Phillis Wheatley (1753-1784) se enfrentó a un mundo de blancos y a un mundo de varones, donde se pensaba que un afroamericano no tenía la capacidad de escribir y mucho menos de escribir poesía, siendo mujer enfrentaba una adversidad más. Ser afroamericana, esclava, mujer y poeta en el Boston del siglo XVIII era inconcebible. Llegó a ser la primera poeta afroamericana en los Estados Unidos.
A los siete años fue robada de su poblado y vendida a traficantes. Esclava hasta los 20 años. A los trece ya escribía poemas, siendo sirvienta doméstica en la familia Wheatley, donde le enseñaron a leer y escribir inglés, y a saber del cristianismo. Estudió griego y latín. En 1773 al publicar su primer libro, Phillis pudo comprar su libertad.
El escritor y periodista Eduardo Galeano la contó así, en su libro “El cazador de historias”:
“Fue llamada Phillips, porque así se llamaba el barco que la trajo, y Wheatley, que era el nombre del mercader que la compró. Había nacido en Senegal. En Boston, los negreros la pusieron en venta:
– ¡Tiene siete años! ¡Será una buena yegua!
Fue palpada, desnuda, por muchas manos. A los trece años, ya escribía poemas en una lengua que no era la suya. Nadie creía que ella fuera la autora. A los veinte años, Phillips fue interrogada por un tribunal de dieciocho ilustrados caballeros con toga y peluca. Tuvo que recitar textos de Virgilio y Milton y algunos pasajes de la Biblia, y también tuvo que jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados.
Desde una silla, rindió su largo examen, hasta que el tribunal la aceptó: era mujer, era negra, era esclava, pero era poeta”.
La pequeña esclava, convertida al cristianismo de la iglesia congregacionalista del viejo sur, enseguida impresionó a los amos con sus dotes intelectuales y pronto convivió con ellos como un miembro más de la familia, recibiendo una esmerada educación. Los propios hijos de Wheatley le enseñaron inglés, lectura y escritura. Y no habían pasado dos años cuando ya leía los pasajes más difíciles de la Biblia, las obras de griegos y latinos e, influenciada por los clásicos ingleses como Milton, Pope y Gray, comenzó a escribir poemas de rima pareada con una cierta grandilocuencia neoclásica, que dio a conocer en reuniones sociales, donde se ganó la admiración de las amistades de sus amos. Estudió de manera autodidacta teología, geografía e historia y publicó sus primeros versos, dedicados a la Universidad de Cambridge, en el periódico Newport Mercury a la edad de catorce años.
Dada la situación de dependencia absoluta de sus benefactores, los poemas de Wheatley transmiten la ideología y los intereses de aquéllos. Por eso, en su mayoría giran en torno a temas cristianos, alaban el mecenazgo (aunque sea por referencia a la antigua Roma) o están dedicados a personajes relevantes de la sociedad bostoniana. Sin embargo, entrelíneas se filtran su visión de la esclavitud y el ansia de alcanzar la libertad e igualdad, matizada por su gratitud ante las revelaciones de la nueva religión. A veces es más explícita, por ejemplo, en una carta enviada al reverendo Samson Occom, compara a los hebreos sojuzgados por el faraón con los africanos sometidos por “modernos egipcios” o —como ocurre en “Sobre el ser traída desde África a América”— aparece el desafío ante la injusticia de la discriminación racial:
Fue la Gracia la que me trajo desde mi tierra pagana,
Le enseñó a mi ignorante alma a entender
Que hay un Dios, que hay un Salvador también:
Antes no había buscado ni conocía la redención.
Algunos ven a nuestra oscura raza con ojo desdeñoso.
“Su color es una marca diabólica”.
Recordad, cristianos, negros, negros como Caín,
Podrán ser refinados y unirse al angélico tren.
Otras veces, se limita a elogiar —igual que lo haría un poeta romántico— el poder de la imaginación, capaz de soltar las cadenas del espíritu y dejarlo volar hacia lo infinito:
¡Imaginación! ¿Quién podría cantar tu fuerza?
¿Y quién describiría la rapidez de tu carrera?
Elevándonos por el aire para encontrar la radiante morada,
el empíreo palacio del tronante Dios,
sobre tus alas aventajamos al viento,
y dejamos atrás el rodante universo.
De estrella a estrella la óptica mental vaga,
mide los cielos y recorre los reinos superiores;
allí en una visión abarcamos el magnífico todo,
o con nuevos mundos asombramos al alma ilimitada.
El general George Washington, fue quien reconoció su “genio poético” e invitó a Wheatley a visitarlo a su cuartel general en Cambridge (Massachusetts), después de haber leído su poema titulado “A su Excelencia el General Washington”, cuya copia ella le había enviado. Se reunieron en una época todavía incierta para quien llegaría a ser el primer presidente de Estados Unidos, pues entonces faltaban siete años para terminar la guerra y declarar la independencia. No obstante, la poetisa le mostró su irrestricta admiración, siendo la auténtica iniciadora de su leyenda como “padre del país”:
En deslumbrante formación buscan los trabajos de la guerra
y alto en el aire ondea la insignia orgullosa.
¿Debiera yo ante Washington su alabanza recitar?
Lleno estás de sabiduría en el campo de batalla.
A ti, el primer lugar en paz y honores,
reclamamos.
La gracia y gloria para tu banda marcial.
Afamado por tu valor y más por tus virtudes.
¡Desde aquí toda lengua implora tu ayuda guardiana! […]
Procede, Gran Jefe, con la virtud de tu lado.
Y que cada acción tuya la diosa guíe.
Una corona, una mansión y un trono que brillan
de oro inmaterial, Washington, son tuyos.
En el poema, Wheatley revela su entusiasmo ante la lucha por la libertad que precede el nacimiento de un nuevo y más justo sistema de gobierno: la república, porque —como dice Wheatley—:
¡El cielo de la tierra de la libertad defendió a la raza!
En 1779, Wheatley presentó una propuesta para un segundo volumen de poemas, pero no pudo publicarlo debido a dificultades financieras, pérdida de clientes tras su emancipación (la publicación de libros se basaba a menudo en la obtención de suscripciones para ventas garantizadas de antemano) y la Guerra de Independencia (1775-83). Sin embargo, algunos de sus poemas que iban a ser publicados en el segundo volumen fueron posteriormente publicados en panfletos y periódicos.
Su marido John Peters fue encarcelado por deudas en 1784. La empobrecida Wheatley tenía un hijo pequeño y enfermizo. Trabajó como criada en una pensión para mantenerse, un tipo de trabajo doméstico que nunca había hecho antes. Wheatley enfermó y murió el 5 de diciembre de 1784, a la edad de 31 años. Su pequeño hijo murió poco después.
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Fuentes: https://afrofeminas.com/2021/03/03/phillis-wheatley-la-primera-poeta-afroamericana/
Wikipedia
Youtube
Gonzalo Díaz-Arbolí
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