Deshabitado y vacío, en estado casi ruinoso y de abandono y en pleno proceso de subasta, el inmueble aun destila la memoria del Nobel, así como de las intensas reuniones y veladas que allí compartieron los poetas y escritores que acudían a visitarlo. Y es que, como dijo Pere Gimferrer en su discurso de entrada en la RAE, «Aleixandre no vivió una sola vida, sino muchas: la suya propia, y, además, tanto la literaria como la personal de cada uno de sus numerosos amigos y discípulos próximos». Todos ellos, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Pablo Neruda, José Hierro, Leopoldo de Luis, Carlos Bousoño, José Luis Cano, José Agustín Goytisolo, Vicente Molina Foix y tantos otros– pasaron por Velintonia, convertida en un refugio para la poesía, en una morada de versos y encuentros, en una utopía entre la realidad y la ficción, donde varias generaciones de creadores soñaban con la libertad y encontraban un oasis de amistad, amor y esperanza en tiempos oscuros. Aleixandre vivió la mayor parte de su vida en esa casa escribiendo y recibiendo a las generaciones de poetas, escritores e intelectuales del pasado siglo, a sus compañeros del 27, a los del 36, a los del 56, e incluso a los novísimos. El poeta no estuvo recluido entre sus muros, sino abierto a la circulación constante de amigos, siempre conectado y conectando al mundo.
Cuando me miras,
cuando a mi lado, sin moverte, sentada, suave te inclinas;
cuando alargas tus dos manos, suavisima, porque quieres, porque quisieras
ahora, tocar, sí, mi cara.
Tus dos manos como de sueño,
que casi como una sombra me alcanzan.
Miro tu rostro. Un soplo de ternura te ha echado como una luz por tus rasgos.
Qué hermosa pareces. Más niña pareces. Y me miras.
Y me estás sonriendo.
¿Qué suplicas cuando alargando tus dos manos, muda, me tocas?
Siento el fervor de la sombra, del humo que vivido llega.
Qué hermosura, alma mía. La habitación, engolfada, quieta reposa.
Y tú estás callada, y yo siento mi rostro, suspenso, dulce, en tus dedos.
Estás suplicando. Como una niña te haces. Una niña suplica.
Estás pidiendo. Se está quebrando una voz que no existe, y que pide.
Amor demorado. Amor en los dedos que pulsa sin ruido,
sin voces. Y yo te miro a los ojos, y miro y te oigo.
Oigo el alma quietísima, niña, que canta escuchada.
Amor como beso. Amor en los dedos, que escucho, cerrado en tus manos.
Real Academia de la Historia
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