24.8.23

En memoria de mi madre. 25 de agosto, San Luis Rey de Francia.

 La Madre es ese ser que ama a su hijo tal como es, aunque no sea como ella quisiera

León Tolstoi. Escritor ruso, 1828-1910


Nació el 17 de junio de 1909, en Chipiona, hija de José Arbolí Navarro y de Ana María Romaríz García. Tuvieron tres hijos, fue la más pequeña, siempre la llamaron "La chica". Murió el 27 de diciembre de 1979, en Cádiz.
Llegó a Vejer en 1923 con 14 años, su padre había sido destinado como secretario en propiedad del Ayuntamiento de Vejer de la Frontera.

Cuentan las crónicas sociales de aquella época que, la señorita Luisita Arbolí con sus 18 primaveras, tenía muchos admiradores, pero en contra de la voluntad de sus padres, se enamoró locamente de Pepito Díaz; las razones: sus ojos verdes y unas larguísimas pestañas negras que parecían pintadas, buen deportista, futbolista profesional y un buen pianista.

Con 22 años contrajo matrimonio con José Díaz Muñoz de 26 años, el 12 de enero de 1932 en Vejer. Tuvieron nueve hijos. En realidad fueron más, uno llamado Servando que murió con cinco meses y un aborto de mellizos. Después nombraron a otro Servando ya que por tradición en todas las familias Arbolí se repite este nombre.
Nunca podré, queridos padres, agradeceros el regalo de la vida. Gracias a ello he podido conocer a 4 hijos y 6 nietos maravillosos. ¡Merece la pena vivir!

"La historia de todo hombre ya viene escrita en el corazón de su madre”.


Y hoy, me arrepiento, en lo más hondo de mi alma, de no haberte dicho más veces te quiero, de no abrazarte, de no besarte, de no ayudarte lo suficiente; de no haberte valorado, de no haberme dado cuenta de la entrega y del sacrificio extremo que hiciste por tus nueve hijos; de no contarte mis sueños, de no haberte preguntado por los tuyos, de tantas preguntas y ansiadas respuestas que se quedaron demoradas en el sendero de mi adolescencia y juventud. Y siento con intensidad y tristeza, no haber sido consciente de mi responsabilidad y que, mi más sentido y ardoroso último beso ya no pudieras percibirlo.
Hoy, llegado el momento en que ya no hace daño la vida que se pierde, sigo añorando tu dulzura y tus caricias, ya irremediablemente perdidas.


Recuerdos los olores: El aroma de la alhucema automáticamente me transporta a la infancia, me recuerda tu ternura, cuando me bañabas y el rezo del “bendita sea tu pureza…”ese olor que lo impregnaba todo como no creo que exista otro igual.


También el olor del jazmín de la maceta del balcón del comedor de nuestra casa en Vejer, especialmente en las tardes de primavera y verano cuando permanecía abierto todo el día. El recuerdo del aroma que llenaba aquella mesa grande para nueve hermanos, la abuela Ana y una de sus hermanas, Tití, que nos visitaba con mucha frecuencia. Papá esperaba a las dos en punto para que todos estuviésemos sentados alrededor de la mesa, solo Servando era capaz de llegar tarde y después de la reprimenda su respuesta le arrancaba una sonrisa cómplice, Manolo, el Cid Campeador como le llamaban mis hermanas y, con el ánimo por las nubes por el título, bajaba todos los días al portal la basura en la oscuridad de la noche, a cambio pedía siempre para comer a mediodía patatas fritas con huevos. También en las peleas entre hermanos, sobre todo M.Carmen y Servando. M.Carmen tenía una frase mágica que utilizaba en casos extremos: "Servando como te pareces a Omar Sharif". Y se producía el milagro: "de verdad hermana". Discusión resuelta y vuelta a las risas...Desde aquel balcón vimos un día, asombrados, a Javier con ocho años, a lomos de un enorme elefante anunciando un circo que por aquellos días actuaban en el pueblo. ¡Cuántos recuerdos!


Mientras hice el servicio militar, llegaba los viernes por la tarde, en el "coche de la hora" a pasar el fin de semana a casa, cuanto más me acercaba al hogar, el olor del puchero que a diario hacía mamá, se hacía más intenso y al entrar en la cocina lo inundaba todo. 

Mis hermanas haciendo las tareas de la casa, -nunca aprendí a hacer una cama-. Las sacrificadas y heroínas jóvenes de entonces. Eran otros tiempos, felizmente hoy superados.





