5.5.25

Sabiduría de Sancho Panza a través de refranes

 



En el capítulo XLIII de la Segunda parte, Don Quijote le da consejos a Sancho Panza porque está a punto de convertirse en gobernador de una ínsula (que en realidad no existe, pero él se lo cree con toda la ilusión del mundo). Lo curioso es que, en vez de hablarle de cómo mandar, le empieza a compartir recomendaciones muy útiles: que se corte las uñas, que evite comer cebolla o ajo para no andar oliendo mal, que se vista bien, que ande despacio, que no coma a dos carrillos, ni erute delante de nadie, que no vaya por ahí hecho un desastre… Son cosas básicas, pero tienen su lógica.
También le aconseja que coma poco, que cene aún menos y que no beba demasiado vino, porque si no uno puede terminar diciendo tonterías o quedando mal. Y ahí es donde te das cuenta de que, Don Quijote tiene claro que, quien ocupa un cargo importante tiene que dar buen ejemplo.



Una parte que me llamó mucho la atención es cuando le dice a Sancho que deje de usar tantos refranes. Y Sancho, con esa forma tan suya de ser, le contesta que no puede evitarlo, que los refranes le salen solos, como si se le agolparan en la boca. Eso lo hace muy real, porque todos tenemos formas de hablar o costumbres que llevamos encima sin darnos cuenta.
¿Por qué seguir usándolos hoy en día? Bueno... la verdad, yo mismo me lo he preguntado alguna vez. O sea, Don Quijote de la Mancha se escribió hace más de 400 años, ¡una locura! Y, aun así, los refranes que salen ahí —especialmente los que suelta Sancho Panza, que parece que se los saca de la manga a cada rato— todavía nos dicen cosas que tienen sentido hoy. No sé, tienen como esa sabiduría simple que no pasa de moda.


PAREMIA 2: “La avaricia rompe el saco”
Lo que aprendimos en el camino
(o al menos, así lo hizo Jesús)
Un aprendizaje de andar por casa

Uno de esos es el famoso: “La avaricia rompe el saco.” Cortito, sí, pero vaya si dice mucho. Y es que todos, en algún momento, hemos querido más de la cuenta. Más dinero, más tiempo, más cosas. Nos pasa. Pero a veces, por querer tanto, terminamos perdiendo lo que ya teníamos en la mano. Como si por agarrar el cielo se nos cayera la tierra.
Vivimos apurados. Queremos todo “para ya”: resultados rápidos, éxito exprés, dinero fácil. No es que esté mal aspirar a más, ojo. Pero a veces conviene preguntarse: ¿y si estoy cargando de más? ¿Y si por apurarme, estoy perdiendo lo que ya tengo?
No hay que ser Sancho Panza para entenderlo. Solo hay que parar un momento, mirar el saco que llevamos a cuestas, y pensar si lo que queremos cabe… o ya está empezando a romperse por las costuras.
Este dicho nos deja una enseñanza bastante clara: cuando nos gana la codicia, podemos terminar metiéndonos en líos por querer más de lo que realmente necesitamos. En vez de cuidar lo que ya tenemos, a veces nos tiramos de cabeza por algo extra… y claro, sale mal. Es como una llamada de atención para bajarle un poco a los deseos desmedidos y pensar con calma antes de actuar. En definitiva, es una invitación a la reflexión sobre nuestros deseos y la importancia de la prudencia.

Una historia que sí ocurrió: El molinero que lo quiso todo (y se quedó sin nada)

Esto me recuerda a una historia que me contaron hace tiempo, que sucedió en un pueblo de La Mancha, situado en la vega del rio Tajo, donde vivía un molinero llamado Jesús. Buen hombre, trabajador, con el pan más sabroso de la zona. De esos que hacen todo con las manos y el alma. Su hogaza de masa madre hecha con harina de trigo tenía fama en toda la comarca.
Un año, tuvo una cosecha espectacular. El molino estaba lleno a reventar de grano. Y ahí fue cuando le picó el bicho: “¿Y si lo vendo todo junto en la capital?”, pensó. “Me saco un dineral de golpe.” Así que cargó un saco enorme, más grande de lo que la mula podía con buen juicio, y se fue cuesta arriba con el sol pegándole en la nuca.
Los vecinos lo miraban con recelo. “Ese saco es demasiado”, le dijo Antonia, la panadera. “No vas a llegar ni al cruce del río”, le advirtió Julián, el herrero. Pero Jesús, cegado por la idea de llenar sus bolsillos de monedas, no escuchó.
Lo que pasó ya te lo imaginas, ¿no? El saco, demasiado lleno, se rompió. El grano se regó por todo el camino. La mula casi se desmaya. Jesús volvió con la cara larga y el saco vacío. Bueno… vacío de grano, pero lleno de lección.
Desde ese día, no volvió a pasarse de listo. Vendía tranquilo, poco a poco. Y cada vez que alguien hablaba de “hacerlo todo de golpe”, él solo levantaba una ceja y decía: “Yo ya aprendí”.



Cierre cervantino
Lo curioso es que esto no es nuevo. Sancho Panza, el escudero más sabio que ha pisado una novela, ya lo tenía clarísimo. En uno de los capítulos de Don Quijote de la Mancha (la Segunda Parte, capítulo 43, para ser más exactos), suelta una de esas joyas que parecen sacadas de cualquier conversación de bar: “...que la codicia rompe el saco, y el avariento el zurrón.”
Sancho no necesitaba muchas palabras, pero ¡cómo acertaba! Ya sea en una ínsula o en un pueblo manchego, el mensaje es el mismo: querer demasiado, de golpe, no suele acabar bien.
Si lo decía Sancho, por algo sería.

N. La ilustración se ha recogido del estudio: 
AZULEJOS DEL QUIJOTE EN EL PARQUE CERVANTES ALCÁZAR DE SAN JUAN, 2016. CUARTO CENTENARIO DE LA MUERTE DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA. 
Autor: Constantino López Sánchez-Tinajero Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan.

ANTONIO LEAL JIMÉNEZ
04/may/25


1 comentario:

Gondiazar dijo...

Particularmente me gusta la sencillez del lenguaje utilizado en este artículo. Supongo que para adaptarse al lenguaje de Sancho, es decir, del pueblo. Sancho siendo analfabeto, es un hombre sabio que lo demuestra con sus refranes

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