11.3.22

Conoce tu pueblo a través de la poesía de Francisco Basallote.


El poeta Francisco Basallote fue un vejeriego enamorado de su pueblo, de sus gentes, de sus tradiciones; un poeta primordial, sencillo y emocionante, que nos contagiaba su amor y la nostalgia que revelan sus poemas. Un poeta capaz de crear su mensaje en poesías que conectan con el alma del lector, cuyos versos se comprenden y penetran rápidamente hasta el rincón más hondo del corazón, sin necesidad de estudios y reflexiones. 

En su memoria, vamos a pasear plácidamente por las calles de Vejer, descubriéndolas desde sus escritos y tratando de expresar la emoción que percibía en su deambular por ellas; y matizando con su palabra cada rincón geográfico y humano. La poesía es, en definitiva, compartir sentimientos, viajar por los diferentes caminos del sentir del ser humano. 

Al mismo tiempo intentamos fomentar la cultura a través de sus poemas, dar a conocer algunas de las calles más significativas de Vejer, desarrollar el sentimiento de pertenencia a nuestro pueblo, generar proximidad, contribuyendo de manera notable a realzar, más aún, Vejer como ciudad turística y cultural y que sus habitantes encuentren motivos para que nos sintamos más orgullosos de ser vejeriegos.  

La profesora, Ángeles Vélez lo ha denominado el poeta de Vejer, yo añadiría, y el de la añoranza. Fue Ulises, el itinerante más famoso de la historia, el que inspiró, sin saberlo, el término nostalgia. La nostalgia es el sufrimiento provocado por el deseo nunca apagado de volver. Cada vez que leo sus poemas siento la necesidad de regresar a mi paraíso perdido: Vejer de la Frontera.

Para siempre perdí el tiempo de mi adolescencia; 
y con él, los hermosos días de corazón enardecido 
por vendavales de ternura 
que solo en su añoranza estérilmente vuelven.
                                                                                 
Cuando voy a Vejer, al pasar la primera curva vislumbro su esplendorosa presencia; camino por las calles de mi infancia, de mis juegos: Corredera, Colegio del Divino Salvador, José Castrillón, Arco de la Segur (un sitio mágico para mí)... La nostalgia me suscita recuerdos de otros tiempos, las oportunidades que la inocencia dejó pasar; y tengo la sensación de que la vida, en realidad, fueron aquellos años fundamentales en que empezábamos a mirar la existencia; la luz de la adolescencia es, en verdad, la que nos acaba iluminando para siempre.

PRIMERA CURVA: 

Desde aquí, en el extremo de la Corredera, apoyado en la balaustrada veo la primera curva. Y recuerdo... cuando esa primera curva era el límite de nuestros paseos dominicales de la infancia, entonces no había tantos pinos en la ladera y si más moreras en la carretera por la que pasaba el coche de El Carrero o el de Manolito Fernández o no pasaba ningún coche, paseábamos y cogíamos vinagretas, también en la misma curva el mejor barro para hacer bolas que luego pintábamos... eran domingos de otoño o de invierno, soleados y fríos. ¡Siempre recuerdo el frío de aquellos tiempos! No sé por qué...

LOS REMEDIOS: 


Década 1950. Esta ha sido la cara de Vejer durante casi medio siglo; pero cuánto ha cambiado, cuántas transformaciones ha ido experimentando en su piel. 
Quedan a la izquierda las cocheras de Manolito Fernández y la Quinta de Recreo, construida sobre el Monasterio de Nuestra Señora de los Remedios o sobre sus ruinas, hoy ha desaparecido dejando de testimonio algunas de sus palmeras y el arco en la rotonda, previsiblemente del antiguo monasterio. Entre el Arco y los garajes la bajada a la cuesta que unida a la que desciende por la Cantera bajaría hasta el cruce de Medina, Casa de Ignacio Castro. 
La casa de Andrés Gomar sigue pintada de rojo, como a principios de siglo, y la Corredera luce ya su balaustrada y las primeras acacias aún de pequeño porte. La posada a la derecha sería el último edificio, siempre amenazado por el “bascornil” de la ladera. 