Gonzalo Díaz-Arbolí








Hoy la Iglesia tiene en su memoria a San Luis, Rey de Francia. Hijo de Dª Blanca de Castilla, primo de San Fernando III y tío segundo de Alfonso X

San Luis nace en Poissy el 25 de abril de 1214. A los doce años, tras la muerte de su padre -Luis VIII-, es coronado rey de los franceses bajo la regencia de su madre, Doña Blanca de Castilla, que lo educó cristianamente. En 1234 asume el gobierno, esforzándose sobre todo por establecer la justicia y la paz en su reino. En su vida personal se dedica a la oración, la penitencia y la caridad para con los pobres y desamparados, a quienes frecuentemente sienta a su mesa, lavándoles los pies y sirviéndoles él mismo, a imitación de Cristo.

En 1248, Luis IX parte hacia Tierra Santa para liberarla; pero es hecho prisionero. Tras el pago de un rescate, regresa a su reino e inicia grandes reformas, entre ellas la prohibición del duelo judiciario (o “duelo de Dios”). Funda hospitales y monasterios, y realiza su gran proyecto: la construcción de la “Sainte-Chapelle” como un santuario de luz y vidrio colorado destinado a acoger las reliquias, sobre todo la corona de espinas de Cristo, que adquirió del emperador de Constantinopla. Dona a su hermana, la beata Isabel, las tierras de Longchamp para construir una abadía para las monjas de Santa Clara.

El prestigio de París
Durante su reinado se vive un periodo de gran evolución cultural, intelectual y teológica. Luis dialoga con san Buenaventura y san Tomás de Aquino; y junto a su capellán, Robert de Sorbon, funda la Sorbona en 1257. Sigue con gran atención los trabajos finales de la catedral de Notre dame, en particular los rosetones y los pórticos. Así, París se convierte en la ciudad más prestigiosa de la cristiandad de Occidente gracias a su universidad, la Sainte-Chapelle y Notre-Dame.

 

7 comentarios:

Manuela dijo...

Entrañable recuerdo que dedicas a tu madre. Perteneció a una generación de heroínas a las que se les exigió un sacrificio supremo.

Anónimo dijo...

Qué palabras tan emocionadas..
Comparto contigo ese dolor de la ausencia d una madre...la mía también se llamaba Luisa... celebraba su onomástica el día de San Luis Gonzaga...
Se fue cuando yo contaba con 24 años...echo d menos tanto sus besos, sus caricias y su complicidad...que haría mía muchas de tus palabras

Una nieta dijo...

¡¡¡Que maravilla de recuerdos tío Gonzalo. Honrada de llevar su nombre!!!

La amistad dijo...

Qué regalo tan grande para los tuyos que cuentes tan bien la historia de tu madre, de tus padres. Para tus hijos y nietos tu memoria es un tesoro. Es importante saber de dónde venimos.

Carolina dijo...

Os recuerdo a todos como si fuera ayer, cuando aún viviais en Vejer y tu madre, en la iglesia o en tu casa, siempre con una sonrisa en su cara ,parececida a la tuya Gonzalo y si, tienes motivos para agradecer a tu madre y a tu padre una vida llena de dignidad para sus hijos, una educación exquisita , una unión fraternal y un porvenir lleno de esperanza.Un abrazo.

Anónimo dijo...

Al Cid campeador y a doña Jiménez nos ha emocionado mucho.buenos recuerdos cuñado. Un abrazo muy fuerte

Luis Manzorro Benítez dijo...

Has escrito una historia maravillosa, Gonzalo, porque maravillosa era tu madre, y maravillosa son casi todas las madres. Yo tengo muchos recuerdos parecidos a los tuyos, como el perfume a jazmín, (el de mi madre estaba sembrado en el suelo), y sobre todo, no haberle dicho lo maravillosa que era, y agradecerle todo lo que hizo por mi. Creo que eso, no haberle dicho a nuestra madre todo lo que le diríamos ahora, es muy frecuente, y ocurre en otras facetas de nuestra vida, porque, quién no ha pensado en la respuesta ideal para un hecho concreto, cuando ya no era posible responder, y nos atormentamos por la respuesta tan estúpida que dimos. Por suerte podemos decir que nuestros padres nunca murieron, porque viven e nuestros recuerdos, y ahí vivirán hasta que ya no seamos capaces de buscar en ese baúl que tenemos en el corazón.
Un abrazo

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