24.7.21

LA LETRA CON SANGRE ENTRA

                                                                             

Fotografía tomada de paperblog
         

Esta máxima, que durante tanto tiempo se ha aplicado en el sistema educativo y apenas abandonamos hace unos años, es tan antigua como la enseñanza de la escritura cuneiforme en todas las escuelas y colegios de este país. Por tanto, todo aquel que tenga cierta edad en la actualidad, lo recordará en primera persona y me imagino que también, algunos, incluso lo habrá sufrido en sus propias carnes (yo, personalmente puedo dar fe de ello). 

Viene esto a cuento porque según se relata en una muy antigua leyenda de nuestro amado pueblo Vejer, existió hace ya bastantes años un maestro de escuela que a la sazón enseñaba a sus pupilos, desde las primeras letras, hasta estudios más avanzados y que con ello se ganaba su sustento. Éste era corto porque se nutría sólo con las aportaciones de los padres de sus alumnos y, éstas, no podrían catalogarse como suculentos estipendios, sino más bien al contrario e, incluso, la más de las veces, recibía el óbolo en especies. 

               
Escuela de D. Antonio León,  Vejer.  De dcha. a izq. Pepe Luis Díaz Arbolí 
                 Pepe Benítez Díaz y Gonzalo Díaz Arbolí. Año de 1942

También era muy normal en aquella época, que aquellos alumnos que llegaban tarde a la escuela o que su caligrafía distaba mucho de ser la correcta, recibían el consiguiente castigo corporal en forma de azotes. Transcurría todo de esta guisa, cuando uno de sus alumnos, harto ya de sufrir tanto castigo y que su cuerpo dejara notar ya demasiadas laceraciones, adelantándose a que su padre descubriera lo que acontecía en la escuela, decidió anticiparse a éste y viendo que lo tenía muy difícil para "pasar de curso", y sabiendo que los honorarios del maestro eran bastante escasos, le propuso a su progenitor invitar a comer a su maestro y agasajarlo con variados presentes para que se ablandase, y su día a día en la escuela, por tanto, fuera más llevadero. El padre conocedor de que su hijo no era de grandes luces y además sabedor de sus grandes limitaciones intelectuales, entendió que era la única manera de que su hijo pudiese prosperar algo en su vida académica. De esta manera se dio cuenta y accedió a la invitación. Durante la comida, en la que la familia del muchacho sirvió el mejor vino que tenían en la casa, y las mejores y más variadas viandas, el alumno se mostró diligente, educado y no paró de regalarle los oídos al invitado con sus virtudes y dar gracias a Dios por tenerlo como maestro. Penséis lo que penséis, y aún sabiendo que todo aquello tenía un solo propósito, a todos nos gusta que nos hagan la pelota y recibir lisonjas…, aunque éstas sean falsas. 

Terminada la cena, y por si la cosa todavía no estaba clara, el maestro recibió varios regalos entre los que había varias orzas de manteca, pieza de caza, ristras de chorizo, longanizas… y, hasta un jamón. Aunque no sabemos si el alumnos llegó a ser un ilustrado en su madurez, me atrevería a decir que efectivamente si pasó de curso. 

                         
 Escuela de D. Juan Caballeiro, Vejer de la Frontera. Año de 1943

Aprovechando esta historia de maestros, de su escasa remuneración y, sobre todo, de lo poco valorado que han sido a lo largo de la historia, me voy a permitir rendirles un pequeño homenaje. Y como cuando un maestro habla, lo mejor es callarse, voy a dejar que sea Carlos Fisas, el que demuestre etimológicamente que no cualquiera puede ser maestro, pero si ministro. 

El término -maestro- deriva del latín magister, y éste, a su vez, del adjetivo magis que significa -más- o -más que-. Por tanto, el magister lo podríamos definir como el que destaca o está por encima del resto, por sus conocimientos y habilidades. En la literatura encontrareis innumerables ejemplos de esto que os digo: Magister equitum (Jefe de Caballería), Magister militum (Jefe militar). 

Por el contrario, el término -ministro- deriva del latín minister, y éste a su vez del adjetivo minus que significa -menos- o -menos que- El minister era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos. 

De todo ello se puede legar a una conclusión, que es el propósito inicial de éste relato. Para ser ministro no hace falta ser o hacer… nada. 
Javier Díaz Arbolí


1 comentario:

Eugenio Martínez dijo...

Gracias, Javier, por transportarnos a aquella escuela que yo sigo recordando con nostalgia y con agradecimiento y donde me iniciaron en la lectura del Quijote y de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y donde respetábamos al Sr. Maestro y donde nos enseñaban algo que llamábamos urbanidad... y...¡Cuantas cosas me has hecho añorar, Javier!

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