13.5.21

LA LEYENDA DE LA “FERMOSA FEMBRA”


(Leyenda deriva del latín “Legenda” (lo que debe ser leído) y es, en origen, una narración puesta por escrito para ser leída en voz alta y en público.) 

Ésta, que a continuación relatamos, acontece en el año del Señor de 1565, y se refiere a la feliz, pero corta vida y la posterior y desdichada muerte, de una joven vejeriega. 

Vive por aquel entonces en Vejer un médico de muy excelente reputación por la destreza que manifiesta en su oficio y lo acertado en sus predicciones; además, goza de una elevada posición económica y social, siendo dueño de varias casas y alguna que otra hacienda y alquería. Lleva una vida tranquila y sosegada, reparte limosnas, es buen convecino y atiende a los enfermos sin distinción de credo o posición social. Es católico ortodoxo, no se le conocen opiniones fuera de la doctrina oficial de la Iglesia, en definitiva, un insigne caballero y un hombre de bien. Su nombre es Juan de Santángel y si bien es vejeriego de nacimiento, no así lo son sus antepasados, que habían llegado desde la muy noble ciudad de Écija, huyendo de las persecuciones emprendidas contra los judíos, por las encendidas proclamas del arcediano Ferrán Martínez. Habíanse convertidos al cristianismo, recibido el bautismo y asentados en estas tierras más tranquilas, tolerantes y prometedoras para sus intereses. 

Tiene una única hija, Leonor, de diecisiete años. Quedó huérfana de madre a la temprana edad de cuatro años y fue criada por una aya que la mira como la niña de sus ojos. Es de una extraordinaria belleza, además de tocada por muchas virtudes. Es conocida por todos, como la “fermosa fembra”. De ella se canta esta coplilla: 
Hermosísima es Leonor; 
en la piedad es divina, 
misteriosa en la prudencia, 
soberana en la cordura,, 
pues, con tantas excelencias, 
no es, sino la más pura 

En este mismo tiempo, llega a Vejer un fraile llamado Fray Felipe de Orduña, procedente de la Diócesis de Sevilla y que es enviado al Convento de los Franciscanos por su dedicación a la causa de los judíos conversos, como Comisario del Tribunal de la Santa Inquisición de Sevilla. Tras dirigir proclamas conminatorias a los nobles e hidalgos de Vejer, pronto tuvo entre sus manos a un buen número de aquellos. Esto, provocó el pánico y la huida de muchos conversos nuevos a otros lugares. 

Otros, descendientes de familias conversas desde hacía más de un siglo, o como el caso de nuestro médico desde el año 1.391, es decir, casi dos siglos antes, creyeron que sus méritos como cristianos eran ya los suficientes para no ser detenidos ni enjuiciados. 

Para el juicio de aquellos, fue enviado un Tribunal, de los llamados itinerantes, desde la Diócesis de Sevilla, que estaba formado por los frailes dominicos: Miguel de Godines y Juan de Manrique como inquisidores y Juan Gómez de Medina, como asesor. Estos nombraron a los calificadores, el fiscal, el receptor, los notarios y el médico, cargo para que el fue asignado nuestro ya conocido, Juan de Santángel. 

Éste, con el nombramiento, sintió un gran pesar. Se debatía entre el respeto que debía a sus antepasados y la fidelidad a la Corte y a la Prelatura. 
Varios de los detenidos fueron sometidos a extremas torturas, a las que por su condición de médico tenía que asistir el Dr. Santángel. Sufría de manera desmesurada con los tormentos en la garrucha, la toca y el potro, que manejaban expertos torturadores, traídos desde Sevilla y que provocaban grandes sufrimientos a los detenidos. 


Se dictó Auto de Fe y fueron condenados los conversos a diversas penas. No pudiendo nuestro amigo resistir por más tiempo la situación que se había provocado, y temiendo por su vida y hacienda, tomó contacto con otros conversos antiguos, reuniéronse secretamente y urdieron una conspiración para acabar con la vida del advenedizo fraile, que seguía instando al cabildo a que investigara los orígenes de castellanos puros, de todos los habitantes ilustres de Vejer. 

