4.7.23

EL RATÓN PÉREZ. CUENTO PARA IRENE, de Laurentina Gómez Rubio


INTRODUCCIÓN.:

En las casas donde hay niños pequeños, siempre hay alegría. Y hay épocas en las que a esa alegría hay que añadirle la de intriga. Eso suele ocurrir cuando los niños tienen seis años. Con esa edad, los niños están en Primero de Primaria.
¿Qué es lo que ocurre en ese año? Lo vamos a averiguar a medida que vayamos leyendo esta historia.

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Había una vez una niña muy bonita que estaba jugando con las muñecas en su casa. Llevaba pensativa todo el día, había algo nuevo para ella que la tenía inquieta.

-Mamá, ¿dónde estás? –preguntó Irene (que así se llamaba la niña)
-Aquí, en el salón, leyendo. ¿Qué quieres?
-¿Puedes venir? Estoy en el cuarto de baño –pidió la niña.
-Voy –dijo la mamá, sin muchas ganas pues estaba en lo más interesante de su lectura.
Cuando Inma, la mamá, llegó al baño, Irene estaba mirándose en el espejo con la boca abierta.
-Pon el dedo en este diente, mamá –dijo la niña toda emocionada - me parece que se mueve.
- ¡A ver! –dijo Inma mientras se lavaba las manos y veía cómo Irene seguía con la boca abierta.
Inma puso el dedo donde la niña indicaba y movió el diente.
-¡Humm! No estoy muy segura , pero diría que sí.
-Bien! ¿Cuándo se me caerá, mamá?

Esta es la conversación que tenían madre e hija en un día muy importante. Yo las estoy observando desde el alfeizar de la ventana. No puedo dejar que me vean, pero llevo unos días paseándome por la casa. Sabía que ya estaba llegando el gran día de la caída del primer diente. Me presentaré: soy el Ratón Pérez. Sí, ese mismo, el que se lleva el diente de los niños cuando se les cae, y que deja un regalito a cambio.


Para mí, esta niña es especial. La conozco desde que era pequeñita. Me habla de ella una amiga que la cuida, sin que ella se dé cuenta, y que suele estar cerca de su casa. Esa amiga es la gaviota Pepa.

Dice que hace unos días, Irene estaba comiendo un bocadillo y que se tocó un diente, con extrañeza.
-¿Será ya hora de que se le caiga, amigo?
-Ya cumplió los seis años, Pepa, como tú me contaste, así que sí.
Y por eso llevo unos días observando a esta niña preciosa.


Desde la conversación con su madre, Irene está emocionada. Se toca el diente continuamente. Se lo enseña a su padre, Gustavo; a sus vecinos, a sus amigos… todos tienen que comprobar que se le mueve. No sé si va a tener paciencia para que pasen unos días hasta que esté en su punto de caída.

Un día, comiendo la fruta en el recreo del colegio, notó que se le había caído y que tenía un poquito de sangre. Lo sacó de la boca y con los ojos llenos de lágrimas, por la alegría, salió corriendo en busca de su señorita y se lo enseñó.


La profesora le dijo que estaba bien, que ya se estaba haciendo mayor y que fuera a enjuagarse un poco y que le dejara el diente para envolverlo en un pañuelo de papel y que luego se lo llevara a casa. Así lo hizo. Y se lo guardó en su cartuchera de lápices.
Pepa me lo contó todo y estaba feliz. ¡A su niña se le había caído el primer diente!
Ahora es cuando me toca a mí entrar en acción.


Me di un paseo por la habitación de Irene y, al entrar, me llevé el gran susto. Pepa no me había dicho que a su niña le gustaban los gatitos y al asomarme a la ventana, vi un gran gato blanco, precioso, en un cartel, en la pared. Estaba muy bien hecho y creí que era de verdad. ¡Ufff!! ¡Menos mal! Vi otro en la pared y otra en la estantería; a esta última la conozco de las tiendas y se llama Kity.

Seguí hasta su cama y me subí a ella sin mucho esfuerzo pues estaba puesta bajita y subí en un periquete; además es que estoy fuerte porque trepo por muchas camas y ventanas y así se hace bastante ejercicio.

Mi intención era comprobar cómo era de mullidita su almohada. Me gustó porque era flojita y yo podría entrar por detrás y colarme debajo para dejarle un regalito.


Observé que tenía una gran cantidad de juguetes y recordé otras habitaciones, de otros niños. En mi larga vida he visitado infinidad de niños y he visto muchas cosas. Hay niños en cuyas habitaciones tienen que dormir tres o cuatro hermanos, otros tienen que dormir en camitas al lado de su abuela, y otros duermen sobre una estera (pero eso es por costumbre o tradición, como ocurre en Japón). De todas maneras, son felices rodeados del cariño de sus padres y familia.

