Transcurre con placidez el mes de Agosto de 1929. La Virgen está en la Parroquia y ésta, llena de feligreses. En esos días acontece que se instala en la ciudad la viuda de un militar de graduación, con tres hijas solteras. Por lo que se pudo saber, hasta entonces había vivido en una finca de heredad, por allí, por donde El Soto, a la que habían accedido para ver de curar la enfermedad del marido, pero éste, acababa de morir, no se sabe si de mal conocido o, como decían por allí, por decisión propia.
Como era de algunos posibles y sabiendo que en Vejer siempre se ha considerado lo más adecuado el no “”juntar churras con merinas”, pensó que era el mejor sitio, o como ella decía: un “charco apropiado para pescar en él” y así poder conseguir lo que prometió al marido en su lecho de muerte: colocar adecuadamente a las niñas, cosa que en el lugarejo donde residían le iba a resulta harto difícil.
Alquiló una casa espaciosa en la calle Rosario y la amuebló muy a su gusto. En la sala de recibir y en su testero principal, colgó un retrato de su esposo; a un lado, la espada y las condecoraciones, y al otro, las charreteras. En el testero de enfrente cuadros de nobleza y escudos solariegos. En fin, todo como debe ser.
Doña Gertrudis, (que así se llamaba la viuda) tenía la manía de la aristocracia, (es por eso que se instaló en Vejer). Su tío abuelo fue Sochantre en Granada, y murió en olor de santidad; su abuelo, Comandante de Carabineros y contaba además que tenía antepasados ilustres que se remontaban hasta la Reconquista, e, incluso, algunos parientes nobles.
Las niñas eran tres, (ya lo hemos comentado). La mayor, Ángela, porque cuando nació era eso lo que parecía ¡un ángel! (según contaba su madre). Tenía las mismas ideas que su progenitora; por ser marquesa hubiese vendido su alma al diablo si el ángel caído se hubiese dignado aceptarla. Era fea, de tez aceitosa y de aspecto hombruno (de esas que se dice que tienen dos espaldas)
A la segunda le llamaron Caridad, en recuerdo del tío abuelo de la madre, que por lo que se decía en su época, se dedicó a esa virtud en vida. Era aún más fea que la otra, gorda y alta. De modales rudos y zafios, se las daba de romántica y entornaba continuamente los ojos hacia arriba, haciendo constantes mohines, que recordaban a un cordero degollado.
Y por fin, Dolores, la pequeña. Por lo que cuentan, fue un embarazo y un parto difícil y de ahí el nombre. Era aún más fea que las dos anteriores. Tenía quince años y era la única mujer conocida que desmentía el adagio de “la niña bonita”. A ésta le gustaban los novios.
La madre, firme en la idea de “colocar” a sus vástagos, decidió para ello dar tertulias en su casa, pero sólo de varones, ya que era temerosa de la competencia y sabía que con aquel género le iba a resultar harto difícil la empresa que se había propuesto y como ella decía: para faldas, bastante hay con las mías. Había comprado un piano para amenizar las “soirées” y allí acudían casi cada tarde un buen número de mozos.
La concurrencia era de lo más variopinta. Dependientes, meritorios, escribanos y aprendices sin que esto desmerezca de ninguna de estas profesiones; pero es el caso que no conseguía atraer a aquellos que había venido a buscar. Todas las noches eran muchas las presentaciones.
Estos, viendo que aquello prometía, entendieron que aquel era el sitio ideal para poder satisfacer sus necesidades (las poéticas y las prosaicas) y procedieron a tomar la casa por asalto. Desaparecían las chacinas que venían del Soto, todas las viandas que guardaban en la despensa y hasta un jamón de Trevelez que un pariente les había traído en una visita reciente.
Un buen día, apareció por allí un Practicante al que presentaron como Vizconde, que todo el dinero lo gastaba en vestirse y al que Doña Gertrudis, iluminada por el título, recibió en sus brazos y fue aceptado como novio de la hija mayor y, a partir de entonces, como dueño y señor de la casa. Ocupaba el sillón de respeto en la sala y era el único que podía coger el badil del brasero.
Ángela, la novia “oficial” del Vizconde, que tomaba lecciones de piano y era aficionada al canto, entonó una noche, en la que la concurrencia era muy numerosa, unas canciones de amor, acompañándose de dicho instrumento y los tertulianos mostraron tal emoción que, algunos, llegaron a caer de espaldas, rompiendo varias sillas y derribando los carburos que alumbraban la sala. Para ver de aliviar aquella catástrofe, continuó su actuación cantando una copla y entonó “La bien pagá” y fueron tantos los ayes y los jaleos de palmas que tuvo que intervenir la fuerza pública. Así acababan la mayoría de las noches las fiestas de Doña Gertrudis.
La segunda, Caridad, se enamoró de un legista que una noche fue presentado en la casa. El galán, jurándole fidelidad eterna, hizo como que le correspondía en sus amores, iniciándose así una relación que prometía ser duradera. Llegó a tanto el romanticismo que dado que los padres de él se oponían a su relación (eso al menos fue lo que le dijo), convinieron entrambos que lo mejor para reforzar su “amor imposible” era ingerir un veneno juntos y de esta manera poder continuar su romance en la otra vida. Así lo hicieron. El legista llevó un frasco que Caridad se tomó sin vacilar y que resultó ser un preparado que le proporcionó el “Vizconde” y que le provocó tal laxitud que la tuvo tres semanas sin salir del excusado y perder gran parte de su volumen.
