni con falta de respeto. Lo hizo como solo lo hacen quienes han sido verdaderamente fuertes: con claridad.
“He estado aquí porque he querido. Pero no porque estuviera obligado. No me empuje más. Póngame el dedo en la boca otra vez… y verá si aprieto o no”.
No hizo falta decir más. Ese día, el jefe descubrió que detrás de la paciencia de Carlos no había miedo. Había dignidad. La misma que, durante años, lo había sostenido sin pedir nada, pero que ahora, por fin, se hacía oír. Y todos —todos— lo entendieron.
A veces, una simple pregunta puede abrir una puerta que necesitaba abrirse
¿Estoy permitiendo que confundan mi paciencia con resignación?
¿Mi silencio es amor propio o abandono de mí mismo?
¿Qué pasaría si hoy pusiera un límite firme?
Antonio Leal Jiménez
Académico de Santa Cecilia


3 comentarios:
Yo de paciencia aprendí mucho siendo profe de secundaria! 😂
Un excelente artículo más, de los muchos que nos viene regalando la genial péñola de Antonio.
La paciencia acaba cuando empiezan a abusar de ella.
Interesante historia que nos enseña a poner límites y a defender el mor propio ante los abusos
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