Pero la habitación de Irene es toda para ella y sus juguetes. ¡Parece una juguetería! No sé si esta noche cuando vuelva, a oscuras, no tropezaré con alguna muñeca y la despertaré. Espero que no.

Ahora estará merendando y viendo la televisión. De vez en cuando se va hasta la estantería donde tiene guardado el diente y se pone nerviosa al pensar qué va a ocurrir esta noche. Sus padres le han dicho que va a venir el Ratón Pérez y le traerá un regalo.


-Papá, yo quiero verlo, quiero saber cómo es – le dice zalamera para ver si consigue quedarse despierta toda la noche.

-Eso no puede ser, mi niña; si te ve despierta, se marchará corriendo y no podrá dejarte nada debajo de la almohada – le explica su padre.

Irene vuelve al salón y se pone a hacer la tarea. Pero no tiene tranquilidad para hacer esa ficha de Lengua, no se puede centrar.


¡Y llega la noche!

Su mamá, antes de meterse en la cama, la ayuda con el pijama y le recuerda que se tiene que lavar los dientes y es una cosa que Irene olvida de vez en cuando. Hoy tiene que estar la habitación ordenada y todos los juguetes recogidos. Así lo hacen y ahora nuestra niña se acuesta muy ilusionada.

Pepa está conmigo; no quiere perderse nada de la fiesta. Yo le he dicho que se vaya, que trabajo solo y, además, ¡es una gaviota! Pero, nada. Es muy cabezota y la tengo que dejar por imposible.

Quiere entrar en la habitación y le he dicho que ella se quede en el alfeizar y desde allí lo verá todo. Acepta al fin. Dejaré abierta la ventana pero nada más.

Cuando toda la casa queda en silencio, nos colocamos en una de las ventanas del dormitorio. Abro la ventana y Pepa y yo miramos dentro. Todo está en silencio; sólo se oye la tranquila respiración de la niña.

Bajo por la cortina y, de un salto, llego a la estantería y luego, al suelo. Camino hacia la cama y cuando voy por el centro de la habitación , ¡¡cataclac!! Me dí un chocazo contra un “cuco” de pasear a las muñecas y había una dentro. ¡Han olvidado recogerlo!

Con el ruido, Irene se ha removido y temo que se despierte, así que corro a esconderme. Pepa grazna desde la ventana. Pasa un instante y todo vuelve a estar en calma. ¡Menos mal! Mi amiga se ríe dando picotazos en el cristal de la ventana. ¡Tenía que haberla convencido para que se fuera y me dejara trabajar solo, pero es tan cabezota…

Al fin subo a la cama y me quedo mirando a la niña ¡qué bonita es! Le retiró un mechón de pelo que tiene sobre sus ojos y contemplo su carita. Espero que sea tan buena como guapa. Pepa me ha hablado muy bien de ella y sé que no me suele mentir. Mi trabajo es de mucha responsabilidad y debo estar informado.

Sacó una moneda del bolsillo de mi chaleco y se la pongo debajo de la almohada. ¡Qué bien me siento!

Ahora tendré en cuenta el muñeco del suelo… Pepa sujeta la cortina con el ala y veo mejor con la claridad de las farolas. Tanto se esforzó para que la cortina permaneciera abierta, que perdió el equilibrio y cayó al suelo con un estrépito horrible.

Ella revoloteó por la habitación y tiró una especie de auriculares y una muñeca que estaba colgada en su cama, luego chocó con una sombrilla de juguete y yo me quedé inmóvil detrás de una caja en el suelo.

Se oyó abrir la puerta y apareció Gustavo que se había despertado y venía a ver qué pasaba.

Permaneció quieto con la puerta abierta y esperó un ratito que a nosotros nos pareció interminable. Por fin cerró la puerta y enseguida volvió el silencio,

Pepa saltó con mucho cuidado para librarse de la sombrilla y, ya en el suelo, me subí encima de ella y de un pequeño vuelo salimos por la ventana.

Ahora estamos descansando en la playa. Los dos apoyados en una silla de terraza, mirando las estrellas. Una noche más en mi trabajo, pero esta ha sido muy especial.


A nuestra querida amiga, Tiny.
Todo nuestro agradecimiento, te mandamos un fuerte abrazo. Inma y Gustavo

Sembrad en los niños la idea, aunque no la entiendan: los años se encargarán de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su corazón.
El abuelo

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