Parecía que aquello iba a mejor. La hijas, recriminadas por la madre, mantuvieron durante un tiempo cierta compostura, pero Ángela, estando una noche en la pava con su enamorado, a una hora intempestiva les llegó un grupo fingiendo ser secuestradores, para pedir un alto rescate por el título y disparando un tiro de sal tuvo la mala fortuna (o acaso el tirador tan buena puntería) que impactó de lleno en las posaderas de la susodicha y la tuvo postrada en posición innoble durante varios días.
Pero la peor de las hazañas fue la ejecutada por Dolores. Un escribiente que la rondaba y que llegó a enamorarla, la citó una noche en la reja para pelar la pava. Al llegar el momento crucial del encuentro, le pidió que con las manos expandidas en su pecho le jurase amor eterno, y que después, juntase sus manos con las de él. Así lo hizo y en ese momento dos compinches del mozo que estaban apostados en el exterior, ataron sus brazos a los hierros de la reja y prorrumpió en tales gritos e improperios que salieron todas las vecinas y vecinos asustados. Estos, al comprobar lo que sucedía, empezaron la consiguiente mofa, de tal manera que tuvo que intervenir el Alcalde y la fuerza pública, solicitando de Doña Gertrudis que acabara con aquellas fiestas que traían al pueblo en jaque.
Escarmentó Doña Gertrudis con estos sucesos. Los novios no volvieron más y comenzó a recibir sólo a aquellos que ella creía más formales y de más edad. Pero uno de ellos, que parecía de cortas luces y de pocas palabras, pero de buena fortuna comprobada, cuando estaban más contentos departiendo de todo lo que les había sucedido desde que estaban en Vejer y de los anteriores abusos a los que habían sido sometidas, roció con petróleo el brasero, prendiéndose fuego en las faldas de la mesa camilla, y gracias a la intervención de algunos transeúntes y vecinos de la Doña, el sainete no terminó en tragedia. Fue aquel acontecimiento el que obligó definitivamente al Sr. Regidor Municipal a prohibir taxativamente aquellos saraos, so pena de expulsión, multa y destierro.
Días después se comentó que la mamá y las niñas habían abandonado la localidad de noche y en un carruaje cerrado, sin rumbo conocido. En el Soto no saben nada de ellas, y se comenta que hubo quien hizo averiguaciones en su ciudad natal y tampoco. Hasta hoy no se conoce su paradero.
Esta es la historia que me contaron y así la cuento. Si es cierta, por que lo es y si no, porque podría haberlo sido. No obstante recordar aquello de que: “Bien sabe Dios que no hay buen marchante si no existe buena mercancía, ni en Vejer, ni en ningún otro confín del Universo”.
Javier Díaz Arbolí
17 comentarios:
De película vamos, que la llevan al cine y le dan el Oscar me ha entusiasmado hasta a mi.
...Y de Vejer la pompa vana...
Ay, qué bonito e interesante. Me ha alegrado la mañana.
Un relato simpático y muy bien contado por Javier.
Poco a poco voy conociendo a los personajes, verdaderos o ficticios, de Vejer...
Mucha gracia y mucha exageración en los textos. Con su mundo de mujeres huele a Lorca y su Bernarda Alba. La imaginación de Javier es desbordante.
Muy bonito, Javier, como todos los relatos que escribes sobre Vejer. Interesante...para la nueva colección de cuentos y leyendas vejeriegas.
Me está dando la impresión, Gonzalo, que entre Javier y tú nos estáis convirtiendo en unos devotos vejeriegos con vuestras historias verdaderas o no tanto, pero siempre interesantes, divertidas y curiosas
Enhorabuena a mis dos tíos, Javier y Gonzalo, que son muy grandes
Muy interesante me ha gustado mucho.
Felicidades Javier. deja correr su fantasía e imaginación.
Es un modo de contribuir con sus leyendas a un mayor conocimiento cultural de nuestro Pueblo.
Me ha encantado la historia, muy bien relatada
Estupendo el relato de mi tío Javier y la presentación de mi padre Gonzalo en su acertado blog. Ahora el problema es que no vamos a parar hasta tener la segunda parte de la historia y saber que fue de Doña
Gertrudis y sus tres “gracias”.
¡Ay! mi niña, literata y actriz.
El desenlace el próximo viernes al amanecer.
Muy bonito relato perfectamente redactado. Me ha resultado muy interesante. Un abrazo Javier.
Vaya tela con las del Soto.
Es genial, Vejer "El Cerro de las maldades" "la pompa vana"
¡Cómo conoces tan bien mi pueblo! Si observas la foto verás dos cobijadas y las niñas podrían ser las tres vestidas de blanco. Debía ser un 15 de agosto, fíjate en los vestidos del público, estarían esperando la procesión de la Virgen de la Oliva.
"De Medina son los zorros,
de Vejer la pompa vana,
de Conil son los ladrones
y los borrachos de Chiclana".
Fernán Caballero recoge lo que se comenta entre la gente de las poblaciones aludidas. «Pompa vana» alude a necia ostentación, a pavoneo presuntuoso y arrogante, al absurdo orgullo de aparentar aquello de lo que se carece. (También podría ser por descender de hidalgos...es mi añadido). Gracias Camilo. Un abrazo
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