1.2.21

LEYENDAS VEJERIEGAS, NUCLEO RURAL DE PATRÍA

 

Patría, Villa medieval perteneciente al alfoz de Vejer de la Frontera
 
Allá por el siglo XIII, Patría era una ciudad hermosa con mucha población y su caserío rodeado de murallas con torreones en la esquinas.

En ella vivía Aben-Alí, en la plaza cerca de la mezquita. Era un joven fornido e iba ya con los guerreros en sus idas y venidas por la frontera. El adul les enardecía con sus sermones, vehementemente arengas en defensa del Islam y en contra de los cristianos.

Por aquellos años los castellanos habían avanzado mucho hacia el sur conquistando villas y castillos. Huían los moros y ellos convertían sus mezquitas en iglesias y repoblaban las ciudades con gente venida de los reinos de norte. Así ocurrió con Jerez, que fue conquistado tras un largo asedio, poniendo el rey como alcalde la fortaleza a don Nuño de Lara.

Patría seguía, tras la frontera en el lado musulmán, perteneciendo al alfoz de Vejer y ambos castillos a la cora de Algeciras. A las órdenes del “caid” salían todas las semanas hacia los campos de Medina y Jerez, montados en sus blancos caballos y cubiertos con marlotas de grana. Eran diestros, valientes y arriesgados. Quemaban cortijos a los castellanos, lanceaban a quienes encontraban y cogían luego de las alquerías y dehesas cuanto ganado podían, Los pocos cristianos que lograban huir contaban en Jerez lo sucedido y cómo vestían aquellos moros temibles. Y los jerezanos acordaron y juraron ajustar las cuentas a los de Patría, vengar estas afrentas y hacer un escarmiento.

Tras las escaramuzas, volvían los moros a la ciudad, subiendo la cuesta del cerro donde está asentada. Desde las almenas gritaban enfervorecidos los vecinos viendo a sus jinetes y las puntas de vacas, corderos y caballos que traían. El júbilo cundía por las calles, se abrían las puertas de la muralla y todo el pueblo les aclamaba y vitoreaba. Alí encabritaba su caballo, que marcaba con sus cascos el empedrado de sus calles. Era ídolo y admirado de las muchachas de Patría. Al día siguiente había fiesta. Se mataban algunas reses y se distribuía la carne entre todos los habitantes.


En una de aquellas “razzias” alentadas y coordinadas por el “caid”de Ronda, llegaron a poner cerco a la torre de Melgarejo, en los llanos de Caulina, causando mucho daño a sus pobladores.

El rondeño invitó a los caballeros de Patría a su ciudad so pretexto de que el camino de vuelta era de muchas leguas y antes habían de descansar. Así lo hicieron marchando a Ronda, donde se repartió el botín y celebraron las fiestas.

En Ronda conoció a Zaida, la hija del “caid”, una joven morena, vivaracha, de hermosos ojos negros. Y lo que son las vientos del destino, uno y otro de quedaron absortos al primer encuentro. Por las veredas del regreso, Alí sólo pensaba en ella, en todos y cada uno de los momentos y detalles vividos a su vera. A pesar de la distancia y las dificultades para volver a Ronda. Alí de las ingeniaba una y otra vez con variados pretextos para verla, cortejarla y hablarle de amores. La morita suspiraba, lloraba, soñaba, reía, cantaba por su joven guerrero, fuerte como el trueno, veloz como el viento, hermoso como la primavera, regalo de Alá.

En Patría Alí se asomaba a la muralla al ocaso del día, divisando por levante las torres y el castillo de Vejer. Por el sur, el mar, donde el sol poco a poco caía sumergiendo su luz en las aguas profundas del océano. Su alma se enternecía con nostalgias, deseando que el viento soplara tan fuerte que le transporta como el polen de las flores, por encima de cerros y cañadas hasta allí, donde vivía el amor de sus amores, al que no le importaba en su ardor guerrero pelear en el camino contra mil castellanos, vencerlos y llevar a su amada el botín de su victoria.


Al fin se concertaron las bodas. Prepararon los regalos y una numerosa comitiva de los más selecto de la ciudad partió de Patría hacia Ronda para los desposorios.

A la novia, vestida con un hermoso “kaftan”, pintadas las manos con “henna, y las mejillas con “arqafasi”, “La luna está sobre nosotros / apareció sobre las crestas en la despedida / el agradecimiento a Dios es nuestro deber…

El novio la esperaba nervioso, como un sol naciente con su chilaba y su “fukia” blancos. Los casó el adul y firmaron las actas ante el cadí. Y luego los días de fiestas, invitando a amigos y parientes y hasta los pobres que obsequiaban con carne y bollos. Cantaron los “haddara” y comieron todos de los más variados manjares.

