11.8.25

Reencuentros


 

“Es como si el alma despertara de nuevo”, me dice Ana, después de cincuenta y cinco años sin vernos. Hay momentos en la vida que nos devuelven lo esencial. Reencontrarse con viejos amigos no es solo recordar, es volver a sentir. Es revivir la risa compartida, el apoyo silencioso, la complicidad de quienes nos vieron crecer. Y para nosotros, ese reencuentro tiene un nombre, un paisaje y un latido común: Alcázar de San Juan.
Alcázar de San Juan no fue solo el lugar donde nacimos y crecimos; fue el escenario donde aprendimos lo que significa compartir la vida. Allí nacieron amistades que hoy siguen vivas en la memoria y en el corazón.

¿Cómo olvidar los guateques en casa de algunos valientes con tocadiscos, como Fortu, M. Conchi, Pepe…? Aquellos bailes improvisados con luces bajas, canciones de Los Brincos, el Dúo Dinámico, o Fórmula V, la tuna, risas nerviosas y promesas que sabían a eternidad. Las tardes de sábado en los cines Alcázar, Crisfel y Cenjor, con olores mezclados de palomitas, pipas y tejidos viejos, donde más que películas, mirábamos de reojo al amor platónico unas filas más allá. La Fortuna, con sus vitrinas repletas de dulces, tebeos y sobres sorpresa, era una parada obligada, un templo de sabores que aún hoy podemos saborear en la memoria. Y cómo no, La Teresa o Eloy, rincones que fueron parte de nuestra coreografía vital. Los partidos de baloncesto jugando una de las fases de ascenso a primera división.

En cada esquina de este pueblo se tejieron lazos profundos, de esos que no necesitan palabras para entenderse. Alcázar de San Juan fue el punto de partida, donde la amistad surgía con la naturalidad con que los niños se dan la mano: simplemente estando.

Allí compartimos bicicletas, meriendas en Santa Águeda, Santa Apolonia o San Marcos, partidas de futbolín, confidencias al atardecer de los primeros amores, silencios cómplices, aficiones deportivas, y sueños por cumplir. Entre plazas, escuelas, calles y ferias y fiestas, forjamos vínculos que aún hoy nos definen. Aprendimos lo que es tener un compañero de vida, aunque entonces no supiéramos ponerle nombre.

Con el tiempo llegaron los cambios, las responsabilidades, la distancia. La vida, con su ritmo callado, nos fue llevando por caminos distintos. A veces, una canción o una calle nos traía un recuerdo fugaz y una sonrisa inevitable. Pero el contacto, poco a poco, se fue perdiendo.

Hasta que un día, el corazón —ya en la madurez— nos susurra que es hora de mirar atrás. No con tristeza, sino con gratitud. Y entonces ocurre la magia: reencontrarse con viejos amigos es abrir una ventana a lo más puro de nuestra historia. Al mirarnos, nos reconocemos. No importa cuántos años hayan pasado ni cuánto hayamos cambiado.

Volver no es solo un acto físico. Es un gesto del alma. Es recuperar esa parte nuestra que quedó entre las calles y la gente de Alcázar de San Juan. Las conversaciones fluirán como si el tiempo no existiera. Reiremos con más sabiduría, compartiremos recuerdos, pero también cicatrices, aprendizajes y nuevos sueños. Y, sobre todo, agradecimiento. Porque la vida, que tanto nos separó, también nos ofrece la dicha de reencontrarnos.

A veces, creemos que ya es tarde, o sentimos pudor por el tiempo transcurrido. Pero la verdad es que la mayoría anhela lo mismo: una charla sincera, un abrazo sentido, una conexión que vuelve a nacer. Las amistades verdaderas no mueren: esperan. Y basta un gesto pequeño —una llamada, un mensaje— para despertarlas.

Reencontrarnos no es volver al pasado. Es dar sentido al presente. Es reír, recordar y sentirse parte de algo más grande: una historia común. Un nosotros.

Por eso quiero compartir un sueño. Era un fin de semana otoñal, lleno de nostalgia y esperanza. Cientos de amigos, de todas las generaciones, tanto quienes están como quienes regresan por un día, se reencontraban en Alcázar de San Juan. Aquel día fue proclamado con emoción como El Día del Reencuentro.

La jornada comenzó con una cálida y emotiva recepción encabezada por nuestra alcaldesa, quien nos abrió las puertas del corazón del pueblo con generosidad y cercanía. Con ella compartimos nuestras historias, nuestras memorias entrelazadas, nuestras raíces comunes.

No solo se vivió como un acto institucional, sino como un verdadero abrazo colectivo, simbólico y sincero, a lo que fuimos, a lo que somos, y a lo que nunca dejaremos de ser. Luego se degustaron alguno de los platos tradicionales como las gachas, pipirrana, pisto, guiso de bodas, duelos y quebrantos, cordero, «ensalá» de limón…, vinos, el queso y las «tortas de Alcázar». El sueño vivido me regaló un despertar sonriente y esperanzador, que me hizo recordar que los lazos verdaderos nunca se rompen. Las siguientes horas sentí una mezcla de nostalgia suave y asombro por lo lejos que ha llegado el tiempo.

Porque Alcázar de San Juan no es solo un lugar en el mapa. Es un punto de encuentro emocional. Es la tierra donde nacieron amistades que aún nos acompañan, incluso en la distancia. Volver allí será como mirar una vieja fotografía… y verla cobrar vida.

Nunca es tarde para reencontrarse. Si alguien te marcó, si algún rostro ronda tu memoria con ternura, no lo dejes pasar. Tal vez ese reencuentro esté a solo un mensaje de distancia. Porque hay amistades que no mueren: solo duermen. Y cuando vuelven a mirarse, lo entienden todo.

Antonio Leal Jiménez

1 comentario:

José Luis G. dijo...

"Reencuentros" es un suspiro que se convierte en sonrisa. Entre sus líneas laten memorias que el tiempo no borra y afectos que sobreviven a la distancia. Cada palabra es un puente que une corazones, recordándonos que volver a encontrarse es también volver a encontrarse a uno mismo. Me ha encantado.

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