Para llevar a cabo la susodicha suerte, convocó en su casa a varios prohombres de ascendencia judía, y estando en la maquinación de la muerte, enterose de ello su hija Leonor, que quedó atónita ante lo que allí se conversaba. Ella, que era cristina ferviente, y que mantenía relaciones amorosas con un castellano viejo (Pedro Gil), hijo mayor y heredero de un rico hacendado, con el que pensaba casarse una vez cumplido los dieciocho años. 

Contó al aya todo lo que había oído hablar a su padre y demás prohombres, conminándole ésta a guardar silencio de por vida, so peligro de ver llegar la desgracia, con mil caras, a su casa; que lo mejor para ella era olvidarlo todo, por ser aquello negocios de hombres en los que la mujer no debe entrometerse. Ella, hablaría con el amo, para ver de hacerlo desistir de semejante empresa. 


Sin embargo, las reuniones seguían. El ánimo de Leonor permanecía conturbado y presentaba gran melancolía en el espíritu. Su enamorado quiso saber que era aquello que la tenía de aquesta manera, a lo cual ella respondió que eran cosas de mujeres. Él insistió en saberlo y ella, haciéndole prometer y jurar secreto de por vida, consintió en contárselo. Le dijo lo que había oído a su padre y demás prohombres y le habló de las reuniones que tenían, 

El enamorado, en su condición de cristiano viejo, quedó escandalizado por lo que le contara Leonor, y partió raudo hacia su casa sin dejar de pensar en aquello que había oído de labios de su amada. 

Ella, ya en soledad, consternada por la reacción de él y llamando a su aya, clamó al cielo lo que a continuación decimos: 

¡Ay Dios! ¿Qué extraño mal, qué desventura, 
qué bravo incendio, que crueldad tan horrible, 
qué infernal furia así mi fin procura? 
¿Quién me pone en castigo tan terrible? 

La llama esquiva llega ya a la altura 
de mi infelice casa, y veo visible 
arruinarse con son horrible al suelo 
y las centellas ir subiendo al cielo. 

¡Ay triste! ¿Qué haré? ¿Qué vía me llama 
por donde pueda remediar la vida? 
Cielo piadoso, con piedad derrama 
agua sobre esta llama embravecida. 

No permitas que así la clara fama 
de mis mayores sea consumida 
de este fuego, quemando sus blasones, 
en ceniza volviéndose y carbones. 

¿Qué aguardo? ¿Qué procuro? ¿A quien le ruego? 
Que del cielo es aqueste mi castigo. 
Pues si es del cielo el oirá mi ruego 
si no lo tengo aquí por enemigo. 

Doña Leonor ¡Qué haces? ¿qué sosiego tienes? 
Huye, que el fuego está contigo, 
y esta sola ventana es mi reparo; 
salta por ella, huye al fuego avaro. 

Al día siguiente y estando las cosas de esta guisa, Pedro no sabe que hacer, vuelve a casa de Leonor y le dice: 

- Amada mía, este tormento me corroe el alma, No puedo sino guardar en mí ese secreto que me mata si quiero conservar tu amor, pero ¡y el amor de Dios! ¿qué haré sin él? ¿he de vivir así toda mi vida?. La vergüenza morará en mí y en los míos, el resto de mis días. 
A lo que ella respondió: 
- Pedro, es tu amor lo que me da la vida. Si por amor a mí puedes guardar de por vida este secreto, tuya seré. Si por el contrario, es el amor a Dios el que ha de prevalecer, será en su nombre en el que muera. 


Pedro, acuciado por el miedo a ser descubierto y además, poder ser enjuiciado por complacencia en el secreto, no soporta más la presión a la que se ve sometido y acude a presentar denuncia contra Don Juan de Santángel y sus correligionarios. 


