15.8.23

Pedro Salinas y Katherine Reding, el amor para siempre es el amor imposible


Fue un amor en víspera del amor, un amor antes del amor, platónico y desenfrenado, que al no consumarse sirvió al poeta de la generación del 27 para escribir de él de una forma que no podría haber escrito

Nos situamos en 1932, época de la famosa Residencia de Estudiantes y de la Segunda República. Pedro Salinas —poeta y catedrático de literatura, ya famoso por aquel entonces— fue uno de los fundadores de la Universidad Internacional de Verano de Santander.

Katherine Reding, joven estudiantes estadounidense se apuntó al curso de Generación del 98’ que impartía Salinas. A principio de curso Salinas la invitó a cenar junto a una amiga ella creyó que había sido invitada por mera cortesía y que todo lo que sucedió después fue fruto de la casualidad. Pero no, era claro que Pedro Salinas se había fijado en ella. En el poema 12 de La voz a ti debida, el poeta habla del flechazo que supuso para él ver a Katherine.

Yo no necesito tiempo
para saber cómo eres:
conocerse es el relámpago.
¿Quién te va a ti a conocer
en lo que callas, o en esas
palabras con que lo callas?

… eres tan antigua mía,
te conozco tan de tiempo,
que en tu amor cierro los ojos,
y camino sin errar,
a ciegas, sin pedir nada
a esa luz lenta y segura
con que se conocen letras
y formas y se echan cuentas
y se cree que se ve
quién eres tú, mi invisible.

A pesar de tenerlo todo en contra, Pedro y Katherine iniciaron una relación amorosa en secreto, porque Pedro se había casado con Margarita Bonmatí Botella en Argel y tenía dos hijos.

Correspondí a Pedro sin ningún remordimiento de conciencia o sentimiento de estar obrando mal. Él había hecho girar círculos de magia a mi alrededor con su don de palabra y su visión poética. Yo estaba en otro mundo. Había ocurrido un milagro.

Fue aquí cuando empezaron las cartas, y no dejaron de hacerlo durante 15 años. El primer poema que le llegó a Katherine decía «Yo no puedo darte más. / No soy más que lo que soy». Se acababa el otoño, y se les acababa el tiempo. Solo pudieron disfrutar de dos breves encuentros antes de que ella volviera a EEUU. A partir de aquí, los dos se vuelcan por completo en esa doble vida que se proyecta en su relación a distancia.

Fueron tres los poemarios que el poeta le dedicó a Katherine: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento. Como puede intuirse por los títulos, el tono de los poemas fue evolucionando desde un amor apasionado y sin fisuras (“un amor en vilo” como lo llamaban ellos), a uno más oscuro, dubitativo y nostálgico. Durante ese primer invierno de relación, los poemas «captan la esencia de ese [···] amor con fuego y sin sombras, sin rastro de realidad que apagara nuestro entusiasmo».

Ella misma explica en su confesión que mientras que algunos poemas reflejaban su «amor naciente» otros «sumamente apasionados, implican una experiencia que no conocimos». Pedro soñaba con lo que no podía tener.

Volvieron a encontrarse en junio de 1933, cuando ella asistió de nuevo a la Universidad Internacional. Los dos seguían igual de enamorados, pero aquel no era el espacio ideal para el amor.

Un año más tarde, en el verano de 1934, Katherine volvió en calidad de directora con un grupo de estudiantes del Smith College. Él la telefoneaba cada día desde casa.

Al final sucedió lo inevitable: Margarita se enteró de todo e intentó quitarse la vida. Esto marcó un punto de inflexión para Katherine, y ya nada volvió a ser lo mismo. Estábamos haciendo daño a otras personas. Para Pedro, sin embargo, no cambió nada; Margarita había sobrevivido y no había motivos para actuar diferente. Poco a poco y en silencio, la brecha que separaba a los amantes comenzaba a hacerse cada vez más grande.

La Guerra Civil había estallado en España y su mujer y sus hijos estaban en Argel con la familia de ella. Katherine sentía que la relación había llegado a su fin, pero no se veía con fuerzas para terminar en una situación como aquella y en junio del año siguiente cortó la relación. Ella se casó en 1939 con el profesor Brewer Whitmore.

Lamentablemente, la felicidad no le duró mucho a Katherine; su marido murió en un accidente de coche cuatro años después, y, para más drama, Pedro Salinas dejó de enviarle cartas en ese momento, justo cuando ella más lo necesitaba. Lo que Katherine no podía saber era que él, desde Puerto Rico, había descubierto que la censura disfrutaba leyendo su correspondencia privada y que no se atrevía a avisarla siquiera. No lo supo hasta que Salinas volvió a EEUU años después.

Para cuando volvieron a verse, Pedro se le antojaba un extraño, alguien ajeno. En la primavera de 1951, él había ido a Northampton para dar una conferencia y pudieron verse unos minutos. Movida por la nostalgia y la tristeza, Katherine le dijo: «¿No entiendes por qué tuvo que ser así?». «No, la verdad es que no», respondió él. Para aquel entonces, Pedro Salinas estaba enfermo de cáncer y no volvieron a verse. Murió meses después.  

