22.2.22

Paseando con un poeta: Antonio Machado

 

Aún no sé cómo diablos habíamos llegado allí, ¿un salto en el tiempo? ¿Un sueño? ¿A través de una forma sublimada de la imaginación? No lo sé, ya digo, no lo sé. Tampoco se lo pregunté a él, ni imaginaba qué me podría decir. Cruzamos en diagonal la pequeña y bella plaza arcada, caminábamos despacio subiendo el desnivel, y cruzamos el Arquillo del Pan hacia la Plaza Grande. Nos quedamos parados en la entrada contemplando su hermosa extensión. Caminamos unos metros y tomamos asiento en un banco de dura piedra entre dos palmeras, cerca de la fuente, a espaldas de una gran balconada de flores. Le notaba cansado, él iba -como siempre- ligero de equipaje, sin prisa, y quizás con menos de su normal desaliño. Levantó su cara para mirar a la torre de la Candelaria. Giró hacia mí, sentado a su derecha y dijo:

─¿Sabes por qué estamos aquí? ─tenía un deje burlón en sus labios. 

No le contesté, me sentía cautivado por el sonido del agua, el entrechocar de las gotas y de los golpes de ellas contra la piedra. Don Antonio prosiguió hablando mirando otra vez a la torre: 

─¿Te acuerdas que un día dije, o escribí, que los conceptos son de todos y se nos imponen desde fuera; y que las intuiciones siempre son nuestras? Estamos aquí por una de esas intuiciones extrañas y personales ─hizo una leve pausa y exhaló el airé con alguna dificultad, siguió hablando─. Puedo imaginar a mi bisabuelo José Álvarez paseando por aquí, ¿quizás daba su casa a esta misma plaza? 

Salí de inmediato del ensimismamiento y le miré haciendo un gesto interrogativo; él completó una simpática sonrisa. 

─¿Ves? Podemos imaginarlo un niño circunspecto, serio, también a los hermanos mayores de mi abuela. Posiblemente, jugaban aquí, en esta plaza. Bueno, uno de ellos vivió aquí muchos años y el otro en Llerena. Mi abuela Cipriana Álvarez nació en Sevilla. y se casó con un gaditano, Antonio Machado Núñez. ¿Observas los círculos? ─y repitió─ ¿Observas los círculos? ¡Siempre los círculos! Curiosamente mi bisabuelo de aquí, José Álvarez Guerra, también fue gobernador de Soria, ¿ves? Otra vez, esos círculos. 

Dirigí mi mirada hacia él para que notase que le estaba prestando afectuosa atención; pero no parecía hablar conmigo, quizás lo hacía con algún "alter ego", es posible que fuese con Juan de Mairena o con Abel Martín. Versos suyos inundaron mi memoria en ese momento:

La plaza y los naranjos encendidos
con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que, al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas


Me sorprendió la presteza al levantarse del banco, dio unos pasos para adelante y con el índice extendido señaló en dirección a la iglesia de la Candelaria. Unos pocos segundos después dijo con amabilidad: 

─Vamos, levanta de ahí, debemos ver a Zurbarán ahora ─y comenzó a caminar. 

Cuando hablaba por voz de Mairena se llamaba a sí mismo poeta del tiempo, le obsesionaba el tiempo. Le alcancé en unos pocos metros y me sitúe a su derecha, hizo un levísimo gesto con la cabeza y recitó:

Crece en la plaza en sombra
el musgo, y en la piedra vieja y santa
de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...
Más vieja que la iglesia tiene el alma.

Sube muy lento, en las mañanas frías,
por la marmórea grada,
hasta un rincón de piedra... Allí aparece
su mano seca entre la rota capa.

Con las órbitas huecas de sus ojos
ha visto cómo pasan
las blancas sombras en los claros días,
las blancas sombras de las horas santas.


Pero el tiempo ya no tenía cabida en él. 

Tenía muchas preguntas que hacerle pero intuía que no gozaría de los momentos precisos, me hubiese gustado que me hablase sobre aquello que defendía -como idea estética- de la poesía como arte temporal, o de esos poemas que son capaces de hacernos ver el fluir del tiempo, o como la repetición de la rima sugiere el paso de lo temporal. También que me contase algo de esa poesía sencilla y directa opuesta al barroquismo poético que repudiaba.

Llegué solo a la Colegiata, ¿había entrado en ella? Traspasé el umbral, y me acerqué lentamente al retablo de Zurbarán mirando a todas partes. No estaba. Me quedé un largo rato allí, perdida la esperanza de volver a verlo. 

¡El tiempo y sus banderas desplegadas!
(¿Yo, capitán? Mas yo no voy contigo.)
¡Hacia lejanas torres soleadas
el perdurable asalto por castigo!

  

Salí despacio. Me iré hacia el mar esta tarde... soñando caminos.

Ignacio Pérez Blanquer



6 comentarios:

IgnacioPB dijo...

Gonzalo muchas gracias por poner mi "paseo" en tu blog.
A veces sueño con estos, mis paseos, con los poetas. Pero la relectura me genera un poco de melancolía.
Gracias de nuevo y un gran abrazo.

Gondiazar dijo...

Gracias a vos, mi querido maestro. Pues no parece estar melancólico, estás en un estado permanente de euforia, siempre creando y "tocando todos los palos". Un abrazo.

Eugenio Martínez dijo...

Un emocionante salto en el tiempo, Ignacio, o tal vez un sueño. Pero gozosamente real.
En el momento de terminar de leerlo, me asaltó la duda, o quizás mejor el deseo, de haber podido acompañaros... También soñando...o "conversando con el hombre que siempre va conmigo"

Eugenio W. dijo...

Lo recordaba este paseo de Ignacio Pérez Blanquet con Don Antonio y ya, en su día, me encantó la idea y la realización. Y hoy es muy oportuno que lo repitas en el 83 aniversario de su muerte. Un estupendo acierto, querido amigo. Un abrazo

Antonio Ortega dijo...

¡Qué gozada volver a disfrutar los paseos de Ignacio con los poetas!

Julio dijo...

Qué pena no poder "pasear" con el poeta...Pero me conformo, he caminado otros paseos. Un abrazo.

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