Estos, descubiertos en su complot, fueron todos arrestados, encarcelados y juzgados. Se celebra el proceso inquisitorial contra él y contra su hija, en el que se concluye que: “es judío de todos cuatro costados. Su apellido es otro diferente y, por ganar opinión de buena generación, se nombró Santángel”…, “y son, por tanto, el y su hija condenados a salir en Auto de Fe con el hábito de sambenito, se le confiscan todos sus bienes y él, condenado a galeras de por vida. Su hija deberá llevar hábito durante seis años y es condenada al destierro durante ese tiempo”. 


Ella, considerándose la única culpable de todo lo acontecido, una vez que se encuentra fuera de la jurisdicción del Tribunal, queda recogida en casa del Aya hasta el comienzo del destierro Allí, muere cada día un poco más y presa de grandes tribulaciones, decide ponerles fin y se arroja por una ventana despeñándose. 

Pedro, a la sazón, habiendo perdido el amor de su vida, es buscado por el Aya y siendo recriminado como el inductor de su muerte, contesta: 

- ¡Ay, buen Aya, y cuan en vano 
solicitó mi quietud 
y pidió gran resguardo 
de su arcano compartido, 
y ahora, al fuego me consagro! 

¿No ves que perdí mi bien? 
¿no ves que falta a mis brazos 
una posesión dichosa 
y una envidia a los extraños? 

¿Y no ves que un bien perdido 
se llora y siente doblado 
porque se gozó deprisa 
y se conoció despacio? 

Déjame llorar, y deja 
que haciendo alarde y contando 
los peligros de su vida 
el poder de sus contrarios, 
el bien que pierdo en perderla, 
el pesar que sin ella gano, 
lo incierto de mis venturas, 
y lo cierto de mis daños, 
pida lágrimas al cielo 
que es corto el mar de mi llanto. 

Aquí termina la leyenda de la conocida en Vejer como la fermosa fembra. Se cuenta que mucho tiempo después de haber ocurrido esta historia, un descendiente del Aya, que la había oído contar en numerosas ocasiones, y que había adquirido una destacada posición social, compró la casa donde había vivido Pedro y colocó una inscripción, que duró hasta que ésta cayó destruida por el terremoto del siglo XVIII y que decía: 

Esta es la casa cruel 
donde moró un hombre insigne; 
en riquezas y avaricias 
fue piedra y Pedro se dice. 


Javier Díaz Arbolí


Nota del editor
“La patria es la infancia…” Vejer es y será la infancia y orgullo del autor de esta leyenda, Javier Díaz Arbolí, convencido de saber nacido en un lugar único.

Vejer, la misteriosa, donde existieron muchos cristianos, moros y judíos llorándola, recreados en este sugestivo relato, descubriéndonos que la realidad objetiva tiene una cara oculta que es siempre imaginaria. A través del tiempo vemos lo que quisiéramos haber visto. El pasado, por quieto, es más susceptible de ser embellecido, y así lo ha hecho Javier con esta narración. Porque, en el fondo, no existe el tiempo, ¿quién lo mide? El latido del corazón del escritor, ahí está todo.

Vejer, detenida en los aleros del tiempo, es la ciudad donde buscamos perdernos por sus intrincadas calles y plazas, en la que todo es signo de otra cosa, la puerta secreta que nos lleva a una realidad que desconocemos.

Con una prosa seductora y precisa, el autor nos presenta a Juan de Santángel, médico de excelente reputación y vejeriego de nacimiento y a su hija Leonor, de 17 años, de extraordinaria belleza, conocida como la “fermosa fembra”, huérfana de madre a la temprana edad de 4 años y que fue criada por un aya que la mira como la niña de sus ojos…

8 comentarios:

Helcy Calvanti dijo...

Vejer de la Frontera...misteriosa cidade...encantadora por suas histórias...e arquitetura diferente e única...
Obrigada...Gonzalo por compartirlo..

Eugenio Martínez dijo...

