No se debe tachar de inmovilismo romántico el que surja la vena poética al contemplar la perfecta y sutil armonía que se da en la conjunción de la cal y los sillares de piedra.
El sustrato profundo de la arquitectura de Vejer está en buscar la proyección hacia adentro. Obsérvese la inexistencia de elementos ornamentales (franjas y cenefas) en sus fachadas, ya que les basta la variedad de tonalidades que la luz confiere a sus patios interiores; tonalidades que, serpentean de manera constante y pasan del blanco con la luna, al rosa del amanecer y el dorado de la siesta.
Esta peculiar arquitectura de la formas y de la luz confiere al vejeriego un modo especial de ver y hacer las cosas, en definitiva, un estilo de vida sobrio, elegante, recoleto, reflexivo, profundo…
Acorde con esa especial manera de entender la vida, el vejeriego proyecta hacia afuera su imaginación, ya que en el interior, el permanente juego de colores, luces y sombras le bastan para sentirse eterno.
Se cuenta que en esta calle, en la que nos encontramos, vivía y ejercía sus labores un zapatero que conforme a las costumbres del lugar, las primeras luces lo encontraban enfrascados en sus quehaceres cotidianos.
Casado y con hijos, ese hombre dejaba transcurrir los días dedicado a la monotonía de sus labores y a la cotidianidad parsimoniosa y cansina de la relaciones familiares.
Pero, un día, observa que una cobijada al pasar por delante de su pequeño taller, mira hacia adentro, y le inclina levemente la cabeza a modo de saludo, creyendo él, percibir una especial brillo en el único ojo que deja ver el atuendo que portaba. Rejuvenece, se ilusiona, y espera impaciente la llegada del nuevo amanecer. Al día siguiente vuelve a ocurrir y, al otro y al otro. Imagínense a este hombre, en el contexto social de principios del pasado siglo, recreándose en mil ensoñaciones.
Exultante por lo que aquello significaba e ilusionado por lo que pudiera significar vivía el zapatero, aunque atormentado por la idea de que pudiera trascender a sus convecinos.
Detalle de la parte superior del traje de cobijada.
Con el mismo sigilo vuelve a su zapatería y reflexionando sobre lo ocurrido llega a la conclusión que la vida en Vejer, debe hacerse hacia adentro, que es donde está la auténtica belleza.
Javier Díaz Arbolí
5 comentarios:
Ayyyyy el zapaterito infiel !!!! 😉
Gracias por compartir y seguir conociendo más de nuestro pueblo, un saludo.
Una buena lección, Mar, al final te das cuenta que lo mejor lo tienes en casa. Pero solo fue un fugaz pensamiento, pecado venial...
Bonita historia la escrita por Javier, aunque pienso que "la curiosidad mató al gato"; quiero decir con esta antigua expresión, que la curiosidad del zapatero por saber quién le dedicaba una mirada insinuante al pasar por delante de su zapatería, le privó de vivir con la dueña de esa provocativa mirada todas las aventuras románticas que su imaginación fuera capaz de inventarse.
Mi padre me contó una historia, que él daba como cierta, también de un zapatero de Vejer; quizá algún día la cuente, pero como es bastante dramática, me lo pensaré.
Dice Javier que, "la peculiar arquitectura de la formas y de la luz confiere al vejeriego un estilo de vida sobrio, elegante, recoleto, reflexivo, profundo…", yo estoy totalmente de acuerdo con eso, y añadiría que la increíble historia de Vejer, que según los expertos empezó hace unos diez mil años, durante los cuales fue invadido por fenicios, cartagineses, romanos, árabes...también tiene mucho que ver con nuestra forma de ser.
Gracias Gonzalo y gracias Javier.
Que bonito Gonzalo, tú eres el ejemplo, según definición de un vejeriego...bien definido...la historia del zapatero es como el ramito de violetas y el pájaro de la felicidad. Todo está en casa!!
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