CAPÍTULO I
Antonio Machado nació en el célebre palacio sevillano de Las Dueñas. Vivían allí varias familias en régimen de alquiler y el duque de Alba, su propietario, encargó la administración al padre del poeta. La infancia de Antonio Machado se desarrolló en un ámbito familiar ilustrado y progresista. Su padre, Antonio Machado y Álvarez, doctor en Letras y abogado, fue un prestigioso folclorista. Publicó en otras obras la Biblioteca de las Tradiciones Populares, importante trabajo que, junto con artículos periodísticos (que firmó con el seudónimo de Demófilo), Su hijo Antonio le describe así trabajando en su casa de Sevilla:
“Mi padre en su despacho
la alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio”.
El poeta guardará siempre una visión luminosa de su infancia sevillana:
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.
Y un huerto claro donde madura el limonero”.
En 1883 su abuelo fue nombrado catedrático de la Universidad Central de Madrid y allí se trasladó toda la familia Machado, donde vivieron entre selectas amistades vinculadas en general a la Institución Libre de Enseñanza, a cuyo instituto-escuela asistieron los dos hermanos mayores: Antonio Machado, de ocho años de edad, y su hermano Manuel, de nueve años, hasta que comenzaron el bachillerato en los institutos de San Isidro y Cardenal Cisneros.
Antonio Machado participó activamente también en la vida cultural del Ateneo de Madrid. Pero no todo fueron gozos. En 1895 murió el abuelo, cuando los dos nietos mayores tenían veintidós y veintiún años y hubieron de asumir, junto con la abuela y la madre, el sostén de la familia. Los dos hermanos colaboraron en el Diccionario de Ideas Afines, dirigido por Eduardo Benot. La influencia ideológica de éste y otros viejos amigos de la familia, como Giner, Costa o Cossío, les preparó para entender en toda su tragedia el acontecimiento generacional que se aproximaba: el desastre del 98.
En 1900 Antonio Machado trabajó como actor en la compañía de Fernando Díaz de Mendoza y en septiembre obtuvo el grado de bachiller. Madrid en esos años reunía a los rebeldes que empezaban a levantar con orgullo el nombre del modernismo como réplica descarada al mote despectivo con que les insultaban viejos escritores conformistas instalados en el poder. Estaban allí poetas como Villaespesa, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Blasco Ibáñez, Benavente y también los Machado, y los que en 1912 bautizará Azorín con el nombre de Generación del 98: Valle-Iclán, Baroja, Maeztu y también los dos poetas y hermanos Machado.
Todos admiraban por entonces a Unamuno y al viejo maestro Galdós.
En 1903, salió en Madrid el primer libro de Antonio Machado: Soledades, en la colección La Revista Ibérica. Su intimismo desde el acento modernista obtuvo un gran éxito y comentarios muy elogiosos. El maestro Rubén Darío dedicó a Antonio Machado sus dos famosos poemas: “Misterioso y Silencioso” y “Ruego por Antonio a mis dioses”, que añaden puntos de gloria al joven poeta, además de demostrar el aprecio que por su poesía y persona comenzó a sentir el gran poeta nicaragüense.
Al mismo tiempo, Antonio Machado preparó oposiciones a cátedra de Francés para instituto de segunda enseñanza y obtuvo la plaza del Instituto General y Técnico de Soria, a la que se incorporó en septiembre de 1907 previa su toma de posesión en el mes de mayo. En 1907 aparecieron en la editorial Pueyo la colección de los poemas machadianos titulados Soledades, galerías y otros poemas. Entre ellos estaba su primer poema soriano: “Orillas del Duero”.
Antonio Machado - A orillas del Duero. Recita: Tomás Galindo
En el curso de 1907-1908 a Antonio Machado le abrumaba el tedio, lejos de Madrid, donde quedaron sus intereses: familia, amigos, vida literaria. Soria era entonces una pequeña ciudad de provincias. El poeta de las conversaciones en los cafés madrileños se sentía al principio ajeno a la ciudad y mandó colaboraciones a la revista madrileña La Lectura, y escribía también para el periódico Tierra Soriana. Pero el poeta íntimo quedó prendido en los solitarios paseos por las callejuelas de Soria bajo la luz de la luna:
“¡Soria fría! La campana
de la audiencia da la una
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna”.
De pronto surgió lo inesperado: en la casa de huéspedes había una jovencita de quince años hija de la patrona. Leonor era una belleza frágil, rubia y de ojos azules. Antonio va a amarla desde entonces con toda la pasión del amor primero. El 30 de julio de 1909 contrajeron matrimonio en Santa María la Mayor Leonor Izquierdo Cuevas, de dieciséis años, y Antonio Machado Ruiz, de treinta y cuatro. El poeta estaba ahora en la apacible posesión del amor y fue cuando el paisaje de Soria penetró mágico y vigoroso en la poesía de Machado, comenzando la nueva etapa esplendorosa y sublime de su poesía: álamos del amor en la ribera del Duero, grises alcores, cárdenas roqueras.
