29.6.13

INVESTIDURA DE PEDRO SALVATIERRA: «Nessun dorma»

 

Las emociones, en efecto, no siguen un orden fijo. Antes bien, y al igual que las partículas del éter, prefieren revolotear con libertad y flotar eternamente trémulas y cambiantes.

Yukio Mishima



            Desde el sábado intento recorrer, detalle a detalle, el marco; las dos finas columnas blancas unidas por el arco largo y oval, el piano pulido, casi escondido a la izquierda en una leve tarima azul, la negra puerta bodeguera central que parecía presidir. Debajo de la ventana de la derecha el estandarte de Bellas Artes y la mesa en la que Ángel, sonriente y confiado; Manolo, expectante y algo taciturno, y Gonzalo en observación vigilante, esperaban ─todos esperábamos─ la entrada de Pedro. Pedro tiene aura, ¿podemos decirlo así? Un aura especial, siempre la ha tenido, desde muy pequeño. Es complicado decir algo de Pedro Salvatierra que no se haya dicho ya, desde que es profeta en su tierra hasta que es un ser inspirado y único.
            Llegó al estrado y nos inundó con su sonrisa y bonhomía. Sus palabras sobre la música empezaron a llenar la noche de magia, nos enviaba los primeros efluvios de emoción y arte.  Escuché a mi lado, al dramaturgo José Luis Alonso de Santos decir algo sobre la puesta en escena, pero algunos perdidos ruidos de un micro rebelde me hicieron perder el hilo de sus, seguro interesantes, palabras. Pedro sonreía; su proverbial y perenne sonrisa. Ángel, entre arrobado y entregado, fijaba los ojos en su hermano.
            Mi retina trataba de impregnarse de todo, no quería dejar fuera ni el más insignificante de los segundos. Elena, su hija, saltó de improviso a aquel pórtico escenario; a Pedro se le escaparon sus emociones por los ojos, la abrazó y, después, sentado al piano hizo brotar las notas de "Nessun Dorma", aria final de la ópera Turandot de Puccini.  "Nessun dorma", nadie se duerma; nadie habría podido conciliar ni el más ligero de los sueños en aquellos momentos que Elena con voz de textura, potencia y color impecables cantaba para su padre y nos hacía partícipes de excepción a todos los presentes.
            Chopin, Falla, Albéniz... Un deleite en la noche fresca del patio del Castillo de San Marcos.
            Las palabras del insigne doctor Ángel Salvatierra cerraron el acto, palabras justas, medidas, emotivas, plenas de fragor fraternal que nos llevaron a despertar, lentamente, del mundo de misterios y ensueños a los que su hermano músico nos había llevado.
            Queridos Pedro y Ángel, un fuerte abrazo... Os perdono de todo corazón que en esta felicísima noche ─de sábado inolvidable de julio en El Puerto─ no hayamos podido dormir de la emoción que nos habéis provocado; sí, "Nessun dorma"...
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
           

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