La Torre de la Corredera en su permanente estado de avanzada de una muralla que quedaba a trozos oculta entre la cal y los recrecidos edificios, que Antonio Morillo luego desvelaría. La torre de la Iglesia, vertical en su calidad de hito, con sus azulejos intactos y sin acebuche incrustado en su chapitel. 
En esos tiempos, algunos andábamos ya escribiendo poemas a esta ciudad, y mirando esta misma perspectiva desde el camino del molino de Márquez y la desaparecida Cruz de Conil. Y yo, desde la Bodega camino de Las Quebradas, escribía con fruición de la pasión primera de un adolescente. 

CORREDERA: 


En la Corredera, con el río a tus pies, la Sierra Ganada - a los moros de Granada- emergiendo, cual barco hundido en la llanura, Medina y Alcalá apenas adivinadas al fondo, al socaire gozarás de la paz que el Creador debió sentir después del Génesis. 
La hora, aun siendo indiferente, importa por lo que quieras sentir. El despertar del pueblo, cuando el sol camina sobre La Janda desecada, da a la cal unos tintes amarillos, y si esa noche ha habido relente, los adoquines aún conservarán la humedad nocturna y las perlas del rocío te sorprenderán en un geranio imprevisto en una maceta insospechada. Esas mañanas tienen el agridulce sabor de la nostalgia. 
El mediodía es distinto, el sol impera, ya no es un abrazo a traición en una esquina, es blanco, rotundo, omnipresente, puedes sentarte en una terraza de la Corredera, saborear un vino de Chiclana, que aquí tiene un bouquet único y tomar unas tapas de atún encebollado de las almadrabas del Duque, que desde aquí se vigilaban; y dejar pasar las horas lentamente, si quieres solo marcadas por esas viejas campanas que desde la torre no sólo son ritmos para el tiempo, sino -con su pesadez- recuerdos de metal que rompen la luz con sus martillos. 
En el crepúsculo, los matices de la luz son tan variados, la riqueza del rojo poniente tanta, por obra y gracia de un sol, a la izquierda de la Corredera tras el macizo del Santo. 

COLEGIO DE LA MONJAS: 


Foto de Paco Basallote Marín
La espadaña de La Merced es un hito en el paisaje de Vejer, también lo es en nuestra memoria de aquellos días en el Colegio, cuando Sor María nos castigaba desde aquella clase que conectaba directamente con el campanario a aquel recinto, con cubos de cal y desde el que se tocaban las campanas, algunas veces por descuido... 

PLAZA DE ESPAÑA: 


Estás en la Plaza, el decimonónico Ayuntamiento -solo fachada-, parece aplastarlo todo, hasta las palmeras. 
A la izquierda tienes en inverosímil equilibrio arquitectónico una ladera de casas sobre casas, tejados que son patios, azoteas que son calles, la higuera es más estable que estos muros de cal de siglos. 
Si todavía no te atreves a entrar en la ciudad por el Arco de la Villa por el que un día saldría el leonés Guzmán al sitio que la Historia le reservó en Tarifa, enfrente tienes la calle de la Fuente, síguela y curiosea los patios de las casas que a partir del XVI se fueron labrando los vecinos de este Vejer, fortín y confín del Reino. 
Seguirás sorprendiéndote por el escalonamiento de las casas, sobre todo a tu izquierda, por donde empinadas callejas te conducirán al vacío, presentándose frente a ti la Palomina, la espadaña de la iglesia de la Merced, la roca caliza dorada apenas veteada por el verde de las tunas. 

JOSÉ CASTRILLÓN: 

Acuarela de Eva Díaz Hurtado

Así desierta, como un vaso de cristal, conteniendo los distintos matices de la luz, la esquina redondeada en la que la cal es un espejo convexo en el que desfiguramos nuestros recuerdos, las puertas cerradas, no solo para los curiosos sino para que no se vaya entre sus hojas el tiempo encerrado. Los adoquines, ordenados, pulcros, con sus destellos de mica como pequeñas luciérnagas. La calle ligeramente curvada hacia el sol y al fondo el Arco de la Villa, su trasera, limpia, blanca, sin aditamentos honorarios, simples y sencillos como la vida que discurre aquí adentro de la ciudad de la luz.
 
