25.10.21

Mezquita Catedral de Córdoba

 

            LA MEZQUITA DE CÓRDOBA


Hace unos años visité Córdoba con un par de amigos, Tiny e Ignacio. Ignacio lleva muy adentro Córdoba, conoce muy bien la antigua Medina, no en vano, vivió durante 22 años en su Judería.

Recorrimos durante siete horas sus calles, sus monumentos, sus jardines: la antigua Muralla, la Sinagoga, las ruinas de Claudio Marcelo. El abandonado Palacio Episcopal, el Alcázar de los Reyes Cristianos, los monumentos dedicados a Maimónides – aquel médico, rabino y teólogo judío, que por amor a su patria Sefarad, siempre tuvo a gala proclamarse y firmar: “Moisés el sefardí” y Averroes, filósofo, matemático, maestro en leyes islámicas y médico, enamorado de Al-Ándalus, y que según él, Córdoba era la patria de los más grandes artistas y Sevilla la de los mejores músicos. Deambular por la Judería, por las mismas calles que recorrieron y vivieron el poeta Ibn Hazm y los sabios antes mencionados, fue un paseo para no olvidar.

En el descanso para comer, por cierto, (en un excelente restaurante aconsejado por Ignacio), comentábamos, cuando en la Edad Media España era testigo de la mítica armonía de las tres culturas: cristiana, judía y musulmana, que originó la mezcla de costumbres sociales, a la vez que conflictos por intereses políticos y religiosos enfrentando los grupos entre sí. Discutíamos sobre estas disputas, juzgada desde nuestro punto de vista actual. En los postres concluimos que había sido un error no hacerlo desde el de aquella época; al mismo tiempo que nuestras opiniones concordaron que, tanto judíos como musulmanes, aportaron mucho a la cultura española; todavía hoy conservan el resentimiento y la añoranza de una patria que reniega de sus méritos.

Anhelantes por visitar la Mezquita, al entrar al interior recordé el estremecimiento, el efecto sobrecogedor que me produjo la primera vez que la visité hacía ya muchos años; la sensación serena y relajante al asomarme al espacio infinito de arcos y columnas que hizo sentirme en los umbrales de los sublime, era tan solo comparable a la sensación que se apoderó de mí, cuando por primera vez, visité el Vaticano y percibí la grandiosidad de la Piedad de Miguel Ángel, La Capilla Sixtina...

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Caminando entre sus columnas observamos el contraste que supone la catedral cristiana enclavada en la parte central de la antigua sala de oración, en el corazón de la mezquita omeya, con sus espacios diáfanos. Nos pareció que rompía la armonía, el espacio interior, tan respetado por los alarifes andalusíes; transformándolo con los criterios propios de la arquitectura del Renacimiento. Recordamos también que ya en 1526 Carlos I al visitarla les reprendió diciendo: “Habéis destruido lo que es único”.

Algunos opinan que la actual situación nos llevan de regreso a la sinrazón y al enfrentamiento, aduciendo unas pretensiones de titularidad de un bien que ya está sobre las cosas normales de este mundo, siendo como es Patrimonio de "toda" la Humanidad.
Otros dicen que, antes que mezquita fue iglesia y, tras la Reconquista, volvió a ser iglesia. Al conservar los dos estilos arquitectónicos se ha convertido en la actual joya y, gracias a cristianos y musulmanes, es hoy uno de los monumentos más importantes de la humanidad.

Es cierto que, antes que Mezquita fue iglesia cristiana (San Vicente mártir), pero en el clima de respeto cultural que imperaba en la época, está documentado que los terrenos fueron comprados por los árabes para construir su mezquita.

El argumento que utilizan los defensores de la catedral es que, si no se hubiese construido probablemente la mezquita no existiría. No lo sé, como tampoco sé de su titularidad, pero sé que la mezquita posee algo mágico, una fuerza espiritual que impulsa a la convivencia.
                                       

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Gonzalo Díaz-Arbolí

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