Al fin partieron hacia Patría, el ajuar en una muía, ella con su jaike, cobijada blanca, en su caballo y junto a ella en un brioso alazán, Alí rebozando alegría y felicidad.

Por espías supieron los jerezanos que los de Patría habían ido a Ronda a las bodas con un gran tropel vistoso y llamativo. Y entonces planearon el ajuste jurado, la venganza acordada. Cuando el tiempo transcurrido fue suficiente para simular el engaño, fueron de noche disfrazado en caballo blancos y cubiertos con marlotas de grana, llevando tras de sí reatas de cautivos ensogados, como si fuesen prisioneros cristianos. Los del castillo cayeron en el engaño. Alegres abrieron las puertas gritando: “¡Ya vienen los novios, ya vienen los novios”. Corrieron a su encuentro y con la vida pagaron su alegría y su inocencia. Pasaron a cuchillo a toda la población, cuidando de que no quedara nadie que luego les delatara. Y una vez acabado el exterminio, aguardaron pacientemente la llegada de los caballeros moros.

Por las cañadas y veredas de las sierras y de las campiñas venían éstos alegres y dichosos. Los novios aprovechaban cualquier parada para arrullarse. Para ellos aquel viaje era la antesala del cielo.

Rodearon la villa de Arcos, pasaron la de Medina y al cabo de varios días, en un atardecer llegaban al camino del Esparragal lindero con el río Salado, divisando las murallas de su querida Patría en lo alto de su monte. Cuando iban por los cerros de la Plata y del Águila estaba cayendo el sol, así que comenzaron a subir la cuesta de noche y sin luna.


Los jerezanos disfrazados, algunos tras las almenas recorrían el adarve como quien hace guardia, simulando ser centinelas; solo se veían sus cabezas con turbantes recortados en la oscuridad. Los más se aprestaron en sus cabalgaduras dispuestos al ataque tras la puerta norte de la muralla, la que salía junto al puerto de las losas.

Y estando a la mitad de la cuesta los que llegaban alegres, salieron a una señal los jerezanos disfrazados, todos a una y en tropel y lanzados hacia abajo, arremetieron a muerte contra los moros, que despreocupados quedaron atónitos y horrorizados con aquella trágica sorpresa.

Muchos fueron lanceados y muertos. A las mismas puertas de su amada ciudad cayó lo más selecto y aguerrido de Patría. Alí mascando rabia y desesperación, intentó a la desesperada defender a su esposa, pero nada pudo frente a aquella sanguinaria avalancha. Zaida murió en la refriega de una lanzada en el pecho. A duras penas, Alí, logró montarla en su caballo y huyó despavorido hacia el río. Y escondido entre la jara, abrazándola fria ya, muerta entre los estertores de la madrugada.

Volvieron los castellanos a la ciudad y prendieron fuego por los cuatro costados. Ardió Patría y en el frío de la noche las llamas, campanas de fuego, repicaban sus lenguas de muerte, iluminando las campiñas y los montes. Todo quedó convertido en cenizas y a aquella cuesta que subía a su ciudad, donde fue la matanza, le pusieron el nombre de “el Justal”, porque en ella los jerezanos habían ajustado cuentas a los moros de Patría.

Alí enterró a su amada en un bosquecillo de acebuches y herido, más de alma que de cuerpo, se mesaba sus jóvenes barbas y clamaba y clamaba por aquellos parajes día y noche como un loco entre gemidos y llantos. Los que pasaban por aquel lugar oyeron mucho tiempo sus lamentos. Aquel cerrito del bosque de acebuches quedó para siempre con el nombre del “cerro del loco”, en recuerdo, sin saberlo ya nadie, de Alí que en su infortunio, murió loco de amor.

La ciudad de Patría nunca más volvió a poblarse. Allá arriba quedan sus ruinas y una torre desmochada cara al mar, como vigía y recuerdo de aquellos bravos musulmanes, que allá por el siglo XIII vivían alegres en aquellas alturas. Aún dicen la gente de campo, sin saber por qué y cuando ocurre algo malo: “Se perdió Patría”.

Patría en la actualidad. Pulsar sobre la imagen para visualizar el vídeo

Fuente: Capítulo transcrito del libro de Antonio Morillo Crespo, Estampas y leyendas vejeriegas, págs. 181-187.

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