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CALLE DEL CASTILLO: 


Desde las almenas de la esquina norte del Castillo se veía la Iglesia de la Concepción sin cubierta y las aglomeraciones de sillares, así como los nidos de los cernícalos , nunca supimos el de las lechuzas que en las noches oscuras siseaban a las estrellas. Se veía el patio de la casa de los Castrillones, que ocupaban parte del claustro del ruinoso Convento, así como su casa construida sobre las edificaciones monacales. A los mismos pies de las almenas los tejados de Juana Mateos y más allá el territorio de mis correrías por las azoteas de María Chirino y de mi abuela. Al fondo la iglesia y la torre, cuyas campanas, por cercanas, nos eran tan familiares. 

LA IGLESIA Y EL CAMPANARIO: 


La Iglesia, gótico decadente y dentro de ella el cuerpo mezquita-mudéjar, edificada sobre la Mezquita; campanario renacentista coronado por un chapitel de azulejos. Dentro, solo piedra, limpia piedra, y debajo el gran aljibe... 
El campanario. La robusta torre cuyo chapitel elevara Hoefnagel como afilada aguja, se nos muestra en la noche, cercana y encendida en su cuerpo de campanas, si no altiva si ensimismada en su altura, que Filmo en su azulejo confirma, contenta quizás de que los remates de los contrafuertes quedaran inacabados y orgullosa de las cicatrices del tiempo, como esa grapa de hierro que la ensambla a la de la vieja mezquita. 
Siete siglos envueltos en esta luz dorada, como si en un instante de la noche este palimpsesto que es la Puerta de la Iglesia rememorara sus sucesivas escrituras: mezquita, iglesia mudéjar, gótico, renacentista... y las sucesivas añadiduras: torre cristiana sobre minarete, portada renacentista en cuerpo gótico, el cuarto del reloj... el cuarto sellado de la Capilla de San Bartolomé... 

CALLEJÓN DE LAS MONJAS: 


Atardece en el Callejón de las Monjas, con esa luz levemente dorada que pone en la cal una pátina de vejez, reflejo quizás de la piedra caliza de los sillares del Convento. 
El Sol penetra por los arcos hasta el último rincón de nuestro corazón, dejando su estela luminosa en este rincón de la nostalgia. Porque estos arcos son para el poeta mucho más que un motivo para dejar plasmada la emoción, son la emoción misma, que a lo largo de mucho tiempo pasó bajo esos arcos, dejando siempre su estela de amor a un lugar tan cerca del corazón que es corazón mismo. 
Ahora, como el día que acaba, vamos en retirada. Otras emociones, otros quehaceres, llenarán estas páginas con los reflejos de la belleza de la ciudad blanca, que permanece. Y siempre volveré a ti, a pasar bajo tus arcos, a escuchar el viento por última vez y el canto de la lechuza… 

PLAZUELA: 


Bajando con cuidado, dejarás el Palacio del Marqués de Tamarón y su mole y te encontrarás frente a San Francisco, la Iglesia que los franciscanos erigieron en el XVI en las afueras de la ciudad de entonces, cuyos enterramientos aparecen de cuando en cuando. No te cohíbas en este reducto de la Plazuela, a tu derecha se inicia la Calle Alta, que de nuevo te puede llevar a otro laberinto de cal, el Cerro, humildes casas de nuevo erguidas unas sobre otras y todas sobre la roca. 
Siempre recordaré el día de San Miguel en Vejer. Día del corte del "hopo", es decir la fecha en que se acaban los contratos del campo y en la que se establecían otros nuevos. Sobre todo el aspecto de la plazuela, donde peones y colonos, trabajadores del campo, "pelaos" y señoritos establecían las condiciones de un nuevo contrato. La Plazuela era un hervidero, en la que los niños nos divertíamos cantando "Te han cortado el jopo" 

CALLE NUESTRA SEÑORA DE LA OLIVA: 