En el otoño de 1910 hizo una excursión con varios amigos a las cimas del Urbión y la Laguna Negra, escenario del futuro romance La tierra de Alvargonzález.
En La Lectura publicó el poeta varios poemas que más tarde entregó a Gregorio Martínez Sierra para su posterior publicación en el libro Campos de Castilla.
En noviembre fue nombrado miembro de número de la Academia de la Poesía Española y en diciembre le concedió la Junta para la Ampliación de Estudios la beca que había solicitado para seguir cursos de Filosofía Francesa en la Universidad de París.
En enero de 1911, desde Soria, se trasladaron Leonor y Antonio a la capital francesa. Pero inesperadamente, el 14 de julio Leonor sufrió una hemolisis. Era la fiesta nacional francesa y Antonio recorrió París sin encontrar un solo médico. Al día siguiente ingresó la enferma en una clínica, donde permaneció hasta septiembre, fecha en que regresaron a Soria. Trece meses vivió aún Leonor bajo el cuidado amoroso del poeta, que alquiló una casa en el alto del Mirón. En mayo de 1912 salió a la luz pública en la editorial Renacimiento su obra cumbre, Campos de Castilla, en que Machado abandonó la lírica intimista y se inundó de un paisaje que rebosaba las más profundas sensaciones humanas y donde latía la vida de las personas. Esta obra, que marcó el cambio de rumbo de la poesía española, fue entusiásticamente acogida en todos los ambientes literarios y en la prensa: entre otros artículos, los encomiásticos de Unamuno, en La Nación de Buenos Aires, de Ortega en Los Lunes de El Imparcial, de Azorín en ABC, etc., con el reconocimiento de un poeta en la cima de la literatura. Las relaciones con Unamuno fueron intensas y de especial admiración mutua. Poco después, el 1 de agosto murió Leonor a los diecinueve años.
Antonio abandonó la ciudad ocho días después, no pudiendo soportar la ausencia de Leonor:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.
El 15 de octubre recibió la confirmación de su nombramiento como catedrático de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Baeza y aquí, “en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego”, encerró Antonio su soledad entre libros. Fue entonces cuando estudió la lengua griega para leer en su fuente a Platón y a Aristóteles.
Profundizó en Descartes, en Kant, en Bergson. En 1916 obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras.
El recuerdo de Leonor le seguía y traía a sus versos la tierra de Soria, más entrañable ahora en la lejanía:
“Allá en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando en sueños...”.
Antonio estaba ya siempre en las citas de todos los acontecimientos literarios, reflejando su personalidad poética y social. En carta a Miguel de Unamuno hizo un retrato de la comarca andaluza que era ahora su retiro: mendigos y señoritos, jugadores, emigración y pobreza:
“Esa España inferior que ora y bosteza
vieja y tahúr, zaragatera y triste:
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza”.
Siguió escribiendo y publicando sus poemas en La Lectura. Su poesía iba haciéndose cada vez más meditativa, más condensada en la descripción del paisaje con olivos de Jaén:
“Campo, campo, campo.
Entre los olivos.
Los cortijos blancos”.
En Baeza conoció a un joven granadino de diecinueve años que formaba parte de una excursión, y así se encontraron por primera vez Antonio Machado y Federico García Lorca. El poeta, siempre comprometido socialmente, formó parte de la Comisión para la Reforma de la Segunda Enseñanza, en medio de una polémica que enfrentó a los diversos sectores del profesorado. En el otoño, consiguió lo que llevaba esperando desde hacía años: el traslado a otra ciudad que le acercase a Madrid: Segovia. Durante doce años iba y venía en tren de su instituto de Segovia a las reuniones y calles de Madrid.
El poeta fue también uno de los propulsores de la creación de la Universidad Popular en Segovia, un proyecto avanzado de renovación cultural. Muy interesado en la transformación real de España, fue uno de los fundadores en 1922 de la Liga Provincial de los Derechos del Hombre. Gozaba del máximo prestigio en los ambientes poéticos.
Fuentes:
Real Academia de la Historia (Recopilación del editor)
Prólogo de Juan de Mairena (Biblioteca El Mundo) por Alfonso Guerra (Resumen editor)
Youtube
Gonzalo Díaz-Arbolí
2 comentarios:
Lo he leído, con verdadero placer. Está muy bien orquestada y se lee con interés y deleite de un tirón, porque, sin darte cuenta, te encuentras atrapado por un relato que no puedes abandonar. La accidentada vida de D. Antonio, con sus claros y oscuros, con sus emociones y disgustos la has conseguido relatar, domeñando todos sus avatares con tu batuta, que consigue orquestar una hermosa armonía.
Ha sido un placer disfrutar leyendo detalladamente aspectos de la biografía de Antonio Machado y su familia , gracias
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