17.12.20

LA CARTA PUEBLA. SOBRE EL NOMBRE DE EL PUERTO DE SANTA MARÍA


Por la importancia que, para los portuenses, significó el Discurso de Investidura del académico de Santa Cecilia, Javier Maldonado Rosso titulado: “SOBRE EL PUERTO DE SANTA MARÍA” un trabajo luminoso y esclarecedor, que constituye un referente inolvidable y, en cómo transmitió sus reflexiones y sus convincentes argumentos, que tanto nos concierne por el hecho de sentirnos orgullosos de nuestra historia. Creemos que es un acierto volver a divulgarlo a través de este blog. Publicamos solo el comienzo del discurso.

Javier Maldonado figura, por derecho propio, entre los más destacados prohombres de la cultura portuense contemporánea.

El tema de este discurso es uno de los muchos que me interesan, pero está entre mis predilectos. Hace años abrí una carpeta a la que titulé “El nombre de El Puerto” y he ido acopiando en ella informaciones e ideas. La carpeta aguardaba, como el arpa becqueriana, el momento para ser desempolvada. Creo que no podría haber encontrado mejor ocasión que ésta para ello.

A medida que iba elaborando este discurso me he ido haciendo más consciente de las muchas dificultades que entraña hablar del nombre de El Puerto de Santa María, porque se trata de reconstruir un hecho lingüístico sumamente complejo a través de siete siglos y medio de historia. Pierre Vilar dijo que un historiador necesita ser “un poco geógrafo, un poco demógrafo, un poco economista, un poco jurista, un poco sociólogo, un poco etnólogo, un poco lingüista...” Me interesa y me gusta la lingüística, pero mis conocimientos al respecto son insuficientes para tratar adecuadamente este asunto. Cuando me percaté de ello no era posible cambiar de tema. Este trabajo podría, pues, considerarse un “ensayo”, pero yo lo califico como un atrevimiento por mi parte. Ruego, pues, máxima benevolencia con estas reflexiones que voy a compartir con ustedes en voz alta, con la confianza de quien está entre amigos.


Al contrario que tantos otros topónimos, el nombre actual de nuestra ciudad no plantea dudas sobre su significado y su origen es conocido. Hipólito Sancho en los años cuarenta y González Jiménez a partir de los ochenta, del recién pasado siglo XX, establecieron que el cambio de nombre de Alcanate por el de Santa María del Puerto fue resultado de la incorporación de la aldea musulmana al reino de Castilla en torno al año 1260. La incorporación se realizó de forma pactada, pero bajo la presión del enorme contingente militar que Alfonso X acampó en la aldea con la finalidad de preparar la expedición marina que arrasó la localidad norteafricana de Salé. Dado el interés estratégico de Alcanate para el éxito de la cruzada africana, Alfonso X solicitaría del alguacil de Jerez la entrega de la aldea al dominio directo de Castilla, y tras el cambio de jurisdicción se llevó a cabo el cambio de nombre. Los hechos posteriores más destacados fueron estos: el repartimiento de las tierras, solares y casas de Santa María del Puerto se efectuó durante el año 1268; entre 1272 y 1280 la villa dependió de la Orden de Santa María de España; la localidad fue arrasada por tropas benimerines en 1277; y el 16 de diciembre de 1281 le fue otorgada carta-puebla por Alfonso X, merced a la cual obtuvo término propio y autonomía administrativa...


Pero, pese a cuanto conocemos sobre su origen y a la transparencia de su significado, tenemos desde hace mucho la incertidumbre de cuál es el nombre de la ciudad: ¿Puerto de Santa María o El Puerto de Santa María? ¿Forma, o no, parte el artículo del nombre de la ciudad? Es una duda que preocupa, relativamente, claro está, a portuenses de nacimiento y vecindad, y que es objeto de discusión. La controversia se avivó con motivo de que en 1986, a requerimiento de otras instancias oficiales, y sobre la base de un informe de José-Ignacio Buhigas Cabrera, el Ayuntamiento aprobase como nombre oficial de la ciudad el de El Puerto de Santa María. La cuestión no es baladí: uno de los elementos básicos de la identidad de una ciudad es su nombre. Por eso se trata de un asunto sobre el que es preciso reflexionar. Cosa que ya hicieron años atrás mis buenos amigos Enrique Bartolomé López-Somoza, Eloy Fernández Lobo, Enrique García Máiquez y Enrique García-Máiquez López. Este discurso se suma, pues, a sus interesantes aportaciones al respecto.

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