Estamos en el antiguo acceso a la Ciudad fortificada, al fondo el Palacio que se hizo el Marqués sobre las murallas, que albergó a la Comandancia de la Guardia Civil cuyos caballos subían esta cuesta provocando chispas en el pedernal de los adoquines. A la derecha el acceso a la vieja Barbacana, que en aquellos tiempos aún conservaba ese nombre. A la izquierda la puerta de "Ochavito" y sobre ella la inolvidable taberna de Juan Lebrón, con sus duros de plata clavados sobre el ébano de la tapa del mostrador, donde paciente iba apuntando las cuentas interminables de su clientela, que en sus sillones y sillas de enea charlaban de lo que podían charlar...El Banco, con su estilo moderno y diferente, la Barbería de Tello y la luz, siempre la luz, en este mediodía primaveral que llega a nosotros, como siempre, pleno de nostalgias. 

LA HOYA: 

Foto del autor

La Hoya, en cuya concavidad se vuelve a erigir el Vejer de la Miel del XVIII, escalonándose nuevamente hacia el Cerro, dominado todo por S. Francisco, tejados amarillentos de siglos; la cal, gris inaccesible a su blanqueo, apenas insinuado en el contorno de los huecos hasta donde el radio de la mano alcanza; los huertos diminutos, casi de los Incas, al Oeste las siluetas de los únicos molinos, que bien necesitan recuperar su historia, ya que no su función por desgracia de la técnica. 
Sube la cuesta empinada, las casas, sus patios, todavía del XVI, algunas solariegas como la del Vizconde, con sus frescos blasfemados por la moderna pintura; costanillas del Barranco Moral..., limpieza absoluta, llegarás exhausto a la Puerta Cerrada, allí verás el prodigio defensivo de la muralla en la que los tiempos sedimentaron técnicas diferentes: bloques ciclópeos, mampuestos, sillares, ladrillo… 
Atraviesa la Puerta y se te presentan tres alternativas: Subir, subir siempre, y darás en el Castillo, fortaleza árabe de la que se conserva su puerta y un Palacio reedificado sobre ella del pasado siglo que a pesar de todo conserva la estructura original de aquellos tiempos, con su patio de armas, sus almenas... 

BUENAVISTA: 


Si todavía tienes ganas, vete a Buenavista, el labio superior de la falla del Terciario sobre la que asienta este Vejer. Allí puedes con toda seguridad sentirte sobre el mundo, como esos hombres pájaros que aquí vienen a volar.
Trafalgar te partirá el Atlántico en dos, a la derecha la línea recta del Palmar, Conil... a la izquierda, de nuevo la Ensenada de Barbate siempre brillando, la marisma, la Sierra de Retín. Desde aquí lo vio Hoefnagel. 
Si miras hacia atrás verás de nuevo el pueblo en su arracimada montura, y si lo haces a la derecha, el campo de Vejer con sus nombres todavía intactos desde el repartimiento de los primeros castellanos del siglo XIII.   

FUENTE DE LA OLIVA O FUENTE DE LA BARCA


Todos los domingos, mi abuelo nos llevaba de paseo, no solo a sus nietos, también nos acompañaban algunas veces nuestros amigos, de modo que parecía una pequeña excursión escolar, que invariablemente hacía la misma ruta: Cuesta del Cagajón, con parada y juegos en la fuente, ventorrillo de Ignacio Castro donde merendábamos, la Barca y subida por su cuesta, ruta que a veces hacíamos en sentido opuesto; pero siempre nos deteníamos en la Fuente de la Oliva, de cuyos abundantes chorros bebíamos y de cuya arquitectura y fábrica nos ilustraba mi abuelo, a cuyas explicaciones añadíamos exóticas comparaciones, como es el caso de la cúpula que nada menos lo hacíamos con las casitas de un belén.

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SANTA LUCIA   
Extasiado con el paisaje y los recuerdos: el sonido cristalino de las torrenteras libres, el cántico de los pájaros, los olores de los jazmines y azahares mezclado en aire limpio y esas cañas danzando en el blando y dulce compás de lo auténtico, que nos gritan el lugar de donde somos y al que pertenecemos. 


