El Lavatorio de Jacopo Robusti, fue pintado para la Iglesia de San Marcuola de Venecia en 1547.
En 1627, lo adquirió para Carlos I de Inglaterra el comerciante flamenco Daniel Nys. En la almoneda de Carlos I de Inglaterra lo adquirió Houghton por 300 libras, el 23 de julio de 1651, quien lo vendió en 1654 a don Alonso de Cárdenas para don Luis Méndez de Haro, quien lo regaló a Felipe IV. Entregado a Felipe IV, el soberano lo destinó al Escorial, donde Velázquez lo situó en el centro de la sacristía, localización privilegiada que permitía una contemplación lateral del lienzo.
El lavatorio es fruto de un concienzudo proceso creativo. Tras trazar el escenario, Tintoretto introdujo los personajes pensando en el punto de vista del espectador. Ello explica que, si bien al contemplar frontalmente el lienzo los personajes aparecen distribuidos aleatoriamente, la impresión cambie al mirarlo desde la derecha, desde una posición similar a la de la feligresía en San Marcuola. Desaparecen así los espacios muertos entre las figuras y el cuadro se ordena a lo largo de una diagonal que, partiendo de Cristo, prosigue por la mesa en la que aguardan turno los apóstoles para acabar en el arco al fondo del canal. Ello explica además la ubicación de los actores principales de la escena, Cristo y San Pedro, en el lateral derecho del lienzo.
La influencia de las obras del veneciano se aprecia en la superficie y en el interior de las del sevillano durante el transcurso de su evolución pictórica. En este caso de El Lavatorio, por la fecha de ingreso en las colecciones reales, muchos de los logros técnicos que observamos en la pintura se revelan en obras tardías de Velázquez. Algunas de ellas, como el poder penetrar a través de la perspectiva que marca el pavimento del suelo y caminar dentro del espacio en el que se desarrolla el suceso, o la existencia del aire interpuesto que crea un ambiente entre las figuras, pueden ser comprobadas en Las Meninas. Si caminamos, lentamente, desde la distancia hacia la obra velazqueña, sin nada que interrumpa nuestra visión, sentimos que al llegar a ella entramos, por medio de una suave transición, en la estancia y nos fundimos con los personajes para relacionarnos con ellos.
En El Lavatorio, concebido desde el punto de vista de la perspectiva para ser contemplado desde el ángulo derecho hacia el fondo, debido al lugar que ocupaba en la iglesia de San Marcuola (de otra manera no funciona con la misma eficacia), la representación que da el nombre a la obra está situada en primer lugar, sobresaliendo en ese ángulo inicial de contacto con el espectador. Los espacios se van sucediendo en profundidad con otros temas secundarios en torno al principal, como el perro, la mesa de la Santa Cena, los discípulos en distintas posiciones (algunas bastante forzadas como las del que descalza a otro) y actitudes psicológicas (tristeza, meditación, oración…), hasta completar las líneas de la fuga de la perspectiva, a través de las arquitecturas y otros elementos constructivos que conducen al paisaje del fondo en el que se sitúan unas finas figurillas. Como contrapunto, Tintoretto coloca un discípulo descalzándose con gran majestuosidad en el ángulo izquierdo, de un canon similar a los del lado contrario.
La obra se enriquece con infinidad de detalles tonales y juegos cromáticos, vibraciones e irisaciones de color producidas por pinceladas de unos tonos sobre otros que hacen ganar en expresividad a los paños de los vestidos y túnicas de los personajes.
El cuadro exalta la humildad y el amor fraterno a través del episodio del lavatorio de los pies por parte de Jesús a sus discípulos antes de la Última Cena (Juan, 13-1-30). La composición desplaza el tema principal a la derecha. Frente a la solemnidad del acto eucarístico que se va a producir, Tintoretto ha preferido plasmar esta escena naturalista y sencilla, para mostrar el amor humano y el amor divino, teniendo a Cristo como aglutinador del cuadro.
Miguel Falomir, director del Museo Nacional del Prado, comenta "El lavatorio" (1548-1549) de Tintoretto, el 23 de noviembre de 2018, con motivo de la celebración del Bicentenario.
Fuente: Museo del Prado, Carmen Garrido, Youtube
Gonzalo Díaz-Arbolí
2 comentarios:
Otra de tus interesantísimas entradas. Es realmente increíble como, a la dificultad de pintar un cuadro como este, le añade el pintarlo teniendo en cuenta el lugar dónde lo van a colgar.. ¡ASOMBROSO! Los enlaces son fantásticos y muy educativos.
Gracias, amigo Gonzalo.
Me ha gustado mucho esta entrada Gonzalo. Nos acercas a Tintoreto y a la "otra perspectiva" en relación a donde está situado el espectador.
Hace años aprovechando que la Iglesia de S. Carlos Borromeo de Viena (Karlskirche) estaba restaurándose, tuve la oportunidad de subir por el andamiaje interior hasta la parte alta de su gigantesca cúpula. Pude comprobar que las imágenes de sus pinturas, estaban totalmente distorsionadas.
Cuando años después volví y contemplé la cúpula desde abajo, observé la perfecta proporción de aquellas figuras. El pintor las había realizado para ser vistas desde el suelo. Sí es la otra "perspectiva"...
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