Buenos días:
Efectivamente, Gonzalo, ¿Quién nos da la medida del tiempo, y más, desde que Einstein nos cambió la estructura tradicional del espacio, situándonos en la relatividad de unos dominios que hasta ese momento los habíamos considerado inamovibles?.
Felizmente otro inefable y gran pensador ya nos había advertido, antes, que la omnipotente razón tenía que hacer dejación de su fortaleza cuan se enfrentaba al (te cito) "al latido del corazón del escritor, donde está todo" (fin fe tu cita). Fue Pascal quien nos dijo que el corazón tiene razones que la razón no comprende ¿no?
Déjame, también, ampliar las fronteras de ese orgullo del autor de la leyenda que nos ofreces, que está convencido de haber nacido en un lugar único, porque hemos de admitir que tan noble sentimiento es, también, patrimonio de una inmensa mayoría de personas.
Pero sobre todo tienes mi más emocionado reconocimiento por el impagable regalo que nos haces, al introducirnos por esa puerta secreta de vuestro querido, y nunca suficiente bien ponderado, Vejer, donde ya nos dejas en compañía de Javier, para que nos sirva de guía en ese Vejer "misterioso y detenido en los aleros del tiempo".
A partir de aquí, Javier con su prosa amena, cultivada y elegante nos cuenta la emotiva historia de Leonor, que se desarrolla en unos momentos muy convulsos para Vejer, pero que Javier, con su pericia de buen escritor y adornando la tragedia con coplas y poemas consigue crearnos un ambiente especial en el que nos sumerge plácidamente en el realismo desdramatizando de lo que, en su momento, constituyó una tremenda tragedia.
Una vez más, muchas gracias, querido Gonzalo, por estas sabrosas leyendas que nos regalas.

Helcy Cavalcanti dijo...

Excelente reflexión...la pátria es la infância...Vejer es y será la infância y orgulho...
Gostei muito desta frase...que era de meu abuelo...
Gracias siempre...

Javier Díaz Arbolí dijo...

Querido amigo Eugenio, gracias por leer mi pobre aportación literaria, peo sobre todo, por apreciarla como lo haces y por la extraordinaria valoración de la misma. Como siempre, un gran placer tener noticias tuyas aunque sea por este medio. ¡Maldita Pandemia! Abrazos fuertes.

Julio de la R. dijo...

Muchas gracias Gonzalo.
Es una leyenda muy bien escrita por Javier, que dentro de lo fantástico te acerca con seguridad a una realidad, embellecida por un lado y exagerada por otro.
Un abrazo

Luis Manzrro Benitez dijo...

Muchas gracias, Gonzalo, por traernos una historia más, de este pueblo sin igual. Esta historia, muy bien escrita por Javier y tu excelente comentario, ("el pasado, por quieto, es más susceptible de ser embellecido"), habéis hecho que sea un placer leerla, y nos habéis mostrado el poder y la crueldad de la SI.
Un abrazo.

Teresa Moncayo dijo...

Una narración con elementos que se desarrollan con la exaltación de los valores en su origen noble (conspirar con el advenedizo fraile en relación a los conversos) y, “adorna” las posibles y legendarias actitudes de tipos perversos en su fondo e, intencionadamente, malvados.
El relato nos aporta cierta verosimilitud en cuanto a los personajes y lugar de los hechos, bien es cierto que, forma parte de una leyenda perfectamente delineada en sus características; describir a los personajes e ir desenlazando los hechos “acaecidos” y que se encuentra lejos de la mitología por tratarse esta de explicar un misterio (la leyenda puede estar relacionada con la historia real ¿...?) Increíblemente “atractiva” para el lector, lo que enriquece la creación literaria y la hace portadora de un valor esencial para su autor que nos aporta “vivencias” desconocidas e interesantes.
Gracias, por tanto, a Javier Díaz Arbolí y a Gonzalo Díaz Arbolí (Vejer guarda multitud de leyendas, secretos y misterios...).

Nieves Correas Cantos dijo...

Ya la he leído, Javier. Me encanta tu estilo. Eres sobrio y claro y yo valoro mucho estas dos cualidades en un escritor. Por tus comentarios ya había adivinado que se te daba bien este arte. Mi marido, que es vejeriego, también la ha leído y le ha gustado mucho. Si alguna vez quieres publicar en otros sitios, puedes hacerlo en Post55. En esta página estamos un grupo de amigos aficionados a la escritura y todos aprendemos de todos. Felicidades por el texto.

Publicar un comentario