Asciendes por la senda del agua, 

galería de los cañaverales y de las zarzas,

desde el salto al algibe que hicieron los moros

para regar las huertas que el duque les robó.

 

El corinto de zarzamora

reta al carmín de la sangre

que no lava la pureza del agua

ensimismada en su correr.

 

Asciendes por la senda

del agua entre las sombras

del tiempo,

dónde están aquellos que hicieron este vergel,

dónde el molino y el molinero,

dónde la luz que incida

clara en estos días grises de olvido

que en ruina convierten

esplendores del agua.

Dónde, decidme, dónde.

                                    


Un amplio recorrido por la historia y la topografía del más bonito pueblo de España, mi pueblo, donde la luz tiene unos matices inolvidables.
La memoria, como espejo íntimo, da unidad temática a este recorrido, un capítulo más de las nostalgias por los paraísos perdidos. 
Solo nos quedan los recuerdos. 

NOTA FINAL, REFLEXIONES:
Sabemos que las redes sociales son la pieza clave para desarrollar y difundir, generando un alto impacto y notoriedad en poco tiempo. 
Es la razón de haber colocado esta publicación en el blog “Desde mi rincón del arte”;  un poco extensa, necesita de una lectura sosegada; hemos colocado un par de vídeos para que les sea más liviano, escuchando música y viendo preciosas imágenes. ¡Vejer tus calles tienen poesía!
Al mismo tiempo intentamos fomentar la cultura a través de la poesía, dar a conocer algunas de las calles más significativas de Vejer, desarrollar el sentimiento de pertenencia a nuestro pueblo, generar proximidad, contribuyendo a realzarla, como ciudad turística y cultural y, que sus habitantes encuentren motivos para sentirnos orgullosos de ser vejeriegos. 
Aprovechen, los que puedan, y sobre todo los más jóvenes, estos días de lluvias para leer poesía, y en este caso, conocer y amar a nuestro pueblo. 
Reconocemos la labor que ejerce el profesorado, impulsando y fomentando la lectura y escritura poética entre sus alumnos

Acuarela de Eva Díaz Hurtado 

Gonzalo Díaz-Arbolí
Académico de Bellas Artes Santa Cecilia

5 comentarios:

Paco Basallote Marín dijo...

Gonzalo Díaz Arbolí nos regaló este precioso artículo con fragmentos de obras de mi padre: CONOCE TU PUEBLO A TRAVÉS DE LA POESÍA DE FRANCISCO BASALLOTE. Gracias Gonzalo por tu sensibilidad, tu bello estilo. Gracias por acordarte de mi padre como lo haces. Un fuerte abrazo

amizcate dijo...

Maravilloso acercamiento a Vejer del poeta Paco Basallote, de la mano de Gonzalo Díaz Arbolí y con el colofón de otro gran artista Manolo Manzorro.
Gracias por tan estupendo reportaje fotográfico y poético. Gracias por tu recopilación, Gonzalo.

Eugenio Martínez dijo...

Este comentario es de los que generan afición, porque si uno se fía de ti, de Paco Basallote y de Manolo Manzorro, casi se siente arrepentimiento de no haber nacido en la idealizada realidad de vuestro adorado Vejer

Teresa Moncayo dijo...

Tienes razón, querido amigo, en cuanto dices sobre el período de la adolescencia como una manera de marcar nuestro carácter, es ella la que nos define en nuestra trayectoria por la vida. Y tienes razón en cuanto dices de la poesía de Francisco, mi admirado amigo también, la cercanía que mantenía con Vejer a pesar de la distancia era increíble. Amaba a este pueblo no sólo por su belleza sino por todo aquello que rememoraba de su infancia. De esta manera impregnó a su poesía de nostalgia viva en su mundo interior y poético.

Luis Manzrro Benitez dijo...

Solo me ha hecho falta leer esa maravillosas frase: "las oportunidades que la inocencia dejó pasar", para guardar esta extraordinaria publicación e ir leyéndola con tranquilidad.
Muchísimas gracias, amigo Gonzalo

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