Uno de los poemarios de amor más bellos de la literatura española, La voz a ti debida de Pedro Salinas (1891-1951), fue inspirado por la destinataria de estas cartas: Katherine Withmore (1897-1982).
Este epistolario ha sido secreto hasta 2002. Katherine Withmore las donó en 1979 a la Biblioteca Houghton, de la Universidad de Harvard, tres años antes de morir, tenía 85 años.

Uno 

Por la limitación que se debe una entrada de blog, solo reproducimos cuatro cartas.
Se escribieron durante quince años, desde 1932 a 1947. Se conservan 354 cartas .

Carta 55 (Madrid, 19 de enero de 1933)
Todo, ternura, paciencia, destreza, todo lo empleaste. Tu eres la autora de nuestro amor. Bendito sea lo que me permitió, entre tantas cosas tristes, vulgares, pobres, usuales, feas, necesarias como hay en la vida conocer tu alma incomparable, sentirla a mi lado.

Carta 22 (Madrid 28 de febrero de 1933)
Tu eres lo que me está pasando siempre.

Carta 4 (Madrid, 7 de agosto de 1932)
A veces surge la pregunta angustiosa. ¿Me estará olvidando, ahora, ahora, en este instante? Perdona, perdona, esta carta absurda, excesiva, tan mía. Que rompa en ti como el mar en la arena, suavemente, sin violencia, que al llegar a ti, tu divina naturaleza equilibrada la convierta en caricia y no en queja.

Carta 11 (17 de agosto de 1932)
Dime, en verdad pura, con sinceridad absoluta, ¿no te gusta como te quiero? No, no puedo poner límites, barreras, discurrir, reaccionar, no. ¡Vértigo, pasión, fuerza arrebatadora, sensación de cosa leve arrastrada por un poder indomable, que es, al mismo tiempo, la propia voluntad! ¿Me querías más tranquilo, más equilibrado, ¿plus sage? ¿Más sabio? Imposible. El encuentro contigo me ha lanzado al mundo otra vez.

Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, y en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
–por encontrarte–[…]
La voz a ti debida

[El Altet,] sábado [13? de agosto de 1932]
¡Qué terrible afán por verte! Claro que no llamo verte a mirarte cerca de mí, a poner mis ojos corporales en ti. No. Llamo verte a que aparezcas así, en tu ausencia, dentro de mi alma, tal y como tú eres, tal y como te veía en realidad. No puedo. Y es una tortura. Sé de memoria —memoria del corazón— todo lo que podría servir para describirte. Cada una de tus facciones, cada una de tus líneas corporales la conozco en su belleza esencial. Color de tus ojos, línea de tu frente, de tu boca, aire de tu andar, son de tu voz. Todo, todo lo sé. No me falta ningún dato. Y, sin embargo, ¡qué dolor no poder llegar a tocar al ser mismo, con sus componentes! Te aseguro que es un verdadero trabajo de mi alma: busco tu yo, tu totalidad, tu ser, a través de las apariencias que lo componen, y que poseo. Y no lo hallo nunca. Es una verdadera manía. Comienzo a trabajar, a veces por los ojos, otras por el delicioso pliegue de la nariz — ¡ésa que pretendías fea!—, otras por tu modo de andar. Busco pistas, caminos, entradas, y todo en vano. No logro jamás la revelación completa de ti. ¡Y si vieras cuánto me alegro de eso a veces! (¡Quizá para consolarme!) Digo que me alegro porque de ese modo sé que no me invento una Katherine imaginaria, dentro de mi fantasía, independientemente de ti. No. Mi Katherine necesita de tu realidad. Necesita de tu vida misma, de tu insustituible ser. No es un sueño, no es una ilusión. No es un producto de mi apasionada imaginación. Es una mujer viva que anda, que respira, que siente. Y sin ella toda imagen suya es imperfecta. Tú eres tu propia imagen. ¿Comprendes? Tú eres tú. Y eres más que tú. Tú y tu imagen al mismo tiempo. Siempre que te he mirado, Katherine, te he visto en ti, y más allá de ti, en tu segundo y último tú…

Recuerdo los primeros versos que leí de su obra más conocida: "La voz a ti debida", no los recité en voz alta, ni siquiera se movieron mis labios.

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Se distinguen en su producción poética varias etapas, la más conocida es la denominada etapa de plenitud que abarca desde 1933 a 1939 en la que escribe la ya citada obra "La voz a ti debida", y que forma una trilogía con "Razón de amor" y "Largo lamento". Una terna amorosa inspirada en su delirio por Katherine Whitmore. 

La realidad es un sueño. Si soñamos
que la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo que corre en los ríos no es un agua,
es un soñar el agua, cristalino.
La realidad disfraza
su propio sueño, y dice:
"Yo soy el sol, los cielos, el amor."
Pero nunca se va, nunca se pasa




Fuentes: Artículo de Yaiza, 30 jul,2020. Salseo 
Cartas a Katherine Whitmore, Pedro Salinas, Tusquets, 2002
Wikipedia, Youtube
Gonzalo Díaz-Arbolí


2 comentarios:

Laurentina dijo...

Eso está bien en los tiempos que corren, tan prosaicos…

Manuela C. dijo...

El romanticismo como expresión de la belleza, la sensibilidad y los sentimientos de la persona, me parece enriquecedor

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